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“En el reino de la araña”, una novela negra. M. Delbal culmina su trilogía

M Delbal

Editorial Amarante acaba de publicar EN EL REINO DE LA ARAÑA, la última novela de M. Delbal, que completa la trilogía iniciada por MUERTE EN EL MINISTERIO y seguida por TIEMPOS DE CRIMEN, tres novelas negras ambientadas en la actualidad sociopolítica española. La autora, presentó el libro en la Librería Gaztambide el pasado 21 de febrero, de la mano del escritor y editor Carlos de Tomás. Tendremos a M. Delbal en la próxima Feria del Libro de Madrid firmando ejemplares de su última novela el día 12 de junio de 19:00 a 21:00 horas en la caseta nº 25 (Librería Gaztambide).

tela-de-arana-600El pasado 24 de abril, con ocasión de la presentación de EN EL REINO DE LA ARAÑA ante la asociación «Mujeres Distrito 21», M. Delbal pronunció una conferencia en el «Centro Cultural Teresa de Calcuta» de Madrid, titulada: «En el reino de la araña. Una novela Negra«. A continuación publicamos un extracto de la mencionada conferencia, para disfrute de los amantes del género.

LA NOVELA NEGRA
Dejando aparte los prolegómenos de la novela criminal inglesa, desde Conan Doyle y su excéntrico detective Sherlock Holmes, al simpático Padre Brown de Chesterton y los divertidos Señorita Marple y Hércules Poirot de Agatha Christie, la novela llamada “negra” se afianza como género en las primeras décadas del siglo XX, especialmente en la literatura norteamericana, con la revista “Black mask”, Máscara Negra (que le da por nombre ese color), y también  en la “Serie Noir” de la editorial francesa Gallimard. Son autores como Dashiell Hammet y Raymond Chandler, cuyo auge se reforzó cuando sus historias fueron llevadas al cine por directores como Howard Hawks y John Huston en películas de enorme éxito –El halcón maltés, Tener y no tener, El sueño eterno–, hoy consideradas como grandes clásicos eternos. Quién no recuerda las interpretaciones de Humphrey Bogart encarnando a los detectives Sam Spade y Philip Marlowe, y más tarde a Paul Newman como el Harper de Ross Macdonald.
Estas novelas están centradas en la investigación de casos criminales y su denominación como “negras” tiene además innegables resonancias que aluden a otro rasgo del género, al menos en su época dorada, los ambientes a menudo marginales, sórdidos en los que se mueven y su enfoque realista, describiendo en tono crítico y descarnado una realidad social, elementos que les prestan cierto tinte oscuro.
Fue entonces un género de culto, que entró posteriormente en un proceso de decadencia y pasó a ser considerado durante décadas como anticuado y secundario, menor, en suma.
Pero nunca llegó a morir sino que a lo largo de todos esos años pervivió con autores y obras de desigual fortuna e interés. Escritores como Georges Simenon, P.D James, Patricia Highsmith, Andrea Camilleri o Vázquez Montalbán, entre otros, publicaron sus historias en aquel entonces.
Son también notables las incursiones que han hecho en la novela negra a lo largo del tiempo escritores provenientes de otros géneros narrativos. Sirvan como ejemplo los premios Nobel García Márquez, con su célebre “Crónica de una muerte anunciada” y Vargas Llosa, quien dio la réplica a su eterno rival con “Quién mató a Palomino Molero”; Torrente Ballester, una de cuyas últimas novelas fue “La muerte del Decano”, incluso el Muñoz Molina de “Plenilunio” y, más recientemente, Isabel Allende con su “El juego de Ripper” y John Banville, que sigue sorprendiendo cuando escribe novela negra bajo el seudónimo de Benjamin Black, como lo ha hecho a la manera del clásico Raymond Chandler en “La rubia de ojos negros”.
Siempre ha estado presente en la literatura porque la novela negra constituye un género realmente fuerte y sólido, que posee rasgos propios bien definidos. Prueba de ello es que de unos años a esta parte la novela negra ha resurgido y lo hace con vigor sostenido. El boom de la novela nórdica ha jugado un gran papel en esta recuperación con un variado elenco de autores, desde Henning Mankel a Assa Larsson. Pero son numerosos los escritores de diversas nacionalidades que le están dando al género un renovado lustre. Citaré a algunos como Quiu Xiaolong, que ambienta sus relatos en el peculiar capitalismo comunista de la China actual; a Deon Meyer, quien nos sumerge en la Sudáfrica descendiente de los boers, de los ingleses, los malayos y la población negra autóctona, que vivió la miseria de la segregación racial hasta 1994; al griego Petros Markaris, un escritor prolífico que ha sabido reflejar de manera incisiva la dureza con que la profunda crisis económica golpeó a su país; o a la francesa Fred Vargas y sus densas obras psicológicas, acreedora de elogios de la crítica y de la creciente admiración de sus muchos lectores.
El renacimiento de la novela negra ha supuesto que autores ajenos al género negro recurran a sus ingredientes, pero también ha tenido su reflejo en otros ámbitos artísticos. Desde el cine clásico que antes he comentado, no han cesado las películas de suspense basadas en guiones puramente negros, fruto de la adaptación de novelas del género u originales, como fue el caso de la película española “La isla mínima”, triunfadora e los premios Goya hace pocos años, y cada vez más las series de ficción, que viven una verdadera edad de oro. Las norteamericanas “The wire” y “True detective”, las europeas “El túnel”, “El puente”, “The valley”, “In the line of duty” o la española “La casa de papel” son buen ejemplo de ello.
Efectivamente creo que el género se ha renovado, ha actualizado personajes, ambientes, argumentos y en eso puede radicar buena parte de su auge actual, aunque su éxito probablemente se deba a una pluralidad de factores, como el hecho mismo de que los lectores y los propios autores vuelven a buscar las historias narradas, los relatos vivos, dotados de una trama que apasione desde el inicio, avive la curiosidad e impulse a seguir leyendo.
La novela negra contiene ingredientes que pueden responder a todo eso, porque ofrece una línea argumental poderosa que da sentido a la narración y a la vez sirve de soporte a toda clase de elementos dramáticos. Puede funcionar como una especie de percha de la que es posible colgar muchas cosas. Por ello, una novela policiaca puede ser también una novela psicológica o costumbrista o filosófica, puede ser una novela de amor, o bien una novela política. Y puede ser, como en cualquier otro género, una novela ligera o una novela profunda.

