Iván Robledo Opinión Redactores

El cólera en los tiempos del Amor

Al hombre siempre le ha gustado saber de qué se muere, no por un prurito científico, sino por compararnos con los demás, que lo de morir en el intento está bien, pero que se muera otro está mejor.

Sepa usted, señora, que uno llevaba en cuarentena toda lo vida, y que no lo sabía. Esto se lo digo por lo del nuevo virus, como ya podrá imaginarse, aunque bien sé que como usted es de aldea, no es mucho de perder el tiempo con estas cosas con todo lo que hay que hacer. Y es que aunque uno no ha visto muchos apocalipsis en su vida, a juzgar por las imágenes que nos regalan cualquiera diría que esta vez también parece que sí, que lo de extinguirnos viene en serio, como cada año, y que nos va a matar a todos, como cada año, y que viene de China, como cada año, y que no hay nada que hacer, como cada año, y que el mundo se acaba, como cada año por estas fechas, más o menos. Al final es lo de siempre, que no sabe uno con qué fin del mundo quedarse, que esto de morirse se está convirtiendo en un sinvivir, pero también tendrá que reconocer que hay unos fines del mundo que nos gustan más que otros, sobre todo ese que dice que nos debe pillar bailando, a saber. El anterior, recuerde, era un fin del mundo muy triste por lo de quedarse sin comer carne, quedarnos sin bolsas, ni plásticos, poniendo cara de amargado sueco y viajando en burro, una ruina para el alma, ya le digo. Lo de ahora es distinto porque las máscaras tienen su cosa, que todo es cuestión de ponerse jacarandosos, y así jugamos a ver dónde hay más casos porque en el fondo, qué le vamos a hacer, somos un poco sádicos con esto de ver cómo se mueren los demás por la tele, que viendo uno las crónicas de sucesos no se extraña de lo de la España vaciada, y poco nos parece con tanto fines del mundo. Será eso que dicen algunos de que la irrealidad supera a la fricción, o no sé si es al revés, que en realidad eso no importa, pero hay cierta atracción en estas cosas de tentar la suerte de varas. No sé qué opinará usted, pero la gente debe ponerse de acuerdo con esto de las pandemias y las cuarentenas, que como le decía antes, para muchos llevábamos así toda la vida (sin exagerar, claro), entre restricciones, aislamientos, confinamientos y poquito de viajar, lo justo para ventilar. Y ahora descubrimos que a la vida que llevábamos antes se le llama ahora cuarentena, ver para descreer. Lo que no me negará es que resulta enojoso morirse de algo que no se sabe que existía, que es algo casi contra natura morir de algo que no se sabe lo que es, parece incluso humillante, una macabra broma del desatino. Al hombre siempre le ha gustado saber de qué se muere, no por un prurito científico, sino por compararnos con los demás, que lo de morir en el intento está bien, pero que se muera otro está mejor. Comprenderá usted que hay que gente que cree saberlo todo y, hablar de la gripe no hay quien les tosa. Seguro que ya no les hace tanta gracia que con tanto estornudo el mundo sea un pañuelo.

También en todo esto hay literatos que supieron jugar muy bien a la hora de escribir sobre las epidemias, desde mucho antes de que alguien pronunciara la palabra pandemia por vez primera, cuando estas cosas se llamaban solo calamidades, o maldiciones, y antes incluso de que se inventaran las mascarillas, incluidas las de carnaval. Entonces uno se acuerda del amor en tiempos del cólera, de García Márquez, y de los zombis de hoy, y sí hay color aunque la realidad es la misma, y es que siempre se salvan los mismos, ya sabe, el que escribe la novela, que a ese nunca le pasa nada. Mucho se está escribiendo sobre la gripe y el fin del mundo de este año, y aprovechando que no me pregunta le diré que lo mejor que se ha escrito sobre epidemias y miedos es aquella fábula titulada Pedro y el Lobo. O no.

Iván Robledo R.

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