La Moncloa Abierta. Entrada

Me hubiese gustado realizar esta entrevista a mi buena amiga María Ángeles López de Celis de forma presencial, pero las restricciones por razones sanitarias que hemos vivido nos condicionaron a hacerla telefónicamente. Sus consideraciones con respecto al llamado “ESPÍRITU DE LA TRANSICIÓN”, encarnado por aceptación social generalizada en la figura de Adolfo Suárez, y las enseñanzas éticas y morales que puedan extraer de él las futuras generaciones son del máximo interés.

María Ángeles López de Celis ha formado parte durante 32 años de la Secretaría de los primeros cinco Presidentes del Gobierno de la democracia. Es escritora, psicóloga y funcionaria de carrera. Posee la Cruz de la Orden del Mérito Civil, concedida en atención a sus méritos por su Majestad el Rey en el año 2006.

María Ángeles López de Celis
María Ángeles López de Celis

Nos conocimos en un lugar singular hace ya algunos años: El Museo de la Palabra. Sí, han escuchado bien: El Museo de la Palabra. Una Casa-Palacio ubicada en el toledano pueblo de Quero, en el corazón de la ruta cervantina, cuya principal razón de ser no es otra que poner en valor un concepto universal: La palabra. La palabra como vínculo entre los pueblos, y el lenguaje como la estructura que nos une y nos singulariza como seres humanos. La palabra, pues, como la principal herramienta de la cultura, del entendimiento y la distensión.

Debo aclarar al lector que “El Museo de la Palabra” no expone nada. Es un foro, un lugar de encuentro que apoya y fomenta el diálogo entre las distintas culturas, ideas, religiones y sensibilidades. La existencia de este diálogo es, en sí misma, una pieza museística. El “Museo de la Palabra” es el único museo virtual del mundo en el que nada está expuesto y que pervive en la red, realizando y trasladando sus actividades culturales desde esa plataforma a todo el mundo.

El destino quiso que me encontrara con María Ángeles López de Celis en este sacrosanto lugar concebido para honrar la palabra. César Egido, empresario y promotor cultural y deportivo, Presidente de la Fundación que lleva su nombre, organizó un encuentro con periodistas de diferentes medios en la majestuosa Casa-Palacio “Museo de la Palabra” de Quero (Toledo). El protocolo de este evento determinó que me sentara justo en el centro de una larga mesa, vestida para la degustación de un menú cervantino que, ya les adelanto, que, si en alguna ocasión se ven en la obligación de enfrentarse a él, es preferible que vayan en ayunas por varias lunas. Este protocolo había prefijado también que a mi derecha se situara el conocido periodista y analista político burgalés Graciano Palomo, y a mi izquierda, María Ángeles López de Celis, a quien no tenía el gusto de conocer. Frente a mí, José Manuel Oneto Revuelta, más conocido como Pepe Oneto​, Sería muy osado por mi parte calificar a Pepe Oneto, porque Pepe Oneto será siempre Pepe Oneto… y punto.

Y un último detalle por mi parte, antes de entrar en materia, sobre el contexto en que se produjo mi primer contacto con María Ángeles López de Celis. Es para salir al encuentro de algún avispado lector que podría estar ya “echando cuentas” y sacar determinadas conclusiones en relación con las inclinaciones ideológicas de las tres ilustres personalidades, anteriormente citadas, con las que tuve el honor de compartir mesa y mantel. El Sr. César Egido, al que hoy recordamos con enorme afecto, tras su partida de este mundo poco antes de que finalizara el aciago año 2020, era un hombre exquisito en el trato y concienzudo hasta en los más mínimos detalles, pero me cuesta creer que hasta el punto de haber dispuesto la colocación de los comensales en función de sus adscripciones ideológicas. Por lo tanto, y para cerrar definitivamente este trato: cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia en este caso… O, quizás, sí.

