Isamar Cabeza Opinión Redactores

Amar no es sobreproteger; querer no es poseer; cuidar no es proteger bajo una campana de cristal blindado

A veces, muchas más de las que nos imaginamos, caemos en el error de confundir amor con posesión y protección con exceso de mimos que no trae ninguna consecuencia benéfica ni para padres ni para hijos.

A veces, muchas más de las que nos imaginamos, caemos en el error de confundir amor con posesión y protección con exceso de mimos que no trae ninguna consecuencia benéfica ni para padres ni para hijos.

Vivimos una época en lo que todo se cuestiona, todo se analiza con lupa y todo, cualquier tema, tarde o temprano sale a la palestra, como una cuestión nacional de suma relevancia. Las redes sociales, y la rapidez con la que las noticias corren de un lado a otro, hacen posible que un país entero y casi al unísono esté debatiendo sobre el tema del día.

Con varios siglos de por medio y haciendo uso de la imaginación, bien podríamos comparar el ágora griega, el lugar donde los griegos se reunían a debatir sus asuntos, con cualquier red social en la que los usuarios expresan sus pensamientos y que se convierte en centro de unión para debatir, contradecirse y otras acciones menos constructivas.

Se hable de lo que se hable, siempre aparecerán argumentos contrarios que unos y otros tratarán de defender como si les fuera la vida en ello, pero si de lo que se habla es de nuestros hijos entonces las conversaciones pueden llegar a alcanzar un nivel de crispación máximo. Si empezamos observando que en una discusión, normalmente, ambas partes quieren llevar la razón y que apenas oyen a su interlocutor porque su mente está enfocada en defender su postura, entonces llegaremos a la conclusión de que se comparte poca información y de que así no habrá manera de que la charla aporte algo positivo. La discusión será más vehemente según el vínculo emocional que nos una al tema.

Los hijos, nuestros propios hijos, ¿habrá algo que nos conmueva más que tratar sobre todo lo relacionado con ellos? Usualmente son el motor de nuestras vidas, nos movemos por ellos, nos hacen perder el sueño y a veces hasta le delegamos la enorme e injusta responsabilidad de alcanzar los sueños a los que nosotros no pudimos llegar. No exagero al decir que he oído a más de alguna pareja primeriza decir que la crianza de los hijos debería de traer un libro de instrucciones, y es que, criar a un hijo no es tarea fácil. Pero, ¿qué podemos hacer? ¿Nos arriesgamos y lo educamos como hubiésemos querido que lo hieran con nosotros? ¿Delegamos la tarea en el sistema educativo nacional? ¿O nos saturamos de consejos ajenos que no se adecuan a nuestra propia realidad?

Lo cierto y verdad es que cuando ya tenemos a nuestro retoño en casa, cada cual hace lo que sabe: se deja llevar por su instinto, pone en práctica lo que sus padres le enseñaron o busca ayuda y asesoramiento profesional en situaciones delicadas. Un mundo el de la crianza de nuestros pequeños, de peliagudo carácter, de incertidumbre y grandes lagunas que nos puede llevar a que pensemos que no somos buenos padres, sobre todo cuando surgen situaciones complicadas. Inevitablemente, cada cual criará a su hijo según su visión del mundo, no por moldearlo a su imagen y semejanza, sino porque no sabe hacerlo de otra manera, “no se le puede pedir peras al olmo”… pues eso.

Como padres hacemos lo que podemos, lo que sabemos, lo que creemos que es lo mejor según nuestra propia filosofía y en base a nuestro aporte. Ellos, nuestros hijos, nuestra descendencia, crecen y se desarrollan como seres individuales, únicos e irrepetibles, como los somos todos, eligiendo de entre todo lo que le hemos ofrecido, configurando así su propia identidad. No es raro ver padres e hijos de diferente ideología política o religiosa, eso demuestra que cada cual en libertad de expresión y sentimiento se forma y configura a sí mismo… como debe ser.

Lo que debemos tener muy claro en todo esto, es que amar no implica manipular ni cortar las alas a nadie, menos aún a nuestros hijos que desde el momento que nacen son nuestra responsabilidad, pero no son de nuestra propiedad. Los hijos son seres que vienen a aprender de nosotros (y viceversa), libres como pájaros que en cuanto sepan extender sus alas, volarán en su propio espacio, como seres independientes y sociales según la educación, las experiencias y el cariño que hayan recibido.

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