Déjeme que le hable, señora, de lo mucho que le gusta a la gente aplaudir ahora, ¡le sorprendería saber cuánto!. Uno siempre creyó que aplaudir era fácil, que bastaba hacer así y así, pero no. Aplaudir es difícil, y hacerlo además al compás no es difícil sino un arte, que es distinto, todo hay que decirlo; pero eso no es aplaudir, como tampoco es lo mismo aplaudir que tocar palmas, y menos aún hacer palmas, que todo eso son maneras distintas de hacer cosas que no tienen nada que ver.
Lo que le digo de aplaudir es una cosa que no consigo explicarle del todo, que bien sé que usted es de aldea y allí las cosas raras se curan espabilando amodo. Antes la gente era de mucho aplaudir, a la gente le gustaba algo y aplaudía, o decía olé, o cáspita (entre otras exclamaciones más bizarras) y cosas así, pero ya no. La gente antes era de mucho requiebro y era espontánea porque sí, pero ya no. Ahora se aplaude más pero como en los programas de televisión, que sale un señor con un cartel y se aplaude hasta que se dice, y ya está. Hemos perdido en alegría, pero hay que reconocer que los aplausos son más bonitos y rectilíneos, ¡dónde van a parar!, y no como antes, que eran como de feria de ganado. Hemos aprendido a aplaudir y ya no es como aplaudían los abuelos, que siempre parecía que acababa de meter un gol nuestro equipo. Ahora se aplaude con orgullo y honra, con satisfacción, hay quien con deleite y quien con arrobo; hay aplausos de muchos quilates, que la gente se lava las manos antes de aplaudir por decoro y aseo, y el aplauso retumba genuflexo y compartido, el aplauso de las gentes que aplauden bien suena a ondear de banderas, es un murmullo que se hace rumor, y ese rumor se hace plegaria. También puede que no sea así, pero a veces lo parece.
No sé qué opinará usted, pero a veces se sorprende uno aplaudiendo solo y se siente mal ahora que el aplauso es de todos. Aplaudir lo que a uno le gusta y no lo que se debe aplaudir genera sentimientos encontrados, que hay quien apaga la luz y aplaude flojo, muy flojo, que es otra forma de hacer las cosas, pero luego esa gente se siente mal. Todo evoluciona y el aplauso como elemento de cohesión social, pues también, señora. Todos hemos visto y oído aplausos que nos emocionan, aplausos tan hermosos y electrizantes que generaban nuevos aplausos, se aplaudía tan bien que la gente aplaudía a los que aplaudían, y todo se hacía fiesta. Hasta que nos decían que ya, que era suficiente, que muchas gracias y que ya nos avisarían de nuevo. Hemos cambiado pero ahora sí, ahora de verdad, sabemos aplaudir. Pero sobre todo sabemos cuándo hay que aplaudir o, mejor aún, hay quien lo sabe mejor que uno, que esto hace al aplaudir tarea mucho más descansada.
Y sin embargo también conocemos cosas que subsisten porque unas pocas personas, a veces una sola, le aplauden. Eso no está bien, dirán algunos, pero si esa persona no aplaude ese algo absurdo y sin sentido que le gusta, esa cosa absurda y sin sentido se perderá para siempre; como lo oye, señora, se perderá para siempre. Hay quien ya solo aplaude cuando hay que aplaudir, pero también hay gente (cada vez menos, muy pocas) que aplaude cuando le sale de las palmas de las manos o del alma (no siempre es fácil distinguirlo), y no le importa otra cosa, aplaude lo que le gusta y cuando le gusta, y aplaude con quien quiere y dónde quiere, que no hay zócalo malo ni portal que de miedo.
Ya sabe que dicen que cuando alguien señala a la luna hay que mirar a la luna y no al dedo, que hay quien mira el dedo pero que lo que hay que mirar es la luna. Estas cosas a uno le dan igual, uno ha visto su dedo y, cuando señala a la luna, siempre mira ese dedo, señora, y no puede dejar de mirarlo. Dicen que eso no está bien, que hay que mirar a la luna, y uno se sonríe porque uno ha visto ese dedo colocar un mechón detrás de su oreja, y a eso no se atreve la luna. A uno le gusta mirar los dedos que señalan a la luna porque son dedos que han trabajado, dedos que han amado, que se han secado las lágrimas, dedos que han abrazado, que han muerto y matado de amor, dedos que en los labios han mandado guardar silencio, dedos que, al levantar una mano, saben dónde estamos.
Deje que sigan mirando la luna. Allá ellos, allá. O no.
Cartas a esta señora
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