Lee con Amarante Literatura Redactores Teresa Álvarez Olías

El realismo de Balzac y Dickens

La lectura y la vida misma son los dos insumos que alimentan el cerebro de los escritores, los cuales, combinados con su ingenio, producen las inolvidables obras que podemos disfrutar sus lectores.

La lectura y la vida misma son los dos insumos que alimentan el cerebro de los escritores, los cuales, combinados con su ingenio, producen las inolvidables obras que podemos disfrutar sus lectores.

Quisiera destacar dos figuras que brillan con luz propia en el universo de las letras, uno en inglés y el otro en francés, durante la primera mitad del siglo XIX: Dickens y Balzac.

Ambos crean decenas de personajes diversos en un carrusel de circunstancias y novelas que reflejan los múltiples tipos humanos de una Europa acostumbrada a las guerras (aunque milagrosamente en paz por unos decenios en esa época), a las hambrunas, a la tiranía de su gobierno (ya sea la monarquía o la república), y en definitiva al abandono de un estado que no se preocupa de los humildes, sino de recaudar impuestos y de revertirlos en la nobleza, el ejército y la curia eclesiástica.

De entre sus múltiples libros, destaco “Eugenia Grandet”, gran novela de Honoré Balzac, nacido en el sur de Francia y después vecino de París, y “David Copperfield”, magnífica novela, y en gran parte autobiográfica, de Charles Dickens, habitante de Londres. Ambas novelas dibujan con precisión la vida cotidiana en esa centuria que se abre a la usura de los poderosos, al maquinismo, a la lectura de relatos por entregas, y también a una cierta crítica social impensable cincuenta años atrás.

Francia ya ha vivido su revolución y su terror muy poco tiempo antes. Inglaterra también lo ha hecho, con tres siglos de antelación. Ambas naciones se encuentran en vísperas de convertirse en grandes imperios conquistadores de Asia y África, tras colonizar Norte América. Todo a costa de una clase social, la más pobre, la más amplia del espectro de población, que sobrevive a duras penas.

Balzac y Dickens, cada uno a su manera, en estos dos libros, coinciden en:

  1. Perfilar el personaje tacaño por antonomasia, el padre en un caso y en el otro el padrastro, que administran y cuentan las monedas con las que se compra la comida diaria, así como las velas, el carbón, las astillas o la tela de las ropas del resto de personajes, en un control exhaustivo de las vidas que de ellos dependen.
  2. Mostrar el papel de la familia patriarcal, constreñida a un mundo jerárquico, donde la casa se muestra como cárcel eterna, de las que solo gracias a la fortuna, a la madurez o el cambio de estado civil, es posible escapar.
  3. Reflejar con todo lujo de detalles la opresión de los hombres sobre las mujeres y la infancia.
  4. Presentar el matrimonio como posible redención de la pobreza y la agobiante rutina.
  5. Acercarnos a la triste existencia de la servidumbre, muy cercana a la esclavitud, por la devoción desinteresada a sus señores que a toda hora les brinda.
  6. Certificar la conducta de los gobiernos olvidando a sus súbditos poco productivos: los ancianos, los menores de edad, especialmente los huérfanos, las viudas y los enfermos cuando no cuentan con la protección de un hombre que los sustente o una fortuna que los avale.
  7. Describir el mundo rural francés, en el caso de Eugenia Grandet, y el urbano o londinense, en el caso de David Copperfield, con sus costumbres y pinceladas perfectas: las manías del poderoso avaro, el horario inflexible de comidas, la asistencia a la iglesia, o la obediencia a la autoridad establecida, entre otras.

El realismo narrativo de ambos autores nos introduce en una dolorosa rutina de dos países que han sufrido guerras sin cuento, y que están empezando a experimentar la industrialización feroz, sin abandonar el encasillamiento estricto de la vida rural, sujeta aún más que la ciudadana a la fiscalización del vecindario y a normas ancestrales.

Contemplamos dos países en una época en que los viajes entre urbes o pueblos para la población común son escasos e inseguros, muy dependientes de la climatología y los bandoleros. Dos naciones con pueblos religiosos, sumisos, con mucha historia a sus espaldas, y un punto descreídos de que la fortuna les sonría y mejore su nivel de vida alguna vez.

Los hijos dependen del padre hasta que se casan, y en el caso de las hijas esto es aún más exacto, como se muestra claramente en Eugenia Grandet, pero los huérfanos solo dependen de la buena voluntad de la gente, en una triste y vergonzosa parábola perfilada en David Copperfield, que ha servido a las generaciones posteriores para tomar conciencia del abandono y explotación laboral de la infancia.

Eugenia Grandet plasma el mundo campesino vivido por Balzac en sus primeros años y David Copperfield muestra la deshumanización, experimentada por Dickens, de los individuos en una urbe populosa que está entrando en un nuevo régimen, marcado por la especulación y las leyes del capitalismo.

Balzac es más idealista que su colega Dickens, pues este tiene un punto de burla en su forma de narrar que funciona como crítica de las escenas que muestra.

Los dos autores tuvieron vidas de grandes contrastes, ya que pasaron de la pobreza a la riqueza, del anonimato a la fama, del individualismo al amor, y también fueron enormemente prolíficos en la redacción de libros.

Otras obras de Honoré de Balzac (Tours, 20 de mayo de 1799 – París, 18 de agosto de 1850) son: “La piel de zapa”, publicada en 1931, “Louis Lambert”, en 1832 , “Papá Goriot” en 1.834, “La prima Bette”, en 1.846, y “El primo Pons” en 1.847.

Otros libros de Charles Dickens (Portsmouth, Inglaterra, 7 de febrero de 1812 – Gads Hill Place, Inglaterra, 9 de junio de 1870) son: “Los papeles póstumos del Club Pickwick”, publicado en 1.836, “Oliver Twist”, en 1.837. “Tienda de antigüedades” en 1840, “Casa desolada” en 1.842, “Tiempos difíciles” en 1.865, y ”Grandes esperanzas” en 1.860.

Leerlos nos acerca con total exactitud a la realidad europea del siglo XIX.

Teresa Álvarez Olías

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