No viene al caso que detalle cómo se fue desarrollando aquella suculenta comida cervantina. Dejémoslo en que fue para todos nosotros inolvidable. Para María Ángeles López de Celis y un servidor, además, supuso el comienzo de una potente amistad. Desde entonces —pase lo que pase— siempre nos quedará Quero y “El Museo de la Palabra”.

Siempre que hablo con María Ángeles me viene a la memoria de forma recurrente la imagen del paseo de los plátanos del Palacio de la Moncloa, esos árboles maravillosos que ella vio crecer y, ellos a ella, envejecer. En su presencia, real o virtual, no veo el edificio político-administrativo que es, sino el Palacio construido por el arquitecto Diego Méndez, siguiendo el modelo de la Casa del Labrador de Aranjuez. En fin, cuando hablo con María Ángeles —y para esto da igual que sea de forma presencial o virtual— siempre contemplo con los ojos del alma este Palacio, morada de nuestros Presidentes del Gobierno y sus familias. Desconozco si ella los ha visto en zapatillas alguna vez, pero de lo que estoy seguro, sin embargo, es de que les ha observado muy de cerca en momentos de felicidad y de triunfo, de desgracia y frustración… ¡Porque ella estaba allí!

La Moncloa Plátanos Jardín
Fuente: La Moncloa Abierta

¿Qué tal, querida amiga?¿Cómo estás?

—Pues bien. Francamente bien y encantada de regresar a Toledo —telemáticamente, claro está— para hacer esta entrevista tan especial. Muchas gracias, de verdad, José Antonio, por contar conmigo para formar parte de este proyecto tuyo tan atractivo como oportuno.

Por cierto, después de tanto tiempo de confinamiento por el tema de la pandemia, ¿te has observado algún síntoma psicológico adverso? ¡Qué sé yo… parecido al llamado “Síndrome de la Moncloa”?

—Ja, ja, ja. Tú siempre con tu característica ironía. Pero, bueno, ya que sacas el tema no seré yo quien lo soslaye. Así que te aclaro que el conocido como “Síndrome de la Moncloa” es totalmente cierto. Se trata de un conjunto de síntomas que comienza a aparecer, de una manera paulatina, en toda persona que detenta poder. Forma parte de la naturaleza humana, tan vulnerable a los oropeles del poder y la riqueza. Creo que cualquiera de nosotros, si llegara a ejercer el poder desde la Moncloa, también desarrollaría este síndrome.

—Vamos… que lo de estar encerrados —políticamente hablando, claro— no es bueno para la salud psíquica.

—Efectivamente. Por eso siempre digo que una forma de combatir el cesarismo y el encastillamiento en el que irremediablemente sucumben los inquilinos de la presidencia del Gobierno y les hace olvidarse de sus promesas y buenos propósitos, es salir más a la calle y escuchar a la gente, pulsar sus inquietudes y preocupaciones sobre el terreno.

—Por cierto, hablando de inquilinos de la Moncloa. ¿Cómo crees que tendrían que ser idealmente?

—Pues, verás, José Antonio. Para Ortega y Gasset, el poder debería otorgarse solo a las personas que dieran muestras inequívocas de verdadero altruismo, que tengan las manos y la mirada limpias y cuyo objetivo sea servir y no ser servidos. Este es, a mi juicio, el prototipo del buen inquilino de la Moncloa.

—No voy a pedirte que me expongas tu opinión acerca de si todos los jefes supremos que tuviste en tu etapa de la Secretaría de la Presidencia del Gobierno reúnen estos requisitos, porque te pondría en serios apuros pero… ¿podrías señalarme una cualidad humana característica de la personalidad de cada uno?

—Sí, claro… ¡Cómo no! Yo destacaría la calidez de Adolfo Suárez; la coherencia de Leopoldo Calvo-Sotelo; el carisma de Felipe González; la capacidad de trabajo de José María Aznar; y el talante de José Luis Rodríguez Zapatero. No puedo calificar a Mariano Rajoy y a Pedro Sánchez, porque no los he conocido como jefes.

