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Harriet Tubman, la personificación del espíritu de lucha

Haciendo uso del refranero español para esta ocasión, recordaremos aquel que afirma que: 'Hace más el que quiere que el que puede'.

El llevar a cabo un proyecto no lo da el tener todo lo necesario a mano, sino contar con una inquebrantable fuerza de voluntad y unas férreas convicciones. De esa manera se nos presenta Harriet Tubman.

Nunca hubiera imaginado el matrimonio Ross que de sus once hijos, una de las más pequeñas alcanzaría la relevancia que para su pueblo tuvo. De baja estatura y complexión débil, llegó a ser un continuo dolor de cabeza para los “amos blancos” de las plantaciones de algodón de principios de siglo XIX en los estados sureños de América del norte.

Nació hija de esclavos bajo el nombre de Harriet como su madre, pero el dueño de la tierra donde nació decidió que se llamaría Araminta, de lo que derivó en Minty, nombre con el que todos la conocían de pequeña.

Con apenas seis años ya cuidaba del bebé de los señores, que ya se preocupaba la chica de que no llorara porque si no la paliza estaba garantizada, además limpiaba, trabajaba en el campo, tejía y hacia todo lo que le mandaban, bajo la temida amenaza de un latigazo que llegaba más pronto de lo que ella esperaba.

Como de los golpes no podía huir, la chiquilla se ponía más ropa de lo normal, aguantando el calor de tanto trapo encima para ver si así el tejido menguaba en algo el daño de los castigos. Sufrió humillaciones y vejaciones, todas las que puedan imaginarse y las que no también. En una ocasión pasó cinco días oculta en una pocilga comiendo de los mismos desperdicios que los cerdos, con tal que sus dueños no la castigaran por haber comido un terrón de azúcar. En otra ocasión, dejó escapar a un esclavo que en esos momentos se daba a la fuga y ella no solo no lo detuvo sino que lo alentó en su huida, con el resultado de que el terrateniente malhumorado le tiró al muchacho una pesa de la balanza con tan mala fortuna que fue a estamparse en la cabeza de la pobre muchacha, que que cayó inconsciente en el acto.

De aquel tremendo golpe, Harriet no murió pero sufriría de vértigos, dolores de cabeza y desmayos de por vida. Sobrevivió y eso que las condiciones eran las perfectas para dejar este mundo, pues tenía una brecha enorme en la cabeza por la que perdió mucha sangre y nadie le prestó un mínimo de cuidados sanitarios… ¡Ni los animales recibían ese trato tan denigrante! Pero estaba destinada para algo muy grande y logró salir de aquel duro trance.

Comenzó a tener fama de mala esclava, desobediente y conflictiva.

Nacer esclava y morir como tal no formaba parte de sus planes y cuando llegó el momento perfecto Minty huyó con dos de sus hermanos dejando atrás Maryland, la tierra de sus padres y la que la vio nacer como también el lugar a donde llegaron sus antepasados traídos directamente del continente africano.

Andando estuvieron cerca de tres semanas hasta llegar a Pensilvania, ayudados por el camino por abolicionistas blancos, activistas cristianos y negros libres, que tenían establecida una ruta de huida denominada el ferrocarril subterráneo, encontrando paradas fiables por todo el camino en lo que se conoció como»las casas seguras», que utilizaban un código secreto de señales que solo ellos conocían, como el uso de la ropa tendida, un fuego o cualquier otro tipo de señal rudimentaria.

Atrás dejó a su familia y a un marido, con quien se casó por imposición de su madre y que se negó a huir con ella cuando llegó el momento. Cuando, tras haber dejado atrás casi 145 kilómetros, sintió que por fin era libre, Harriet (que así quiso que la llamaran) sintió una intensa emoción que quedó plasmada en su biografía:

Cuando supe que había atravesado la frontera, miré mis manos para comprobar si seguía siendo la misma persona. El sol con sus rayos dorados atravesaba los árboles y caía sobre los campos y yo sentí que estaba en el Cielo.

Y sintiéndose ya dueña de su destino, libre por fin en una tierra donde era considerada persona y no mercancía, la muchacha no podía dejar de pensar en su familia y a la mínima que ganó algo de dinero, deshizo el camino y regresó a Maryland para liberar a sus padres y a todo el que pudiera. Pues aunque parezca una locura, sin recursos apenas y sin educación ninguna, resultó la muchacha tener una mente tan brillante y era tan inteligente y astuta, como el mejor de los generales.

En esa primera expedición, rescató a varios esclavos, pero no a sus padres, eso no ocurrió hasta algunos años más tarde. En total, hizo el camino unas once veces, en una de las cuales rescató a sus hermanos, a sus padres (al marido no, porque ya se había casado con otra y estaba allí muy a gusto como para moverse, además era libre y no tenía por qué huir…¡En fin!) y a más de trescientos esclavos, que cuando por el camino flaqueaban o se cansaban sacaba Harriet una pistola y les decía: “Vivir en el norte o morir aquí”, entrándoles de golpe unas fuerzas y una convicción renovada que les salían alas en los pies.

Un alto precio que a ella le daba lo mismo porque no conocía el significado de la palabra cobardía. No bastándole todo lo que hizo por ella misma, se alió con la milicia del norte para acabar con la esclavitud de los estados sureños, ofreciéndose a llevar cartas secretas y convirtiéndose en un soldado más para luchar en las filas del ejército de Lincoln.

Pero eso solo lo hacía para darles “ánimos”, era su salvadora, el Moisés de los esclavos negros, no iba a hacerles daño después de que ponía en peligro su propia vida y hasta su cabeza ya tenía precio por las autoridades.

A Harriet Tubman se la conoce como «la conductora»

¿Quién se iba a imaginar que aquella niña endeble y respondona, se convertiría en todo un emblema de valentía y coraje, así como una defensora acérrima de los derechos humanos?

Harriet no solo se enfrascó en la libertad de su pueblo, sino que también colaboró para conseguir el derecho al sufragio femenino, dedicó su tiempo a obtener dinero para la educación de los antiguos esclavos, reunió ropa para los niños pobres y ayudó a los ancianos incapacitados para el trabajo.

Se puede afirmar que fue un ángel en la Tierra, un ser excepcional que después de todo lo que hizo, después de esa gran obra humana que llevó a cabo por sí misma, porque le nació del alma hacerlo, pasó todas las penurias del mundo y ni siquiera le fue reconocido el derecho a una pensión que aliviara sus horas de vejez. Tan solo le quedó una pequeña paga, pero de viudedad (porque entre tanto trajín se casó de segundas, cuando se quedó viuda del primero, claro) que no por méritos propios.

Vivió sin reconocimiento ni una buena economía más que merecida, pero eso sí, cuando falleció en Auburn el 10 de marzo de 1913, el ejército le rindió honores en un entierro de carácter militar y al año siguiente, la citada ciudad le dedicó un monumento en el jardín del Palacio de Justicia del Condado… Pues sí, muy emotivo, haciéndole justicia a posteriori.


Araminta Ross (Harriet Tubman) 1820/1913

Isamar Cabeza

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