Francisco F. Micol Opinión Redactores

El drama del teatro. La columna de Francisco Micol

Los tres pilares de la literatura están constituidos por la narrativa, la poesía y el teatro. Es cierto y también triste que sólo prevalezca, aunque de una manera ciertamente precaria, el primero: la narrativa. En los últimos años, con esfuerzos casi inenarrables, hemos visto un medroso resurgir de la poética, llegando ésta a figurar como poemarios en los expositores de las librerías. Mi pregunta, cuya respuesta es un silencio de antemano, versa en saber dónde está la dramaturgia contemporánea.

El teatro ya no existe, así de lamentable

Yo no la encuentro por ninguna parte y he buscado hasta con lupa. El trance, cómo no, ya viene de lejos. Recuerdo a Antonio Gala en calidad de sublime autor con títulos tan memorables como Los verdes campos del Edén, El sol en el hormiguero, Anillos para una dama, Petra regalada o la intimista y atronadora El cementerio de los pájaros.

Paris_Comedie-FrancaisePor muchas razones que convergen en una, el notorio descarte del mundo escénico nos ha implantado la ausencia de los géneros que constituyen el teatro: comedia, drama y tragedia. La cosa es de no creer, sin embargo ya no hay autores para la dramaturgia. El susodicho Antonio Gala se vio obligado, muy a su pesar y el mío, a verter tan excelso  talento en la narrativa y un poco en la poesía. Su última obra escénica, Inés desabrochada, apenas tuvo estreno ni espectadores.

Debemos imponernos la revisión de los valores culturales más allá de la política y la crisis como excusa.

El teatro ya no existe, así de lamentable y desolador como eso. Debe haber un millar de explicaciones para intentar justificar el hecho, pero ninguna convence ni siquiera a los más acérrimos detractores del género.

OBrien_and_Havel_-_Joseph_Hart_VaudevilleDenuncio esta pérdida en pleno siglo XXI donde, supuestamente, la cultura está al alcance de todos. ¿A qué «cultura» se refieren? Es la incultura lo que debemos asumir como imperante en nuestra sociedad, no nos llamemos a engaño.

No se lee, nadie escucha música (hablo del arte sonoro, no del ruido repulsivo y perturbador), no existen recitales de poesía, son muy escasas las representaciones escénicas de algunas obras como Don Juan Tenorio (siempre la víspera de Todos los Santos) y, en general, los remedos de tales artes nos colman de mugre merced a la cinematografía industrial (es decir, a las pavadas que llegan de todas partes), el ruido enlatado y el insufrible desasosiego colectivo.

Podemos preguntarle a una persona de quince años si alguna vez, como de casualidad, ha visto una representación escénica. O a otra de veinte, incluso a muchas de treinta, cuarenta y cincuenta. No, no y no.

El teatro es caro, dicen los productores, y además está la cinematografía que llegó para sustituirlo. De ello, obviamente, se deduce que tampoco hay actores, y me refiero a los denominados de método. Yo recuerdo a José Bódalo, a José María Rodero, a Irene Gutiérrez Caba, incluso, pese a las tontas críticas, a Rosa María Sardà cuya interpretación como Juana en la inolvidable La noche de los cien pájaros, de Jaime Salom (1972) he visionado muchas veces desde aquel entonces.

Las obras cinematográficas, y que conste mi agrado hacia ellas, han absorbido a muchos actores y actrices que se morían de hambre arriba de un escenario interpretando a los maestros de la dramaturgia.

640px-The_Sandow_Trocadero_Vaudevilles,_performing_arts_poster,_1894Es posible, para un nimio consuelo, que alguien, vaya usted a saber dónde, aún escriba dramaturgia y ésta se represente con aficionados. Es posible, aunque mucho lo dudo.

El drama íntegro lo hemos hecho nosotros a costa de indiferencia, desprecio y hasta asco, todo en pro de una revolución novedosa que nos ha traído la nada y el desconcierto más imprevisible que pudiéramos imaginar.

A veces, por aquello de la nostalgia, se reúnen dos actores y buscan a un autor para que les escriba poco menos que algún vodevil repleto de humor soez y lacónico. Y a veces, hasta unos cuantos van a verles por aquello de revivir las épocas donde el teatro era un orgullo nacional.

Debemos imponernos la revisión de los valores culturales más allá de la política y la ya manida crisis como excusa, pretexto y descargo de nuestra apabullante mediocridad.

Francisco F. Micol

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