“Me he dejado los conejos atrás ¡Y no me importa!” te atrapa la portada y su título en primera instancia -motivo primero que me hizo acercarme a él-, luego te quedas por sus historias. Para lectores curiosos y quizá un poco impacientes como yo, tranquilos, terminaréis la obra sabiendo el porqué de ese nombre tan peculiar.
La cita del comienzo ya es toda una declaración de intenciones de lo que podremos esperar si continuamos leyendo.
Sin querer destripar demasiado el contenido ni los temas de las diferentes historias que recoge este libro, diré que ya el primer relato, consigue dejarte pensando. Asintiendo con la cabeza como la jubilada número dos -quien lo lea lo entenderá- pero por motivos totalmente contrarios. A parte de pensando, me ha dejado con las mejillas algo coloradas, ya que lo que se relata es algo en lo que, lamentablemente, todos hemos caído alguna vez: dejarse arrastrar por los rumores o cotilleos y terminar dejándose llevar por ello, estropeándonos unos a otros incluso antes de darnos la oportunidad de conocernos. Un absurdo lamentable y recurrente.
Con las ganas de saber más y de reflexionar conmigo misma, seguí leyendo. Al hacerlo, nos encontramos relatos de todo tipo: éxito, fracaso; dudas existenciales y del sistema, violencia de género, el poder de la palabra, nuevas tecnologías. Crítica a unos y a otros.
Cada uno de nosotros empatizará más con unos o con otros, pero estoy convencida de habrá alguno que te haga pensar.
Como habréis deducido, es un libro de varios textos. Cada uno con su historia, cada historia con su reflexión. Historia y reflexión van tan de la mano en este libro que al principio lo empecé porque quería conocer la historia que me iba a encontrar, pero luego tras algún relato que me daba una colleja amiga, empezaba el siguiente queriendo saber qué me iba a enseñar.
Destacar la capacidad de crear personajes del autor. Porque aunque sean relatos cortos -diez páginas aproximadamente cada uno- y sea imposible profundizar en ellos, el autor ha conseguido darnos las pinceladas exactas de cada uno para que nos dé tiempo a conocerlos. Y, aunque se destaque mucho la personalidad de cada uno, pudiendo llegar a estereotiparlos para poder llegar al mensaje en ese corto tiempo, es un personaje desarrollado e interesante, consiguiendo no caer en un simple cliché sin más. Sin olvidarnos además, de la complejidad de crear personajes, y esta historia es una familia de las grandes.
Quisiera cerrar esta reseña con dos frases que me han gustado, una por su reflexión: “se puede tener miedo a las alturas con los pies en la tierra”
y esta por ocurrente y divertida: “Jesucristos del todo a cien”. Resaltar también alguna de las historias que me han gustado más: el primero, como ya he dicho, porque empieza dando en la diana. El capítulo “Caroline” -al más estilo “Black Mirror”- tema en auge y necesario, que consigue poner los pelitos de punta, sobre todo la escena de la niña.
Para terminar, esta vez de verdad, «Todas las palabras vacías» te hace pensar y reír porque es irónico que un escritor diga que las palabras sobran y quizá sea a su vez, el más indicado para hacerlo. Un texto reflexivo y estilísticamente bonito y elegante, con el que termino, no sin antes recomendando leer a Gerardo.
«Odio las palabras, no hacen más que deformar nuestro pensamiento
y transformar las sensaciones que experimentamos en breves simulacros de emoción que sucumben a una eterna paja llorona». Y volvió a
romper a reír, así que añadí:
«De hecho, ahora que tú callas y yo hablo sin parar, me doy cuenta
de que nos sobran las palabras. Porque nos empachamos de ellas; nos
conformándonos con actuar sobre este gran escenario, disfrazados de
miedo e inquietudes, mientras que se nos pasa la vida inmersos en una
continua negación». Y por un instante dejó de reír.
Si te ha gustado el artículo, por favor, compra el libro. Muchas gracias
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