Autores Iván Robledo Opinión Redactores Relatos Breves

Lo de los tontos por ciento

Uno no sabe cómo ser listo, y mucho me temo que así seguirá siendo.

He de confesarle, señora, que uno no sabe muy bien cómo ser listo. Pero mire que no se lo digo para preocuparla, no, que bien sé que usted es de aldea y sabe reconocer a los tontos aunque vengan en racimos, que si le digo lo de ser listo es porque a muchos les pasa con esa palabra que, de tanto usarla, pierde su sentido y su forma, como que se vuelve roma, sin gracia, igual que las piedras para descalabrar. Hoy día ocurre con lo de los listos igual que antes pasaba con lo de los tontos, que al final todo depende del compañero de mano y mesa, pero estará de acuerdo conmigo en que lo de los listos está siendo de mucha enjundia, casi como lo de volar y tapar el sol, que es cosa que usted tiene vista y comprobada con muchos porque es así, y cada día que pasa la cosa se complica.

Lo de ser listo hoy día parece que es como de año jubilar, que ya todos tienen el suyo, y eso que antes las cosas eran más fáciles, ya me comprende, antes bastaba con escuchar a alguien y enseguida se sabía si era listo porque hablaba poco y se esforzaba en hablar lo menos posible y, si podía, guardaba silencio; y lo mismo le digo (¡qué le voy a contar!) cuando se escuchaba a ese otro hablar acerca de todo y el acuerdo era unánime:

– Ese hombre es tonto.
– Sin remedio.

Y eso antes la gente lo sabía porque se notaba. Y además se podía decir.

Pero hoy no, parece extraño pero hoy no pasa eso, no se puede decir nada acerca de los tontos porque ya no hay tontos, de nada sirven las listas que esforzados como Cela hicieron sobre las distintas clases de tontos, y si las hubiera de listos mucho me temo, señora, que si volasen impedirían ver a esos otros que a su vez impiden ver el sol del que le hablaba antes, no sé si me explico. Lo que pasa (y no nos damos cuenta) es que las cosas cambian con el tiempo, que antes uno decía eso de “solo sé que no sé nada” y podía ser verdad, es difícil saberlo pero podía ser verdad; pero desde que Sócrates dijera aquello han pasado muchas cosas y algunas sí que las sabemos, y sería absurdo negarlo, como la capital de Hungría o el Atlético de Madrid, por decir solo dos cosas que no podía saber Sócrates, y con razón, pero nosotros sí sabemos, que era lo que le quería decir.

Lo cierto es que hoy la sensación es otra, la sensación hoy es de que se sabe de todo, o de casi todo, o de que al menos si juntamos lo que casi todos sabemos acerca de casi todo lo que se sabe es como si se supiera todo, y eso da mucho consuelo y proporciona una gran paz porque nos aleja de la oscuridad de la ignorancia de antes, cuando reconocíamos que sabíamos pocas cosas, y ni siquiera esas las sabíamos bien.

Que lo sepamos todo, o casi todo, nos permite dedicarnos a cosas más relajadas y gráciles, como tirarle piedras a los que no saben tanto, o casi nada. Que lo sepamos todo nos permite también dedicar parte de ese tiempo que antes empleábamos en estudiar y en procurar saber la razón de las cosas, a preocupaciones más gráciles como reírnos de las cosas que la gente creía saber antes, que si se fija bien la gente creía en cosas que eran la monda, y no como ahora que todo lo que sabemos es verdad porque sí, porque sabemos que lo es. Ahora lo difícil no es elegir la verdad, sino elegir a la persona que queremos que nos la diga porque podría ser casi cualquiera, y por eso hay quien usa originalísimos métodos que con el tiempo, esperemos, tampoco serán necesarios, como cuando uno empieza diciendo “Vaya por delante que yo….” para saber que se trata de lo contrario, o cuando se empieza a leer ”todos y todas” o fórmulas semejantes, que es cuando ya no se necesita leer más para saber cómo acaba el texto, en qué sentido y para qué.

Ya le decía al principio, señora, que uno no sabe cómo ser listo, y mucho me temo que así seguirá siendo. Cada vez quedan menos cosas por saber, o por casi saber, y cada vez queda menos gente que no sepa de todo, o de casi todo; el problema puede llegar (esperemos que no) cuando todos sepan todo lo que se puede saber porque no sabremos qué hacer, si inventar nuevas cosas para saberlas, esperar que nos digan otras cosas que debemos saber o empezar desde cero, que da pereza pero sería lo más lógico, así podríamos decidir por votación qué cosas queremos saber para el futuro y cuáles merecerán ir a la hoguera.

Iván Robledo Ray

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