Iván Robledo Opinión Redactores Relatos Breves

Cuentos de Cuarentena (XII): CARTERO DEL RURAL

A veces creemos que lo lejos está muy lejos, pero casi siempre está al lado, y es la persona con la que no nos atrevemos a hablar.

La segunda cosa que aprende un cartero en el rural, es a llorar. La primera, en cambio, es a aguantar el llanto. De ahí la creencia generalizada entre la gente de que los carteros del rural no lloran, y eso no es verdad. Si no lloraran podrían ser carteros, sí, pero no del rural; y si no lloraran no merecería la pena escribir cartas. Eso lo sabemos todos aquí. También Eduardo, que era cartero, del rural, y sabía todo lo que tenía que saber, y lo que no también. Hay quien cree que ser cartero en el rural es un tipo de sacerdocio, como el ser anciano también en el rural, aunque para otras cosas. Será porque los llamamos ancianos, pero mal, porque son los que pastorean montañas, y abrevan bosques de castaños, a veces también de laureles, que aquí llamamos loureiros pero los llamamos así solo por cariño. Los llamamos viejos, ancianos, pero es porque contamos al revés, de atrás hacia adelante, que es contar mal, una cuenta atrás. Los llamamos viejos, ancianos del rural, porque la gente cree que los paisajes se ponen solos, que los atardeceres o los arcoíris se colocan ellos mismos, o la línea del horizonte se mantiene recta ella sola. Los llamamos ancianos, y del rural, pero no presumen de todo eso que hacen.

A veces los ancianos del rural reciben cartas, esas cosas pasan, y Eduardo lo sabe bien porque es cartero en el rural. A veces los ancianos reciben cartas personales, de amigos, de seres, de seres queridos también, de familiares, de un amor que todavía no sabe si debe corresponder, de gente que equivoca la dirección, de los mismísimos demonios. A veces reciben cartas, pero a veces también se van antes de leerlas, o los confinan por una enfermedad de todos, y no se sabe qué pasa con ellos, casi nadie sabe qué pasa, aunque Eduardo sí lo sabe, y calla. Eduardo ha aprendido a llorar. Cuando vio la carta lloró porque el señor Fico murió una semana antes, por un virus, confinado, solo. Eduardo moriría también pero después, y la casa del señor Fico también, a pedazos, convertida en un majano de piedras, e hiedras. Pero tenía una carta, y él era cartero, y como lo era del rural la abrió, y lloró por segunda vez ese día, y al volver a su casa se sentó y escribió.

Eduardo escribió una carta al otro lado del mar, escribió una carta como si él fuese el señor Fico, lo hizo así porque creyó que era lo mejor. La persona que le escribió al señor Fico no sabía que el señor Fico estaba muerto a esa hora del día, que era la hora del día de reparto en el rural, que no es siempre, solo cuando toca, y por eso lo hizo. La persona que le escribió al señor Fico le contó que él, al otro lado del mar, se estaba muriendo, y le pedía al señor Fico una cosa.

-Te perdono. Claro que te perdono. Seguiremos siendo amigos. Firmado: Fico.

Eduardo escribió estas palabras y firmó la carta como si fuese el señor Fico, y luego envió la carta al otro lado del mar, lejos, muy lejos, tan lejos que asusta. A veces creemos que lo lejos está muy lejos, pero casi siempre está al lado, y es la persona con la que no nos atrevemos a hablar. Hay mares que miden un paso, una sonrisa, un beso. O no.

Iván Robledo R.

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