Europa
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Los Estados Unidos de Europa: ¿Por qué?

Estamos aquí para hablar de Europa y, de manera más específica, de integración europea, desde un punto de vista muy particular: el federalista. Un tema bastante vasto, diría yo. Sumamente complejo. ¿Por dónde propones empezar?

Editorial Amarante ha publicado una obra imprescindible del europeísmo. Los Estados Unidos de Europa explicados a todos (Guía para perplejos).

A continuación os presentamos la sinopsis y después el primer capítulo del libro que responde al título de este artículo “Los Estados Unidos de Europa: ¿Por qué?”

Sinopsis

Después del éxito que ha tenido en Italia “Los Estados Unidos de Europa explicados a todos. Guía para perplejos” era necesario que viera la luz en España, pues el libro de Michele Ballerin nos ayuda a comprender mejor la naturaleza, la morfología y el significado profundo del proyecto europeo. Y este esfuerzo se desarrolla con términos claros e inteligibles para el gran público.

Prologado por Enrique Barón, Expresidente del Parlamento Europeo, el libro se cierra con epílogo de Óliver Soto, Vicepresidente de la Unión de Europeístas y Federalistas de España, que nos invita a una reflexión sobre el sentimiento europeo.

Michele Ballerin (Cesenatico – Italia – 1972) es un dirigente del Movimento Federalista Europeo. Ensayista y publicista, ha publicado «Ciò che siamo, ciò che vogliamo. Dalla crisi dei valori all’Europa del diritto» (Il Ponte Vecchio, 2010), «Gli Stati Uniti d’Europa spiegati a tutti. Guida per i perplessi, Riformismo europeo. Una prospettiva politico-economica per l’Eurozona» (Guida, 2017). Administra el blog de política europea “European Circus” en el “Espresso” on line. Sus contribuciones se han publicado también en revistas internacionales como “pagina99”, “Linkiesta”, “The Federalist Debate” y el “Courrier International”.

Los Estados Unidos de Europa: ¿Por qué?

Estamos aquí para hablar de Europa y, de manera más específica, de integración europea, desde un punto de vista muy particular: el federalista. Un tema bastante vasto, diría yo. Sumamente complejo. ¿Por dónde propones empezar?

Te propongo empezar con una observación de carácter historiográfico. ¿Estás listo?

Adelante.

Empezaría por una particular interpretación del siglo que nos precede: el siglo

XX. Como sabes, la gran mayoría de los historiadores hacen de él una lectura bastante desoladora. El Veinte es el “siglo breve”, lleno de guerras desastrosas y totalitarismos de varios signos, con un apogeo negativo absoluto en el nazifascismo y en su consecuencia más trágica, el Holocausto. Sobre todo esto se erige lo que sería su símbolo más apropiado: el hongo atómico de Hiroshima. Ni tú ni yo (ni nadie) podríamos negar que todo esto ha sucedido de verdad. Pero yo creo que si nuestra lectura del siglo veinte acabase aquí sería demasiado reducida.

¿En qué sentido exactamente?

Si se quiere juzgar una época, como también cualquier otro fenómeno, la primera cosa a hacer es identificar en ella el elemento específico, el que de verdad la caracteriza distinguiéndola de todas las demás. Si aplicamos este método al siglo veinte notamos que ni la guerra, ni el antisemitismo, ni el ejercicio de un poder público tiránico son sus prerrogativas exclusivas. La guerra acompaña al hombre desde sus orígenes, gobiernos tiránicos han cometido matanzas desde cuando existe esa cosa que llamamos “Estado” y también el antisemitismo es viejo de siglos. Si lo piensas bien, ninguna época de la historia europea ha vivido tan pocas guerras como el siglo pasado. Se puede decir que el Veinte es un concentrado de estos fenómenos solo porque en él aparecen potenciados: es una cuestión de dimensiones, no de calidad, debidas estas sustancialmente al uso de tecnologías más avanzadas y, también, a la masa de personas involucradas, que no tiene precedentes. Pero no es correcto decir que estos elementos son típicos del siglo XX. Son ingredientes que ya se han visto, mezclados en cantidades nunca vistas antes.

Si es así, ¿qué etiqueta darías al siglo veinte?

Efectivamente hay un fenómeno que lo caracteriza, haciendo de él un unicum en la historia de la humanidad. Pero, para verlo, hay que acordarse de que el siglo XX no termina en 1945. Lo que se ha verificado después de cada una de las dos guerras mundiales —en particular después de la última— es un fenómeno grandioso y propiamente excepcional que, como muchas veces pasa, no llama lo suficiente nuestra atención tal como lo merece. Se trata de la creación de instituciones internacionales.