—¿Me permites que te muestre mi “envidia sana” por haber tenido el privilegio de haber podido conocer a estos prohombres de la historia política de España?

—Soy plenamente consciente de este privilegio. A menudo me recuerdo a mí misma durante las tres décadas largas que pasé en el Palacio de la Moncloa al servicio de aquellos hombres que fueron mis jefes y que dirigieron los destinos de España. Y sí, ciertamente, estoy muy agradecida a la vida por la oportunidad que me ha dado de haber vivido “en vivo y en directo”, como decís los periodistas audiovisuales, la llamada “Transición Española”, una época apasionante de la Historia de España, junto a sus principales protagonistas. Para mí representa un honor como trabajadora y como española.

—Ya que has pronunciado la palabra “trabajadora”, dime, por favor, ¿cómo es el Complejo de la Moncloa, para una trabajadora?

—Bueno, lo primero que debo aclarar es que la Presidencia del Gobierno de aquellos años de la Transición en que yo empecé a trabajar no tiene nada que ver con el Complejo presidencial que hoy es la sede del Ejecutivo: uno de los espacios más extensos y mejor dotados de Europa. Estamos hablando de un complejo de más de 58.000 m2, 14 edificios, 2.500 personas trabajando, helipuerto, búnker. En definitiva, una auténtica miniciudad.

Fuente: La Moncloa Abierta

Mira, José Antonio. Cuando yo aterricé en Moncloa, en 1978, el Complejo constaba solo de tres o cuatro edificios destartalados; viveros y laboratorios pertenecientes al Ministerio de Agricultura; ningún glamour; cero medidas de seguridad, con un terrorismo que nos golpeaba dos o tres veces por semana; autobuses municipales atravesando el complejo… En fin… algo impensable en nuestros días. Pero nuestro entusiasmo era infinito…

—¡Y bien que lo era! Ese entusiasmo infinito fue el que consiguió cambiar la historia de España. La que le permitió a Adolfo Suárez afirmar que “El futuro no está escrito, porque solo el pueblo puede escribirlo”.

Ciertamente, José Antonio. Mi jefe, Adolfo Suárez, en su fuero interno sabía que estaba destinado a protagonizar uno de los episodios más apasionantes de la historia de España: el proceso de transición de la dictadura a la democracia. Esto lo estimulaba de tal manera, que le hacía percibir cualquier obstáculo —y mira que los hubo— más que como una piedra insalvable en el camino, como una oportunidad para llevar a España hacia un nuevo horizonte de libertades.

—Tú pisaste el complejo de la Moncloa un martes 28 de noviembre. ¿Cómo lo recuerdas?

—Como si fuera ayer. Corría el año 1978, y faltaban tan solo unos días para el referéndum de la Constitución. Aquel día, el Palacio tenía un aspecto fantasmagórico. Cuando miro hacia atrás siempre me viene a la memoria una estampa puramente otoñal: la temperatura que comienza a descender; las hojas de los árboles que cambian su color verde por los tonos ocres hasta que se secan y caen al suelo. Las aceras y los jardines cubiertos por aquellas preciosas hojas. Recuerdo vivamente que llegué acompañada por mi padre hasta la misma verja. Me había puesto un traje de chaqueta gris marengo, probablemente el único que tenía. Era muy temprano, tanto que sorprendí al guardia civil de la garita. Una vez ya dentro del recinto, algunos jardineros y el personal de la cocina, que a su vez iban llegando, me invitaron a tomar un café. Cuando por fin dieron las nueve, se me indicó que debía esperar en la antesala del Secretario General de la Presidencia. Entonces, solo tenía 21 años, estaba muy impresionada y no me atrevía ni a respirar. Finalmente, me senté con mucho cuidado en uno de esos butacones con telas adamascadas y pan de oro. Coloqué mi bolso sobre las rodillas y tomé uno de los periódicos que había sobre una mesa. De golpe, se abrió la puerta, produciéndome un sobresalto de tal magnitud que cayeron al suelo bolso y periódico. Un militar de altísima graduación había irrumpido de este modo en la sala. ¡Tranquila, hija, tranquila! —me dijo disculpándose—. Siento haberla asustado. En aquellas circunstancias no supe ni qué contestar, no me salían las palabras y me puse roja como una amapola. Aquel militar no era otro que el Teniente General don Manuel Gutiérrez Mellado. Claro que… ¿cómo iba yo a adivinar por entonces que me encontraba en presencia de un hombre para la Historia, crucial en la operación de tránsito diseñada por Adolfo Suárez y Su Majestad el Rey Juan Carlos I.

