Opinión Redactores Teresa Álvarez Olías

El amor como característica de nuestra especie

El amor en pareja es ese maremoto que nos define como humanos y prueba que somos algo más que un cuerpo de primates en su máxima evolución.

El amor en pareja es ese maremoto que nos define como humanos y prueba que somos algo más que un cuerpo de primates en su máxima evolución.

Se le ha descrito como motor del mundo, como sentimiento primario, como máxima dicha, como estímulo absoluto, y también como justificación de conducta. Total nada. Y su calificación es tan poderosa porque comprobamos en nuestra piel su capacidad para unir, para complementar e incluso para destruir cuando no es correspondido.

El amor nos lleva a las personas a puntos opuestos, sobre los que todos quieren opinar según sus experiencias, así pues elegimos entre las siguientes contradicciones:

a) la fidelidad al otro miembro de la pareja o la apertura del foco hacia una tercera persona

b) sentir la mordedura de los celos o agrandar el espacio entre ambos miembros

c) aprovechar el amor para impulsarnos en nuestro crecimiento personal o sentirlo como retardo de nuestra realización vital (un dilema claro para las mujeres en toda la historia del mundo).

d) vivirlo con prácticas de sexo o sin ellas, por causas de enfermedad, religión o edad

e) sellarlo con un matrimonio o vivirlo, bien con un noviazgo casto bien con una coexistencia sin contrato.

Para aumentar aún más los matices, el amor evoluciona con la edad, de modo que se percibe sublime en la adolescencia, delicioso en la juventud, fecundo y práctico en la madurez y profundo pero sosegado en la vejez. Además, históricamente, el amor ha tenido siempre una relación entre seres desiguales a nivel legal y social, efímera, alejada del matrimonio, y a veces platónica, sin la menor relación con necesidades corporales. Por supuesto, siempre se la consideraba como la que se daba entre seres de distinto sexo y no ha sido hasta el siglo XX en que se ha abierto la puerta de la aceptación del amor en pareja entre hombres o entre mujeres.

La fuerza de este maremoto produce sinergias, pero también dependencia emocional y desde luego funda familias alentando al progreso de la Humanidad y cuidando a otros seres próximos en momentos de enfermedad y desaliento. Para enredar más el asunto, el amor se siente a nivel personal, pero socialmente recibe influencias muy poderosas de la religión, la pornografía, el cine, el patriarcado, las redes sociales, las costumbres ciudadanas y, si la hay, la represión política reinante.

¿Es eterno el amor o, indefectiblemente, perece a la menor contrariedad, en detrimento de otras ansias humanas como el deseo de riqueza, de aceptación social o la simple pereza?¿Se adquiere en un filtro, dura para siempre o muere según el carácter de cada cual?¿Es distinto el amor de nombre del amor de mujer? Casi todo el mundo sabría responder a estas preguntas, pero el conjunto de las respuestas sería contradictorio y desalentador. Ofrecería empate absoluto entre una opinión y la opuesta.

Es considerado, por otra parte, el tercero de los objetivos de la felicidad, tras la salud y el dinero, en honor a que se puede vivir sin amor, pero no sin salud o sin medios económicos, o eso creemos y argumentamos con tristeza, debido al espíritu que creemos poseer. Y lo mejor, y más curioso, es que lo experimentamos como especie, pero nos empeñamos en definirlo como obligación, también como placer, e incluso como como palanca de crecimiento de nuestra personalidad.

En todo caso, es problemático que haya seres humanos que nunca lo hayan experimentado porque no saben o no pueden amar, aunque perciben claramente el hambre, la soledad o la satisfacción. También es duro comprobar que hay personas que ya no pueden sentirlo, y lo peor, que existan seres a quienes nadie haya amado o estén muertos quienes los quisieron alguna vez. El amor aporta a la vida humana felicidad, desde luego, pero también hijos, trabajo, bondad y ansia de superación. Es un baluarte inmenso frente a todos los retardos que nos hacen sufrir, como la guerra, el aburrimiento, el egoísmo, la propia muerte, la soledad, el poder, la avaricia y el inmovilismo.

En literatura este impresionante sentimiento ha dado géneros extraordinarios, como la novela romántica, la poesía amatoria, las obras de teatro, o la variante epistolar amorosa. Miles, millones de lectores se apasionan con las novelas rosas, con las obras de teatro en torno a la pareja y con los mensajes (anteriormente cartas) enviados entre enamorados. Por último, el arte, la literatura y la filosofía han hecho comparable al amor con el heroísmo, los instintos primarios, el movimiento mismo del universo, el misterio de nuestro destino tras la muerte o el germen multiplicador de la vida.

Algunas novelas de amor célebres son Orgullo y prejuicio de Jane Austen, Cumbres Borrascosas de Emily Brontë, Mujercitas de Louise May Alcott, Madame Bovary de Gustave Flaubert, Ana Karemima de León Toltoi, Werther de Goethe, La dama de las camelias de Alejandro Dumas, El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Marquez, El cuaderno de Noah de Nicholas Sparks, Yo antes de ti de Jojo Moyes, Travesuras de la niña mala de Mario Vargas Llosa, El doctor Zhivago de Boris Pasternak, El paciente inglés de Michael Ondaatje, Los buscadores de conchas de Rosamunde Pilcher, Memorias de una gueisa de Athur Golden, Una imagen en el espejo de Daniele Steel, El tiempo entre costuras de María Dueñas… y otras mil que nos han hechos soñar a los sectores.

Por otra parte, aquí señalo algunas películas de amor con cuyas imágenes los espectadores hemos llorado de emoción:La ciudad de las estrellas de Damien Chazelle, Olvídate de mí de V. Gondry, Nottting Hill de Roger Michel, Titanic de James Cameron, Casablanca de Michael Curtiz, Lo que el viento se llevó de Víctor Fleming y cientos de ellas.

El amor en pareja tiene su fiesta cada día, cuando dos corazones se sienten unidos por un vínculo misterioso, profundo, que los elevan por encima de las penas y miserias cotidianas.

Teresa Álvarez Olías

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