No hace falta que le cuente, señora, que hay gente muy sesuda. Mucha. Y que lo es mucho. Cráneos privilegiados. Se sorprendería cuántos. Algunas veces parece que toda la gente es muy sesuda y entonces se pregunta uno que para qué se ha levantado ese día. Porque hay días, créame, que la gente está tremenda, y esos días es cuando aprovecha uno para comprar puerros y otras cosas que no se necesitan tanto.

Y es que la gente que es de verdad, la gente sesuda, la gente que un día huele bien, no se deja llevar por las canciones de las sirenas, entiéndame, esas cantinelas para comprar que nos cuelan las grandes superficies (antes, como recordará, cuando solo estaba El Corte Inglés se podía decir unos ‘grandes almacenes’ para no pronunciar El Corte Inglés, pero ya no), porque la gente es lista, algunos incluso astutos y los demás, casi todos los demás, están en eso de la batalla cultural o las agendas para arreglar el mundo, y eso no les deja tiempo para lo venial.

Uno, cuando ve estas cosas, se acuerda de usted y de por qué se dice que los ancianos se vuelven como niños y nunca se cuenta que los niños (los niños de cualquier edad, claro) son como ancianos en odres nuevos. Y uno cree que eso es verdad, y que entre medio solo somos pobres idiotas durante esos años en los que nos esforzamos en hacer lo que podemos. Los niños son en realidad ancianos que asemejan tener pocos años, o que acaban de nacer, pero con una experiencia, una sensatez y una vida ya vivida que, por cosas sí vienen a cuento pero mejor no, se va olvidando a lo largo de los años. Los niños no tienen miedo al ridículo, eso es algo que aprenden antes de nacer de manos de los abuelos, esos que nunca temen el que dirán porque a su edad les importa lo justito, que los viejos cumplen años como quien come avellanas mientras que uno se duele de cada aniversario que le acerca a la pataqueira.

Le cuento todo esto porque a los ancianos y a los niños les gusta (¡y cómo!) lo del día de San Valentín y a uno, sin saber el motivo, le parece cosa de mucha alegría ver cómo lo celebran. A otros no les parece bien, claro, y así debe ser, que no todos han de dejarse llevar por semejante mercantilización neoyorquina, por el consumismo pagano o por el despilfarro capitalístico, y está muy bien que así sea. Los señores sesudos y las señoras que no están para tonterías no se dejan llevar así como así por el consumismo ateo en un día de despilfarro. Los demás días quizá sí, pero ese día no, por eso decimos que son sesudos e inteligentes, porque lo hacen movidos por su inteligencia, la que les lleva a ser fuertes y a rechazar comprar ese día señalado, que los demás día sí, y si comprar muchos más días si pueden, que generalmente pueden porque no les pasa como a los pobres, esos desgraciados que compran y celebran cuando pueden, claro, y no cuando las grandes superficies dicen que hay que comprar o cuando los sesudos dicen que no se dejen engañar y no compren, salvo si son libros suyos (que en esos casos, y solo en esos, sí pueden regalar por San Valentín, aclaran), que los pobres, por esas cosas que les pasan a los pobres, por no tener no tienen ni tiempo para pensar en cosas sesudas, y así les va. Porque estas cosas ocurren, qué quiere que le diga señora, pero no crea que todo esto se lo cuento para descubrirle nada nuevo, que bien sé que usted es de aldea y lo de las señoras sesudas se arregla como con lo del ratibrón, sino para que comprenda en qué mundo nos ha tocado no vivir.

No sé qué pensará usted, pero creo que antes las cosas eran más fáciles, y eso de que sean los niños y los abuelos los únicos a los que no les importa decir en público que celebran lo de San Valentín es cosa de mucha reflexión, no reflexión sesuda de tribuna de periódico que antes de leerle ya huele a pescado del día siguiente, sino reflexión de sobremesa, de las de esas casas en las que siempre hay habas cociendo. Será por eso que dicen que los niños y los viejos siempre dicen la verdad, pero eso no es cierto, es solo una mentira piadosa, bonita pero mentira, que también lo dicen de los borrachos pero eso no se sabe seguro porque casi nunca se les entiende. En cambio lo de San Valentín sí es cierto, los niños y los abuelos no ven la segunda cadena, no les importa reconocer que tienen tele en casa porque no les importa el impresionar a nadie, ni que compren sus libros, ni les interesa que un famoso les diga ‘hola’, y leen lo que les gusta y, cuando pueden van, o vuelven, al lío. Será porque los niños y los viejitos saben que hay citas que duran siempre. Todavía.

Iván Robledo Ray

Cartas a esta señora

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