Me gusta adelantarme a los hechos, me gusta jugar a la adivina que se anticipa al contenido de una obra con tan solo observar su portada. Todo importa, la imagen que la representa, el título y hasta la fuente que se ha utilizado.
Tener El hombre que fue jueves entre las manos ya me adelanta la calidad de la obra, el mimo con el que se ha elaborado… Mi primera sorpresa es que no tiene un autor, tiene veinte, nueve miradas femeninas entrelazadas con once voces masculinas que surtirán las páginas de esta obra como si fueran aves migratorias de muchos lugares distintos y eso, ya nos da otra pista: hay mucha diversidad… ¡Viva, la diversidad!
No puedo adentrarme en los poemas que inundan las hojas de este poemario sin detenerme un poco más en el título y es que es tan… misterioso. Me sugiere de manera inevitable a aquel personaje indígena, a aquel tan famoso de la novela de Defoe, el compañero indígena de Robinson Crusoe, por aquello de llamarse como un día de la semana, pero a la vez no le encuentro conexión ninguna. Jueves, ¿por qué jueves y no sábado?… ¿Será por aquello de que el jueves siempre está en medio, por eso del incordio que da que esté en ese lugar? Quizás sea ese el propósito, estar ahí para hacerse notar y lo encontraría justo, justificado y necesario, porque de poesía se trata, tan solo de poesía, ni más ni menos.
Tan inevitable me resulta recordar a «Viernes», como visualizar las imágenes de aquella revista tan fantástica que usaba el mismo sustantivo y que tanta polémica ha levantado con las maravillosas ilustraciones de Fer (José Antonio Fernández) y sus artículos cargados de sátira.
Si nos vamos a lo obvio, aún más inevitable resulta pensar en la posibilidad de que el título sea en honor a la novela de G.K. Chersterton, The man who was Thursday, y la discusión que se establece entre sus protagonistas, dos poetas, Lucian Gregory y Gabriel Syme, en cuanto al propósito de la poesía… pero eso es otro cantar.
El hombre que fue jueves, me sugiere también que encarna con total pretensión ser el punto de discordia, representar esos colores que oscilan entre el blanco y el negro, alejado de los grises tristes y moribundos, alejado de los extremos categóricos que se encuadran férreamente a una visión y no son capaces de ver más allá de los límites que se imponen. Ese punto discordante que enerva, que confunde, que desconcierta, pero que también muestra unos matices tan increíbles que opacan cualquier realidad impuesta y asumida como estándar. Un punto que simboliza una nota de color indefinida que paradójicamente define a la indefinible, eso es, a la poesía. Y es que «ese hombre que fue» viene cargado de voces que se levantan haciendo apología a la más grande, a la más auténtica, haciendo alarde de un muestrario dispar y generoso. En este poemario no hay límites métricos, ni nexos generacionales, ni temáticos, solo hay devoción y pasión por la poesía, por crear desde cada una de sus realidades esos versos que transportan sus sueños, sus anhelos, sus fantasías, sus miedos, su interior en fin. Los poetas y poetisas de este poemario se han reunido, tal como lo hicieran los caballeros de la mesa redonda ante el rey Arturo, para ofrecer sus habilidades y sus conocimientos ante su majestad, que esta vez no es rey, sino reina.
Veinte percepciones distintas de un mismo objetivo y todos ellos y ellas aportando algo diferente de los de al lado, matices de pintor que tamiza la realidad según su propio prisma.
Un poemario cargado de sorpresas, pues de un autor a otro es inevitable cambiar de paisaje de golpe, es como saltar de un rocoso panorama de montaña al relajado ambiente de un lago, como observar un bosque sombrío y llegar de manera inesperada a una playa dorada amenizada por una bandada de gaviotas salvajes y ruidosas.
¿Qué es poesía? ¡Quién lo sabe! Sin embargo, si se busca, se encuentra donde anidan los versos y en este poemario hay mucho poema, alternando con notas biográficas y reseñas que pretenden definir al autor. No está de más, pero son los poemas los que desnudan al poeta verdaderamente, con o sin su consentimiento.
En el hombre que fue jueves, existe una danza de estilos, de versos de variada métrica que forman una coreografía apabullante y descaradamente rica. En su diversidad está su encanto, su atractivo, es como si todos juntos formaran un hermoso árbol y cada uno de ellos representara una parte de ese árbol: uno sería la hoja, y describiría lo que como hoja siente, otro sería la raíz y otro el tronco que todo lo sostiene.
Posdata: lo bueno, es que la letra pequeña anuncia una continuación, una «amenaza», que en esta ocasión se agradece, no se teme, se espera.
Si te ha gustado, por favor, compra el libro. Muchas gracias
¡Qué maravilla!
Muchas gracias
Me encanta! Muchísimas gracias
Me alegro mucho
Isamar Cabeza, con su comentario, nos atrapa y envuelve en un hechizo de incertidumbre y misterio.
Partiendo de la sugerente máxima de Juan Ramón de no dividir la vida en días, sino los días en vidas, nos lleva de la mano para que no nos perdamos o pasemos de largo, llamemos a la puerta y descubramos cómo las ven, las sienten, las viven y cuentan las veinte voces solistas que componen la orquesta del poemario colectivo “El hombre que fue jueves”.
Y si lo dice Isamar, no lo duden, el libro tiene latidos y respira y su melodía suena bien.
Muchísimas gracias por tan generoso comentario, Felipe. Sempre es un placer y un honor recibir su percepción de mis escritos. Un cordial abrazo.