Iván Robledo Opinión Relatos Breves

Cuentos de Cuarentena (III): LADRIDOS

A los vecinos nuevos les molestaban los ladrido del perro de la casa de al lado.

A los vecinos nuevos les molestaban los ladrido del perro de la casa de al lado.

-Es grimoso.

Tenían razón, pero no era culpa nuestra, que solo les invitamos a venir para conocernos, aunque ahora se diga confraternizar. Los vecinos eran nuevos y venían de lejos, tan lejos que ni nos importaba de dónde. A los vecinos nuevos, no a todos, no les gustan las cosas antiguas del lugar al que llegan, eso siempre ha sido así, todos los sabemos. Por eso son nuevos. También cuando llegan a una aldea.

-Es grimoso.

Primero les dijimos que a todo se acostumbra uno, también a los perros de los vecinos que ya estaban allí antes de que llegáramos nosotros. Pero esto no les importó.

También les dijimos que aquel perro era la única compañía de la señora que vivía en esa casa, y que era muy mayor. Pero esto tampoco les importó.

Y también les dijimos que la criatura cuidaba del ganado, y nos protegía de las alimañas.

-¿También del lobo?

-También, sí. También del lobo.

Pero tampoco les importó. Eran vecinos nuevos, y los vecinos nuevos, en el campo, en el rural, aman a los lobos, eso es así. También cuando llegan a una aldea.

-Cuando pasamos por su casa vimos que también hay un joven, ¿es su hijo?

Les dijimos que sí, no tuvimos más remedio que decirles que sí. En realidad yo apenas lo conocía, pero mi marido sí. El mozo, el mozuelo, alto y desgarbado, arisco y escurridizo, se dejaba ver de cuando en vez por las lindes de nuestra vecina, la antigua, no la de los vecinos nuevos. La casualidad hizo que supiésemos su edad, pues nació dos años después de venirnos nosotros a vivir a esta casa en el rural, tan rural que asusta si cierras los ojos y abres los oídos.

-A todo se acostumbra uno.

Pero ellos eran nuevos vecinos y no lo sabían. De donde ellos venían las cosas se solucionaban de otra forma. Nos decían que era por la solidaridad, y nosotros les respondimos que sí, que no podía ser otra cosa. Y luego nos miramos, claro. Nos decían que vinieron aquí para estar en comunión con la naturaleza, y les dijimos que también nos parecía bien. Luego nos dijeron más cosas, pero allí ya solo estaban nuestros cuerpos, ya no los escuchábamos.

El mozo, el mozuelo que ellos veían al pasar en su coche sostenible, nació cuando nadie lo esperaba. No podía hablar, pero eso es algo que no se puede saber a simple vista. La mujer lo alimentaba como podía, con lo que la tierra le prestaba, el río le fiaba y la naturaleza, en fin, le adelantaba. El mozo nos quería mucho, y nosotros a él, era bueno y leal, obediente, aseado. Y educado. El mozo de nuestra vecina, la antigua vecina, no los nuevos vecinos, pronto se hizo fuerte, y hábil en el prado y en el bosque, entre los árboles, y no tenía miedo a los animales. Lo veíamos todos los días, casi todos en realidad, y nos saludábamos al ir, y también al volver.

La señora vecina nuestra, la antigua, nos dijo que nunca habló, y que nunca lo haría. También nos dijo que ella no le quería mucho, pero que le hacía compañía. Y era muy obediente, también con ella, y cariñoso si hacía buen día, y espabilado si comía bien. La señora, nuestra vecina, la antigua, agradecía nuestros regalos, los juguetes, o los libros, que le dábamos cada año por su aniversario.

-Su padre murió.

Le dijimos que lo sentíamos y nos lo agradeció.

Luego pasaron los años, como siempre ocurre, y la señora vecina nuestra, la antigua, estuvo enferma. Su hijo nos recibió dentro de casa, cuidándola como lo hacen los perros leales y fieles.

Nunca se lo dijimos a nadie, y creo que nunca lo haremos. El mozo, ya entonces, comía en el suelo, son las manos, a dentelladas, del plato, y andaba a cuatro patas cuando estaba dentro de su casa, pobre y miserable, y él recogía al ganado de la anciana, nuestra vecina, su madre, y él ahuyentaba a los lobos. Y él era el que ladraba por las noches.

Pero nunca se lo diremos a nadie. Se lo prometimos a su madre.

Iván Robledo R.

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