Opinión

What’s up, Tiger Lily?

En 1966, un Woody Allen aún desconocido para el gran público se lanzó con su primer proyecto cinematográfico. Un proyecto, cabe decir, nada ortodoxo para aquel entonces, si bien hoy en día, casi medio siglo después, podemos estar acostumbrados a realizaciones similares, principalmente en televisión. Lo que hizo, por resumir, fue hacerse con los derechos de una película japonesa titulada Kagi no kag, cambiar el montaje, la banda sonora y, por supuesto, los diálogos. En esencia, traducirla como le vino en gana insertando chistes donde antes había escenas de violencia y transformar una película de espías en una comedia. El resultado: What’s up, Tiger Lily? Película que en España se tradujo en su día como Woody Allen el número uno; ignoramos si por obra y gracia de un traductor que buscaba su minuto de gloria o por alguno que consideró que si Woody Allen podía permitirse ciertas licencias, por qué no iba a poder él. Aún así eso no fue lo más grave, pues, al traducir la película al español, nuevamente se tradujo como a quien correspondiese le vino en gana, de modo que el público asistió al cover del cover, al fake del fake… y los chistes se perdieron en algún punto del trayecto Tokio-Nueva York-Madrid.
Lamentablemente, en la literatura también nos tropezamos (o como traduciría al francés el genial Tip: «nos tropezons») con traducciones de traducciones (el traductor que desentraduzca, buen traductor será) o, simplemente, con traducciones en las cuales el traductor de turno sale del paso liándose la manta a la cabeza y que salga el sol por donde quiera.

Recuerdo la anécdota que nos contó en el instituto un profesor de francés, según el cual un colega suyo, al traducir una novela y encontrase con la palabra pluma (entendiéndola como pluma estilográfica y no como el pescante de un barco, que hubiera sido lo correcto) se sintió totalmente perdido y, para justificar que al llegar a puerto los marineros descargaran con las plumas, no tuvo el menor reparo en inventarse toda una historia que reflejó como nota del traductor: apuntó que era tradición que, nada más amarrar, los marineros descargaran sus plumas estilográficas por la borda. Y punto, para qué vamos a complicarnos la vida, ¿verdad?
Más allá de si esta anécdota forma parte de las leyendas urbanas de los licenciados en filología francesa o se trata de algo verídico, no son pocos los autores que se las han tenido que ver con traductores peculiares. Ernesto Sábato, por ejemplo, se tuvo que enfrentar con un traductor alemán que quería cambiar el nombre de un compositor al cual se citaba en una de sus novelas, porque el que había puesto Sábato no le gustaba. A Kafka, por el contario, no le dio tiempo a quejarse de que su Transformación se tradujera como Metamorfosis. Y nunca sabremos si Walt Whitman hubiera dado el visto bueno para que León Felipe tradujera happiness por alegría en lugar de por felicidad, tal y como recalcó este último en el prólogo que escribió para el Canto a mí mismo de Whitman. O qué habría replicado James Joyce a Borges después de que el escritor argentino considerase su Finnegans Wake un simple borrador, por intraducible. Pero tampoco hagamos sangre. El oficio de traductor es poco agradecido, no siempre bien remunerado y en ocasiones, como sucedió con Inferno, de Dan Brown, llega a situaciones más propias de un sketch de los Monty Python:

11 traductores encerrados en un bunker durante dos meses; ordenadores atornillados a la pared y un complejo algoritmo para evitar que nadie saliera del bunker con páginas de la novela. Todo ello para evitar filtraciones antes de que Inferno saliera al mercado.
Por no hablar de la aversión de los lectores más puritanos a encontrarse con anglicismos y galicismos que, en ocasiones, son necesarios para no terminar alterando el significado original. Así como los juegos de palabras y los refranes en los que se agradece una nota del traductor. Una nota adecuada y veraz. No descarguemos más las plumas por la borda, por favor.

Escritor y novelista español. Ha publicado las novelas "Diario íntimo de Ernesto Gruffot" y "Aquel otro asunto" y el libro de relatos "No fairytales". También ha participado en varias antologías y colaborado con distintas publicaciones digitales. En teatro ha escrito y dirigido varias comedias de microteatro. Actualmente coordina en Madrid Espacio Amarante, un lugar de encuentro cultural entre autores y lectores.

1 comments on “What’s up, Tiger Lily?

  1. Otto Lecmar

    Muy buen artículo y muy oportuno. Pone de relieve una vez más que cuando leemos a los extranjeros traducidos, estamos leyendo al traductor y no al autor original.

Gracias por comentar

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