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Sobre el libro electrónico. Precio y comodidad

Por aquello de que las palabras traducidas precisamente del inglés resultan absurdas, es oportuno matizar el desatinado concepto de libro electrónico. Sencillamente, tal cosa no existe. Electrónica: (1) Estudio y aplicación del comportamiento de los electrones en diversos medios, como el vacío, los gases y los semiconductores, sometidos a la acción de campos eléctricos y magnéticos. (2) Aplicación de estos fenómenos.

Me pregunto qué hace tal término en medio de todo esto, pero uno nunca sale de su particular asombro. Lo que conocemos hasta la fecha por soporte digital donde es posible leer un texto, sea el que sea, ha suscitado muchas polémicas tanto en contra como a favor, arguyendo los que apoyan este sistema su comodidad y ergonomía, mientras que los más conservadores ven un extraño artilugio, complejo y repleto de incomodidades.

Para todo lo anterior hay un hecho constatado en nuestra incomprensible sociedad, y es la desmesurada saturación tecnológica. Segregando la demencia incoherente de las virtudes que aporta la ciencia, debemos considerar (en los términos medios anda la virtud) la cosa con imparcialidad, analizando tal fenómeno en su justa y equitativa medida.

Un texto en formato digital no deja de ser algo innovador a lo que aún no nos hemos acostumbrado. Curiosa y paradójicamente, nos vemos envueltos en esta tecnología cotidiana que usamos para todo y a todas horas. Donde mejor y más se observa este fenómeno es en los viajes, cuando los ocupantes de un ómnibus, ferrocarril o incluso en los automóviles, portan la tableta (que ha sustituido a los ordenadores portátiles), el teléfono inteligente (quién no tiene alguno, cuando no varios) y los inseparables auriculares de todos los tamaños y modelos imaginables.

Uno observa a los diversos ocupantes acarreando estuches con la ya mencionada tableta (pizarra digital, para ser exactos), el inteligente teléfono (que no deja de ser un pequeño y poderoso ordenador miniaturizado) y todo el ritual para ver películas, escuchar música, conversar con otras personas o, cómo no, para enviar mensajes de texto por doquier.

Sin embargo nadie emplea estos medios para leer un texto medianamente largo, por lo que aquello inicial del libro digital no parece, aún al menos, haberse asentado en nuestra sociedad tan tecnológica.

Y este es el problema, no otro. De nuevo con imparcialidad, escuchando a letrados que manejan cientos de leyes a diario, a botánicos que consultan manuales diversos sobre taxonomía y cualidades, a médicos con su vademécum renovado cada dos por tres, es lógico asumir que los soportes digitales comienzan a ser imprescindibles. De hecho es muy engorroso andar buscando la última ley en un libraco que precisa de una mesa y no pequeña; colocar tres o cuatro manuales entre matraces, tubos de ensayo y estufas de cultivo; abrir el grueso texto en un rincón para buscar los principios activos de un fármaco y tener la sensata obligación, además, de leer en otro manual las interacciones medicamentosas.

No tanto por el tiempo que se requiere sino por la comodidad y rapidez, las enciclopedias digitales resultan muy gratificantes ya que donde hasta hace poco se podía abordar un tema o dos, ahora es posible ahondar en muchos con referencias inmediatas.

La propia RAE ha asumido esto con verdadera naturalidad hasta el punto de anunciar que la vigésimo tercera edición del Diccionario de la RAE será la última que editen en papel.

Pero la polémica verdadera, solventado lo anterior con referencia a manuales de consulta en los diversos gremios, surge cuando hablamos, en concreto, de una novela, poemario u obra teatral en este medio.

Como todo, es cuestión de costumbre y hábito, de saber esperar lo suficiente para que exista más demanda por parte de los lectores que habrán de encontrar muchas ventajas donde en primera instancia sólo surgen inconvenientes.

Existen varios proyectos sobre la fabricación de un soporte digital verdaderamente delgado, con muy poco peso, y del tamaño idóneo para leer novelas, poemarios y dramaturgia. Es cierto, pues, que los soportes actuales no terminan de agradar por sus reducidas dimensiones, siendo fatigoso leer un relato en estas plataformas casi experimentales.

Con excesiva frecuencia, la humanidad rechaza toda innovación salvo que la misma tenga fines ociosos, pues una cosa es jugar con dispositivos digitales y otra, abismalmente distinta, estudiar o leer en el susodicho soporte.

La buena armonía entre arte y ciencia no depende exclusivamente de los inventores; cada persona, individualmente, debe aportar su criterio al respecto y hacerlo con sobrada coherencia, pues ya fue dicho aquello de renovar o morir.

En nuestra actual sociedad, y por ende pensando en las venideras, debemos asumir el hecho de que los soportes digitales son una ventaja a todas luces. Quizá sea más importante el hábito de la lectura que dónde o cómo se lee, pues la Historia nos demuestra que hemos empleado piedras, vitelas, tablas de arcilla y luego pergaminos para plasmar por escrito todo lo socialmente necesario, incluido el arte, desde luego.

No hay pugna alguna entre los libros clásicos y las mismas obras que pueden ser leídas en plataformas digitales. Es posible adivinar una armoniosa convivencia entre ambos formatos, donde sin duda saldrán favorecidos los primeros, con ediciones exquisitas para saborear la Biblia o El Quijote, y la versión práctica de éstas que no habrán de aplastarnos el tórax cuando decidamos leer en la cama. De hecho, ya existen diversos formatos en papel, más rústicos, para las grandes obras, y, cómo no, las mismas en ediciones de lujo que resultan admirables y muy satisfactorias.

Las obras literarias deben resultar cómodas y accesibles a todos los bolsillos, pues no podemos pensar en gastar sumas muy cuantiosas en libros excelsos que requieren un gran espacio y esmeros más que exquisitos.

La ventaja de un texto en plataforma digital es su precio y la comodidad, sin desmerecer en absoluto el agrado de abrir las mismas en esmeradas ediciones de piel y papel de seda con los bordes de oro.

Vemos, entonces, que las ediciones de bolsillo dejarán paso a las plataformas digitales sin menoscabar en absoluto el gozo de un libro encuadernado al mejor estilo toledano o veneciano. Son cosas diferentes para usos diversos, y esto, se quiera o no, es una ventaja a todos los niveles.

Francisco F. Micol

Fotografía de cabecera: Cortesía de amazon kindle

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