¿Te refieres a las Naciones Unidas?

Antes la Sociedad de Naciones, desde los años veinte, luego la ONU con sus agencias, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio, el Banco Mundial, pues las Comunidades Europeas y finalmente la Unión Europea, con un corolario de otros sujetos supranacionales más o menos esbozados, como el Mercosur en América Latina o la Unión Africana. No hay otra época en la historia de la humanidad en que se haya visto algo parecido. Ten en cuenta que estamos hablando de instituciones duraderas, concebidas para existir en permanencia, no de alianzas temporales.

No había considerado nunca las cosas en esta perspectiva.

Sin embargo, es la más acertada, la única que de verdad hace justicia a los últimos cien años de historia europea y mundial. Además, a diferencia del punto de vista puramente “negativo” sobre nuestro pasado más reciente, esto abre una perspectiva para el futuro. Podríamos definirla una interpretación constructiva de la historia contemporánea, porque además de ofrecernos una clave de lectura que no sea banal nos indica una tendencia en acto y hasta un proyecto, un trabajo en curso, de cuya realización todos somos responsables: la construcción, el perfeccionamiento y la progresiva democratización de las instituciones supranacionales que tendrán que garantizar una convivencia cada vez más pacífica entre los pueblos de la Tierra.

Todo es muy sugerente… ¿pero no te parece que el discurso se hace un poco abstracto?

Entiendo que esta visión pueda parecerte utópica. Lo entiendo… pero no estoy de acuerdo. Vamos a ver ahora cómo podemos entendernos en este punto. No son los ideales que han empujado a los hombres a empezar este proyecto, más bien una fuerza mucho más concreta y potente: la que hoy llamamos “globalización”. Cuando se habla de globalización se habla de un conjunto de procesos que tienen el carácter de una necesidad histórica y que son, por consecuencia, imposibles de detener y por supuesto irreversibles. Es algo que va aclarado, porque en cambio hay quien se hace ilusiones que sea posible contrastarles, volviendo atrás las agujas de la historia.

Imagino que te estás refiriendo a aquellas fuerzas políticas y sociales que ven en la vuelta a la soberanía nacional, o incluso regional, la defensa más eficaz de los efectos de la globalización.

Precisamente. La inconsistencia de estas propuestas se entiende si se considera a qué tenemos que enfrentarnos exactamente. Los empujes fundamentales que determinan la globalización —es decir, la interconexión creciente de los procesos económicos, sociales y políticos a nivel planetario— son dos, y ambos son formidables: el incremento demográfico y el desarrollo tecnológico. Se trata de los dos factores más estructurales. Estaría bien no olvidarse nunca que la población mundial está aumentando a un ritmo vertiginoso. Hoy ya somos más de siete mil millones y vamos corriendo hacia los ocho. Por otro lado, la circunferencia de la Tierra en el ecuador es de cuarenta mil kilómetros, y tenemos la seguridad de que a estos cuarenta mil kilómetros no se le añadirá ni un centímetro más… Esto significa que el espacio en que nos estamos multiplicando es limitado. Ahora, ¿qué pasa si en un espacio circunscrito, con recursos limitados, la población sigue aumentando? Es bastante intuitivo: estamos obligados a una convivencia cada vez más cercana. Y en esta convivencia forzada, si no me equivoco, los escenarios posibles son solamente dos: una situación de conflicto permanente o una convivencia pacífica bajo unas leyes comunes. Puesto que la población está en rápido aumento, está claro también cuál es la tendencia para el futuro: la obligación de convivir se hará aún más pujante. Pensamos en las grandes migraciones, y que también ellas dependen, al fin y al cabo, de un exceso de población frente a una escasez de recursos económicos y sociales. ¿Ves algo tan abstracto o irreal en todo esto?

Diría que no.

Yo tampoco. Pero no se acaba aquí. El crecimiento demográfico está acompañado por el desarrollo tecnológico, también este súper rápido, que disminuyendo o incluso anulando las distancias entre los individuos y entre los pueblos hace aún más cercana y fatal su convivencia en el planeta. El ejemplo más obvio lo tenemos en el campo militar. Si una nación cualquiera se dota de un misil nuclear a largo alcance con que pueda atacar en cualquier momento, en cualquier dirección, a miles de kilómetros de distancia, está claro que esta ya no es solo una amenaza local y tampoco regional, sino una amenaza mundial, que pone la humanidad frente al hecho consumado de la globalización. Este hecho no conoce las buenas maneras: se presenta sin pedir nuestro permiso  y nos obliga simplemente a aceptarlo; no depende de nuestra voluntad, y no existe poder en el mundo que pueda removerlo. La proliferación nuclear es una realidad. ¿Tal vez tienes algunas ideas sobre cómo podemos detenerla?