Particularidades de la novela negra española
No encuentro rasgos peculiares en la novela negra española. Refleja la idiosincrasia de nuestra sociedad, como la norteamericana, la británica, la francesa o la italiana reflejan la suya. Cabe señalar quizá su tardía aparición y consolidación entre nosotros como género, aunque lo ha hecho con fuerza, mediante la paulatina aparición de autores, series y sellos editoriales especializados, premios, ferias, simposios y cada vez más lectores aficionados.
Los protagonistas de la novela negra en sus orígenes eran generalmente detectives privados, individuos independientes que actuaban fuera del sistema. Se trataba de tipos duros, solitarios, cínicos y descreídos, que investigaban para un cliente por su cuenta. Buenos exponentes de este modelo son los clásicos Sam Spade, Philip Marlowe o Lew Harper, ya mencionados.
Con permiso del gran Vázquez Montalbán y su detective privado Pepe Carvalho, creo que en España no existe propiamente esa tradición de lúcidos detectives privados desentrañando inextricables misterios en solitario. En la España moderna son normalmente la Policía Nacional, o las autonómicas, o bien la Guardia Civil quienes investigan y resuelven los crímenes.
En cualquier caso, son ya muchos los autores españoles de novela negra, entendida ésta en una acepción amplia, y cada vez son más los que alcanzan éxito y popularidad. Tras el maestro Vázquez Montalbán y su detective Pepe Carvalho –por cierto, recreado actualmente por Carlos Zanón–, se me ocurre citar al muy consagrado Lorenzo Silva, especializado en la Guardia Civil, cuyas novelas escribe en primera persona el guardia Bevilaqua; a Jerónimo Tristante y su original héroe de época Víctor Ros, un policía de principios del siglo XX; a Dolores Redondo y su exitosa trilogía del Valle del Baztán; a Domingo Villar, que regresa tras diez años de silencio con nuevas aventuras del policía de Vigo Leo Caldas; o la reciente incorporación al género del periodista y filólogo Álex Grijelmo con su obra El cazador de estilemas. Valgan estos nombres como muestra de una lista extensa y creciente.

