Editorial Amarante - Miguel Catalán
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La tienda del consuelo

Con tiento y esmero, el orador iba haciendo comprender al paciente que era una excelente persona.

Acalanda Magazine publica hoy a modo de adelanto “La tienda del consuelo”, un relato correspondiente al volumen El espía cordial que Miguel Catalán acaba de publicar en Editorial Amarante.

“LA TIENDA DEL CONSUELO” relato de MIGUEL CATALÁN

Durante mucho tiempo se creyó que el único precedente del diván del psicoanalista había sido el confesionario del clérigo. Hoy podemos afirmar con rotundidad que en el siglo V a. C. ya existía un precursor pagano de ambos muebles confortadores. Me refiero a la llamada “tienda del consuelo” abierta en Corinto por el orador ático Antifón. Este popular logógrafo griego había fijado un rótulo a la puerta de su negocio donde se podía leer:

CURO LA TRISTEZA CON EL INSTRUMENTO DE LA PALABRA

Editorial Amarante - Miguel Catalán
Miguel Catalán

Antifón empezaba pidiendo al cliente que le contara sus problemas. Una vez puesto al día de los motivos de la tristeza, dejaba reposar su sien sobre el puño cerrado. Al cabo de unos minutos inmerso en el silencio, abría los ojos y pronunciaba un discurso intercalado de buenas noticias. Con tiento y esmero, el orador iba haciendo comprender al paciente que era una excelente persona. El remordimiento que sentía por esta o aquella travesura carecía de fundamento. Sus faltas no habían sido responsabilidad suya, sino el resultado inevitable de los traumas de su infancia, la ponzoña tóxica de sus amigos o la envidia de sus parientes. Al terminar la sesión con el tendero del espíritu, el cliente se sentía totalmente recuperado.

El inmenso alivio procurado por las palabras de Antifón confiere a su tienda el título de precursora de las modernas técnicas consagradas a promover la indulgencia con uno mismo. Antifón era, hace ya dos mil quinientos años, un libro abierto de autoayuda.

Los clientes salían tan alegres de la tienda del consuelo que pagaban con gusto los honorarios de este grato orador, de todas formas irrisoriamente módicos si los comparamos con los de sus sucesores, el párroco y el analista. Si Antifón el Quitapenas, como lo llamaban sus conciudadanos, nunca llegó a hacer fortuna a costa de sus clientes se debe a que este sutil autor de discursos consolaba en una sola sentada. La rudimentaria cultura económica de las épocas antiguas aún no se hallaba en disposición de prever las ventajas, incalculables en nuestros días, del utilísimo invento de las visitas periódicas.

Miguel Catalán

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