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Carnaval, origen y diversidad dentro de la gran fiesta del disfraz

A caballo entre enero y marzo, pasa febrero cargado de color, jolgorio y desenfreno. Festividad de origen romano dedicada al dios Saturno dando lugar a los saturnales o Saturnalia.

A caballo entre enero y marzo, pasa febrero cargado de color, jolgorio y desenfreno. Festividad de origen romano dedicada al dios Saturno dando lugar a los saturnales o Saturnalia.

Pasa la murga de los chiquillos
sembrando el ruido de su canción.

Marca su paso con los platillos
y la batuta del director.

Pasa la murga con sus alardes
entre la siesta del arrabal.

Y un son de lata puebla la tarde
y su rumor es la canción del Carnaval.

Alegre son del cornetín desafinado,
ronco rumor en el trombón del barrigón.

Voz de cartón en el clarín desencolado
y en los tambores, chimpón, chimpón.

Canta el tenor con agria voz desentonada
en el zaguán de un caserón del arrabal.

Y la intención de su cantar queda borrada
con el rumor que da el trombón del barrigón.

Se va la murga de los chiquillos
llevando el ruido de su canción.

Marca su ausencia con los platillos
y la batuta del director.

Se va la murga con sus alardes
entre la siesta del arrabal.

Y un son de pena vibra en la tarde
porque el rumor de su chimpón no volverá.

Homero Manzi

Mucho podríamos decir acerca del Carnaval, la fiesta y sus celebraciones, que dependiendo del lugar será de una manera u otra. A poco que indaguemos sobre su origen nos encontraremos que parte de una situación impuesta allá por la Edad Media. Surge el Carnaval entre Navidad y Semana Santa, dos celebraciones religiosas que invitan al recogimiento, la oración o la meditación, según cada cual prefiera. Entre ambas nace un periodo de esparcimiento, un tiempo en el que no solo se atiende a alimentar el alma o el espíritu, sino que también se da importancia a los gustos y placeres terrenales. No hay nada más apetitoso y tentador que aquello que nos es prohibido, por eso nace el Carnaval para suplir las restricciones impuestas durante la Semana Santa.

La razón etimológica de la palabra nos desvela que carnaval procede del vocablo italiano “carnevale” y este a su vez del latín (carnem: carne — levare: quitar). Dicho de otra manera, la Iglesia da permiso por unos días, entre Natividad y Cuaresma, para que el vulgo satisfaga sus necesidades más terrenales como es comer carne sin que sea pecado (con todas las connotaciones y simbolismo que conlleva el hecho de hacerlo). Si además, seguimos profundizando en las costumbres del pueblo romano y los vestigios que aun hoy conservamos en nuestras tradiciones, nos daremos cuenta de que la celebración de la Navidad está relacionada con las labores de recogida de cosechas, las ofrendas a Saturno, dios de la agricultura y el inicio de un periodo de luz coincidiendo con la entrada del sol en la casa de Capricornio y del inicio del solsticio de invierno.

Toda esta información está muy bien y resulta interesante, pero el Carnaval es algo más grande o mejor dicho grandioso, ya no solo por su procedencia sino más bien por su evolución. El Carnaval conserva su carácter festivo y desenfadado, su despreocupación y su esencia que invita a la relajación entre tantas limitaciones, pero también implica una buena dosis de crítica social necesaria de vez en cuando, aunque sea una vez al año.

E igual que nace la poesía, de esa manera espontánea, genuina, fresca y directa, así las buenas letras aparecen engrandeciendo la fiesta. Los poetas brotan de entre la gente sencilla con voces anónimas pero cargadas de quejas y mucho arte, que los juglares carnavaleros cantan con buenas voces para que el público disfrute y reflexione, para que ría, pero también para que sienta el dolor que las injusticias causan en cualquier vecino. El mundo celebra el Carnaval de mil maneras diferentes, aunque en todas partes se repiten elementos comunes, como son la música, los disfraces, el baile y muchas ganas de disfrutar de la fiesta. Por zonas como Cádiz, la gente se une y forma sus propias agrupaciones: chirigotas, murgas, comparsas, coros y cuartetos, que caracterizadas por disfraces o “tipos” llevan a la calle y al teatro sus letrillas que sin caer en eufemismos lanzan de manera clara el mensaje que quieren hacer llegar, no sin su buena carga de gracia y salero, propia de la ciudad que los vio nacer.

Tiempo de máscaras, de voces prestadas para denunciar realidades injustas, de música y risas que encierran tragedias, de solemne cambio de roles en el que el pudiente pierde su etiqueta y el pobre se engalana bajo un disfraz de noble.

Isamar Cabeza

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