El papel de las mujeres en la novela negra
Es curiosa la dicotomía que se ha dado durante bastante tiempo entre las mujeres como autoras de novelas negras, policiacas o criminales y las mujeres como protagonistas o personajes de esas novelas. Si dejamos a un lado a Agatha Christie y su Miss Marple, por ejemplo, Patricia Highsmith, P.D. James, Donna Leon o Fred Vargas son escritoras de novela negra cuyos protagonistas son hombres. En las novelas de escritores masculinos ese rasgo es aún más acusado, es decir, al protagonismo absoluto de los varones se une el papel secundario e irrelevante otorgado a sus personajes femeninos, a menudo relegados a la condición de meras figuras decorativas a las que se llamaba “nena” o “muñeca”, sin parte en la acción material ni en la intelectual.
Ese panorama está cambiando decididamente, del mismo modo que ha cambiado el papel de las mujeres en la sociedad. Ahora son policías, investigadoras, abogadas, fiscales, juezas… o asesinas, y las detectives protagonizan, solas o junto a compañeros masculinos, cada vez más novelas. La fiscal de la escritora nórdica Assa Larsson, la policía foral Amaia de Dolores Redondo o la comisaria María Ruiz de Berna González Harbour pueden citarse como ejemplos.
Pero no sólo en las novelas de autoras femeninas; incluso en las novelas escritas por hombres el papel de las mujeres ha ganado relevancia: es el caso de la peculiar Salander de la exitosa saga Millenium de Stieg Larsson, pero pienso también en Virginia Chamorro, compañera de Bevilaqua en las obras de Lorenzo Silva, cuya presencia ha ido adquiriendo fuerza e interés. Como en la vida real, aún queda trecho por recorrer.

LA TRILOGÍA DE M. DELBAL
Tras su incursión en el mundo de la literatura infantil con varios cuentos ilustrados para niños, la escritora se introdujo en la literatura adulta como autora de novela negra con el seudónimo de M. Delbal, bajo el cual ha escrito tres obras que componen la trilogía publicada por Editorial Amarante MUERTE EN EL MINISTERIO, TIEMPOS DE CRIMEN y esta última, EN EL REINO DE LA ARAÑA, que cierra el ciclo.
Son tres obras que, aunque transcurren de forma sucesiva en el tiempo, pueden leerse independientemente, porque se refieren a casos diferentes, que empiezan y concluyen en cada novela. Tienen como primer rasgo común a sus protagonistas, que son la inspectora jefa Ada Valle, el inspector Blas Pons y el comisario Ricardo Solís, aunque en realidad hay uno de ellos que es más protagonista que los otros y ésa es la inspectora jefa Ada Valle, una detective veterana, aquilatada, dura y a la vez amable, intelectual y a la vez intuitiva, una mujer atractiva y al mismo tiempo implacable, una reconocida experta en interrogatorios, que tiene en estas novelas un nutrido grupo de testigos y sospechosos con quienes ejercitar sus habilidades. El inspector Blas Pons es casi su antítesis, un detective más joven, apasionado, irónico y vehemente en sus juicios; a veces un poco panfletario, si no fuera porque lo que dice le sale verdaderamente del corazón y de las tripas. Y Ricardo Solís da vida a un hombre ecuánime y templado, ese comisario de distrito que tiene una excelente relación con el juez e hilo directo con el director general de la policía, lo que nos ahorra a todos la prolija cadena de mando policial y las complejidades del proceso judicial.
Los protagonistas no son pues detectives privados sino policías, y no se trata de individuos insociables y amargos sino de personas honradas, con sus errores y defectos, que tratan de obrar conforme a la ley con principios éticos y conciencia moral. Si como escritora tenía el poder de crear a sus personajes, M. Delbal optó por hacerlos amables y cercanos, capaces de suscitar la simpatía y tal vez un sentimiento de afinidad por parte de los lectores. El duro fondo de la trilogía de M. Delbal resulta así atemperado.
Junto a los protagonistas, aparecen en estas tres novelas muchos otros personajes. Seguramente son las personas, lo que dicen y lo que piensan, las que dan mejor la medida de lo que sucede. La autora se distancia y les da espacio; no opina, describe. Cada personaje tiene su particular lógica, incluso su autonomía, de manera que a menudo no es posible obligarlos a decir o a callar esto o aquello. Son, pues, los personajes quienes se manifiestan  a sus anchas; todos, también aquellos con los que presumiblemente la autora no coinciden. Como dice Cristina Fernández Cubas, “les damos voz y la usan”.
Antes hablaba del papel de las mujeres en la novela negra. Pues bien, los personajes femeninos de M. Delbal son fuertes, muy caracterizados e influyentes, cada cual a su manera, y ello no entraña un deliberado gesto de activismo feminista sino que su naturalidad muestra que están concebidos espontáneamente de esa manera.
A M. Delbal le interesan no tanto los psicópatas, los asesinos en serie o las mafias del crimen organizado como las personas más o menos corrientes, integradas en la sociedad, que viven a nuestro lado y se parecen a nosotros, pero que un buen día deciden dejar de serlo y caen en la espiral del crimen. Por qué delinquen, por qué matan, por qué quizá un día matemos o nos maten: por ambición, por celos, desesperación, venganza, o por cierto sentido desviado de la justicia… No hay nada tan aterrador, tan inquietante como el crimen cometido por nuestros semejantes.
Además de la continuidad de los protagonistas, existe otro destacado rasgo común a las tres novelas: su trasfondo. En ellas se refleja la sociedad española actual, bastante áspera y desolada, y sus páginas se hacen eco de la crisis económica, la desigualdad, la injusticia, la corrupción y el abuso de los poderosos.
Hay intriga y misterio, vidas y pasiones personales a lo largo de los tres volúmenes, pero todo ello no flota en la nada sino que acontece en ambientes y escenarios de la actualidad sociopolítica, que se presentan de modo explícito sin eludir la visión crítica con que la contemplan los protagonistas. Las tres novelas contienen una crítica acerba de ciertas instancias o estamentos que ejercen un poder creciente y abrumador en la sociedad actual, capaz de socavar el sistema y de arruinar la vida de muchas personas. Pero los manejos de esos grupos poderosos seguramente no habrían sido tan descarados ni se habrían extendido tanto si no existiera en algunos sectores de la sociedad un ambiente de permisividad, o al menos de tibieza en el rechazo de esas conductas, si no existiera la codicia potencial o soterrada de todos aquellos que, de uno u otro modo, están dispuestos a sacar tajada.