La verdad que no. India y Pakistán, por ejemplo, son dos potencias nucleares que desde décadas se enfrentan en un clima de declarada hostilidad…

Exactamente. Corea del Norte está progresando en la creación de un arsenal nuclear, y hasta Irán parece seguir ese camino, y eso ya ha puesto en alerta a Israel, otra potencia nuclear. A largo plazo se hace imposible impedir la difusión de recursos, técnicas y competencias, y el escenario a lo que probablemente tenemos que acostumbrarnos es lo de un mundo en que “quienquiera” tendrá su arma de destrucción masiva: un fenómeno global, en que cada habitante del planeta ya está metido, quiera o no.

Espero que no intentes asustarme…

No. ¿O quizás sí?… Pero pasa lo mismo en el momento en que la información, con la web, se hace capaz de alcanzar en una fracción de segundo cada esquina del planeta, o cuando las emisiones de carbono en este o aquel país determinan un calentamiento de la atmósfera terrestre y contribuyen a alterar el clima. También el terrorismo ya ha asumido una dimensión global, demostrando al mundo que desde cualquier lugar perdido de Oriente Medio puede atacar en cualquier momento a los rascacielos de Manhattan o de cualquier ciudad europea. Se pueden dar muchos ejemplos, y todos demuestran el carácter inevitable de la globalización. La consecuencia más general es que la tradicional distinción entre política exterior y política interior se reduce hasta desaparecer. Las políticas nacionales tienen repercusiones por todas partes: cada política, como cada proceso social o económico, se hace sistémica. El mundo es un único sistema. Las sociedades humanas ya forman parte de una única sociedad, que se encara a problemas y emergencias comunes a todos.

Una perspectiva inquietante, bajo ciertos aspectos.

En primer lugar, algo que tenemos que aceptar. El mundo ha cambiado. Hasta hace un siglo las guerras afectaban a unas naciones en una determinada área del planeta, y yendo más atrás en el tiempo encontramos fenómenos sociales cada vez más circunscritos. ¿Te has preguntado alguna vez por qué hasta el siglo XVI no se han producido conflictos entre los europeos y los habitantes de Centroamérica?

Porque se ignoraban recíprocamente: está claro.

Bueno, dicho así parece banal. Pero hay que preguntarse por qué, y por qué hoy sería inconcebible. La respuesta es que el planeta hoy en día ya está superpoblado, mientras que las tecnologías de la comunicación y de la información han conectado cada esquina. Todos conocen a todos; cada comunidad humana influencia a las demás. Ir a las conclusiones es entonces fácil, y sirve para entender que la globalización no es una elección, sino un destino. Para revertir los procesos habría que eliminar físicamente unos mil millones de personas  y reiniciar el proceso tecnológico. Nadie puede hacerlo; como consecuencia, la globalización seguirá su curso y nosotros estaremos obligados a construir los instrumentos que nos permitan controlar sus procesos, siempre que no prefiramos ser arrollados. Es la razón por la que existen en el mundo instituciones internacionales y el motivo por el que las naciones europeas han emprendido el camino de la integración. Hay que elegir entre sufrir los procesos o gobernarlos. En este sentido el siglo veinte constituye un punto de inflexión radical en la historia del hombre. Si su primera mitad puede ser vista como una culminación dramática de las dinámicas que lo han precedido, la segunda representa la entrada de la humanidad en una nueva era que podríamos llamar la “era del supranacional”. Es por eso que es indispensable que la integración europea proceda rápida por su camino, hasta la institución de un gobierno federal. Por eso necesitamos los Estados Unidos de Europa.

Espera, tengo la impresión que nos estamos adelantando demasiado… “Estados Unidos de Europa” es una fórmula sugerente, pero no está muy claro qué significa. Y es por eso que me parece difícil, si no imposible, establecer si de verdad se trata de una buena idea.

Tu objeción es correcta sin duda, y no tengo ninguna intención de pasar por alto de ella. Más bien, intentemos ver juntos si hay una manera de aclarar este y otros conceptos a que la crónica política ya nos está acostumbrando. No conozco ninguna fórmula más actual o más urgente —ni más malinterpretada—. Sin duda merece la pena gastar una buena tarde en esto.

Michele Ballerin

Disfruta de la obra de Michele Ballerin

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