Ciencia Exposiciones Recomendación Teresa Álvarez Olías

Los globos terrestre y celeste como revolución científica

El museo arqueológico nacional, ubicado en Madrid, ha presentado recientemente, como obra de arte del mes, Los globos terráqueo y celeste, de similar factura, fechados en el siglo XVII.

La fascinación del globo terráqueo fue muy común durante siglos, habiendo decaído últimamente, aunque sigue siendo una maravillosa herramienta de conocimiento para los estudiantes de geografía e historia, ya sean principiantes o iniciados, y para el público en general.

La tierra y el universo se representan en la sala 29 del museo, en sendas esferas de 68 cm de diámetro, que podemos imaginar, darían elegancia y suma distinción a los salones donde se exhibían. Tales esferas no solo resultaban caras, sino que conferían un halo de sabiduría a sus poseedores. Se construyeron muchísimas, en talleres portugueses y españoles, entre los siglos XVI y XVIII, alojándolas en bibliotecas, casas de alta alcurnia, templos y palacios reales.

El globo terráqueo recoge todas las tierras conocidas de nuestro planeta y el celeste todas las constelaciones conocidas en el cielo. El material atesorado por griegos, egipcios y romanos era enorme en el caso del firmamento desde hacía siglos, pero los mapas de la tierra y mares de nuestro mundo empezaron a surgir en la época moderna, con los conocimientos que aportaban las grandes expediciones y descubrimientos geográficos del momento.

Portugal fue pionera en viajes marítimos a las costas de África y Asia, siguiéndole España, que descubrió el Nuevo Continente en 1492, gracias a Colón, visionario y marino excelente, que supo obtener la financiación de su viaje gracias a la corona de Castilla.

Asimismo, se consiguió dar la vuelta al mundo en La expedición de Magallanes, al mando de Fernando de Magallanes, que tuvo su inicio en Sevilla el 10 de agosto de 1519. Aunque este marino murió en la batalla de Mactán (1522), una de las naves de la expedición, la Victoria, capitaneada por Juan Sebastián Elcano, regresó a Sanlúcar de Barrameda, en España, el 6 de septiembre de 1522, completando así la primera circunnavegación de la Tierra de la historia.

Si viajar por mares desconocidos, que se reconocían y nombraban tenebrosos debió ser complicado y arriesgado, sin duda un reto heroico, también debió serlo la abstracción mental precisa para dibujar grandes extensiones de terreno, y mar, cuando la vista solo alcanzaba pequeñas distancias. Únicamente recorriendo el territorio, inhóspito muchas veces, lleno de animales salvajes desconocidos y accidentes geográficos, con la concurrencia de tormentas, terremotos y sequías pertinaces, y solo navegando en barcos que empezaron siendo simples cascarones de madera, y se fueron desarrollando con la ciencia y la técnica, por millas y millas en alta mar, pudo dibujarse la costa del Mediterráneo y el Atlántico, así como las cordilleras y ríos del interior de los continentes.

El Renacimiento y las nuevas monarquías europeas dedicaron a la ciencia, al arte y a la técnica tiempo y capital. La curiosidad de la población y el patrocinio real, tanto español como portugués, alentó el estudio y el deseo de explorar el mundo, de conocer otras comarcas, otras ciudades, otros reinos.

Navegantes y soldados, muchos con estudios universitarios, adquiridos en Salamanca o Coímbra, partieron hacia territorios y aguas inexploradas, estableciendo nuevas rutas comerciales por todo el mundo, que sirvieron, en los siglos siguientes, para un nuevo intercambio de productos básicos y lujosos: tejidos, metales preciosos, salazones, cacao, café, té, tulipanes… y de personas, pues el éxodo voluntario de la población europea a Las Indias Occidentales se prolongó durante cinco siglos, así como el vergonzante traslado de seres humanos, vendidos como esclavos, desde África al Caribe, lo hizo durante dos siglos.

Los expedicionarios se sirvieron de mapas poco detallados en un principio, pero, poco a poco, fueron añadiéndoles accidentes geográficos terrestres, así como islas, puertos y acantilados, que sirvieron de guía a futuros viajantes.

Así, fue trascendental también la expedición de Malaespina, que se prolongó a lo largo del periodo entre 1789-1794. Recorrió las costas de toda América desde Buenos Aires a Alaska, las Filipinas y Marianas, Vavao, Nueva Zelanda y Australia. El 21 de septiembre de 1794 la expedición regresó a España habiendo generado un ingente patrimonio de conocimiento sobre historia natural, cartografía, etnografía, astronomía, hidrografía, medicina, todas ellas ramas de conocimiento de gran importancia geopolítica, así como sobre los aspectos políticos, económicos y sociales de estos territorios. La mayor parte de los fondos se conservan en el Museo Naval de Madrid, el Real Observatorio de la Armada, el Real Jardín Botánico y el Museo Nacional de Ciencias Naturales. En la actualidad siguen siendo objeto de estudio por parte de historiadores y biólogos.

Los globos terrestres resultan fascinantes para los seres humanos de todos los tiempos, incluidos los actuales, por la capacidad de retratar el mundo en una figura redonda, manejable, que permite representar a escala ciudades, montañas y océanos. Dan idea de las proporciones geográficas de nuestro planeta, informando visualmente de distancias, longitudes y latitudes.

Similar sensación proyectan los globos celestes, que reflejan las constelaciones, con nombres e historias mitológicos que denotan una imaginación desbordante, al dar vida humana, y divina, a las cadenas de estrellas del firmamento.

Solo la contemplación y el estudio riguroso, por parte de ingenieros y militares, aplicados a la física y a las matemáticas, pudo concebir cientos de pequeñas representaciones del territorio y los mares, que, puestos en común, configuraron la esfera terrestre. De la misma manera, la compilación de conocimiento de los astrónomos antiguos pudo dar lugar al globo celeste.

Ambos fueron y son reconocidos como grandes obras de arte y del ingenio, pues proyectaron de manera plástica y exacta, los elementos y accidentes del cielo y la tierra. Supusieron en verdad una de las pruebas más evidentes de la revolución científica que tuvo lugar en el siglo XVII, al unirse descubrimientos técnicos tan importantes como la imprenta y el papel, con la conquista y colonización del Nuevo Mundo. Merece la pena contemplarlos, estudiarlos y valorarlos.

Teresa Álvarez Olías

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