Feria del Libro Madrid 2019
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EN EL REINO DE LA ARAÑA
En la novela “En el reino de la araña”  la trama gira en torno a la corrupción, la avaricia sin escrúpulos de un sector de las élites políticas, económicas o financieras, que, como antes decía, arraiga y se extiende porque encuentra en una parte de la sociedad el caldo de cultivo para ello.
De esto hablan los protagonistas de “En el reino de la araña” y lo pone de manifiesto el propio desarrollo de la historia, en la que se muestran las tramas de corrupción desde distintas perspectivas: los que las crean o se implican a conciencia, los que se dejan involucrar y se aprovechan, los que consienten por miedo, y esos pocos que se atreven a denunciar y son maltratados y abandonados por las autoridades y por la sociedad que deberían estarles agradecidos. Estos personajes son criaturas de ficción, aunque se parezcan a seres reales que conocemos, pero palpitan como humanos al tiempo que hay en ellos, en cierto modo, arquetipos de lo que representan.
La novela no es un reportaje sobre los entresijos de las tramas de corrupción y los policías protagonistas no son técnicos expertos en esos tinglados. Sólo son profesionales avezados que deben adaptarse a la compleja variedad de los distintos mundos en los que se producen los crímenes que les toca investigar, y la narradora adopta su perspectiva.
Se adivina el trabajo de documentación que da soporte a la trama, pero trata de evitarse la profusión de datos, fechas, cifras y nombres. Contaba Stephan Zweig en “El mundo de ayer” que para escribir su biografía novelada de María Antonieta llegó a aprenderse de memoria toda la contabilidad de la reina, a fin de imbuirse plenamente de su personalidad, y sin embargo no incluyó ni un solo dato en el libro. La documentación se reúne, se estudia y luego conviene olvidarla. El gran reto consiste en hallar el equilibrio entre realidad e invención; preservar la credibilidad sin renunciar a la ventaja de las licencias que la ficción procura, al servicio de la intriga, del drama y de la fluidez del relato. “Nuestros amigos los verosímiles”, se burlaba Alfred Hitchcock, el gran maestro del suspense, llamando así irónicamente a quienes amarraban las alas de la imaginación, condicionados por un empeño en exceso realista.
¿De qué trata “En el reino de la araña”?  Un matrimonio es asesinado de madrugada en su lujosa residencia de las afueras de Madrid.  Marido y mujer eran empresarios adinerados; ella, de procedencia modesta del medio rural, la comarca leonesa del Bierzo, y él, perteneciente a una estirpe de terratenientes y ganaderos extremeños; los dos, provenientes de familias complicadas, cada una a su manera. Pronto se sabe que componían una pareja mal avenida, con amistades peligrosas y un pasado incierto. A primera vista, parece un crimen cometido por un profesional, un asesino a sueldo. La investigación se centra, por un lado, en la búsqueda del arma homicida y, por otro, en la presunta conexión de estos sucesos con otros acaecidos años antes. De pronto, la corrupción irrumpe en el caso con una trama criminal oscura, y nos preguntamos qué relación guarda con los asesinatos.
Es difícil comentar una obra de intriga sin arriesgarse a destriparla, pero cabe apuntar que lo que esta novela cuenta no se agota en la estricta investigación policial ni en los entresijos del entramado corrupto. Ya sabemos que las relaciones amorosas, las relaciones familiares y la ambición desbordada son terreno abonado y fuente inagotable de inspiración dramática.
En el reino de la araña” pone fin al ciclo. La autora echará de menos a sus personajes, pero seguramente prefiere despedirse de ellos en su plenitud que verlos languidecer y decaer hasta agotarse.

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