ph. EBERHARD GROSSGASTEIGER
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Cuando un café se convierte en caricia

Hubiese dado todo lo posible para no haberos conocido nunca, pero de haberlo hecho, me alegro de que fuerais vosotros. Seguid haciendo lo que hacéis, pero sobre todo de esa manera.

Nadie quiere tener que ir al Hospital Oncológico, pero un día ves que ese sitio tiene una plaza reservada para tu familia. Es injusto y duele, mucho. Cita con la oncóloga, radiología, pasar por recepción… Empiezan a formar parte de tu rutina. Un montón de palabrejas forman parte de tu día a día. Un vocabulario que no quisieras ampliar, la verdad. Pero por increíble que parezca aquello te empieza a resultar familiar y te desenvuelves con una soltura que si lo analizas, es raro. Acabas de llegar. Aún así empiezas a estar en casa contando batallitas y ya no es la oncóloga, es mañana tengo que ver a Carolina, a Triana, pasar por donde Cristina… Y aunque es un lugar al que desearía no tener que volver nunca -o tener la suerte de poder volver porque implicaría tener hueco para la esperanza de un final mejor- no puedo despedirme sin sentirme agradecida. Por el cariño recibido por todos los que allí trabajan, porque mi familia se sintió acompañada y comprendida. Desde las médicas principales del caso, las enfermeras, hasta cualquier trabajador con el que nos cruzábamos estando un poco desorientados en los pasillos, nos regalaban una sonrisa.

Este tiempo también permitió darse cuenta de todo lo que puede decir un café, aunque ni siquiera lo llegues a beber. Simplemente el ofrecimiento de los voluntarios de la AECC en las salas de quimio; es una caricia sin necesidad de tocarse.

En ocasiones la vida va acompañada de un conjunto de golpes horribles, y ese edifico, el COG, condensa esperanza y terror a partes iguales, pero, sobre todo, un equipo humano que hoy quisiera poner en valor. Porque se necesitan los mejores médicos en esos momentos, pero igual de sanador es encontrarse a personas. Saber que cuentas. Que hay muchos como tú y a la vez eres único.

Me alegro de haber tenido a buenas personas acompañando a mi padre. Hubiese dado todo lo posible para no haberos conocido nunca, pero de haberlo hecho, me alegro de que fuerais vosotros. Seguid haciendo lo que hacéis, pero sobre todo de esa manera.

De estos dos años y medio me quedo con ese cariño, con las conversaciones de camino o de vuelta a casa; con tu fortaleza, con todo lo que soy por ti. Estoy orgullosa de cómo afrontaste los diferentes momentos. Se me encoge el pecho al pensar en lo asustado que debías de estar. Te quiero por quien eres, así, en presente. Por tener el recorte del periódico escondido entre tus papeles. Por ser el mejor cuidador que mi oso de peluche pudo tener.

Que nadie se atreva a decir que perdéis la batalla, porque es la vida lo que dejáis de tener. La batalla que es la vida, nos toca ahora seguirla a los que nos quedamos. Nos sentimos más frágiles, hasta que nos demos cuenta de que ahora tenemos un motivo más para esforzarnos en ver la enorme felicidad de los momentos sencillos. Para ser felices y disfrutar, aunque asuste un poco pensarlo.

Sé que cuando me pase algo bueno querré contártelo y cuando sea malo necesitaré llamarte. Igual que sé que yo no debería estar escribiendo esto porque lo querías hacer tú. No me gusta hablar en nombre de nadie, pero hoy y todas las veces que te nombre, papá, espero estar a la altura.

A mamá siempre le gustaron los arcoiris así que cuando estés listo, sal y dinos que todo está bien.

Sara Carballal

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