—Madre mía ¡Qué testimonio más impresionante! Apareció por allí y en aquel preciso instante nada menos que el General Gutiérrez Mellado, otro de los grandes protagonistas de la hazaña de la Transición. Una de las tres figuras que Javier Cercas destaca en su obra “Anatomía de un instante”: aquel instante en que Adolfo Suárez permaneció sentado en su escaño en la tarde del 23 de febrero de 1981, mientras las balas de los golpistas zumbaban a su alrededor en el hemiciclo del Congreso de los Diputados y todos los demás parlamentarios, salvo el general Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo, buscaban refugio bajo sus asientos.

—Eso es. Los tres representan la imagen del valor y la dignidad. La fidelidad del General Gutiérrez Mellado hacia Adolfo Suárez fue inquebrantable hasta el final de su carrera política.

Manuel Gutiérrez Mellado, vicepresidente 1º y de Asuntos de Defensa, felicita a Adolfo Suárez González, presidente del Gobierno, después de haber conseguido la confianza de la Cámara. Fuente: Wikipedia

—Vamos, que se podría decir que estamos ante dos hombres y un destino. En este sentido, Javier Cercas comenta en “Anatomía de un instante” que esta fidelidad hay que atribuirla al sentido de gratitud y disciplina de Gutiérrez Mellado a quien Suárez había convertido en el primer militar del ejército tras el Rey y en el segundo hombre más poderoso del gobierno. Sin embargo, al margen de las circunstancias políticas que les unieron, eran dos hombres opuestos en todo.

—Fíjate si les unieron, José Antonio. Te voy a contar una anécdota que refleja gráficamente los momentos de especial dificultad en los que se tomaban decisiones trascendentales. Por pura casualidad, escuché personalmente una conversación entre ambos, sin duda, con escaso nivel de confidencialidad. Los dos de pie en el salón de columnas del palacio, en lo que parecía una charla informal. Adolfo Suárez le interrogaba al General Gutiérrez Mellado sobre la aceptación del proceso democrático por parte del Ejército: “Pero dime Manolo, de verdad, de verdad, cuántos somos?” A lo que el General le respondió: “Seguros, seguros, dos: tú y yo”. Es de sobra conocido el ruido de sables que inundaba los cuarteles y que, finalmente, dieron lugar a la intentona golpista del 23-F.

—¡Sobrecogedor! Pero volvamos a esos días tan entrañables para ti. ¿Cómo recuerdas tu primera Navidad en la Moncloa?

—La recuerdo con mucho cariño. Todos los trabajadores nos sentíamos como pertenecientes a una pequeña gran familia. Yo, por entonces, tenía 21 años y era “la niña”. No era raro que nuestro jefe, el Presidente del Gobierno, tomara café con nosotros y se interesara por nuestras familias y nuestras circunstancias. Y siempre con una sonrisa y su perpetuo agradecimiento. Nos recordaba cada día lo importantes que éramos todos y cada uno de nosotros para conseguir los propósitos que nos conducirían al cambio.

Adolfo Suárez. Fuente: Wikipedia

Recuerdo la anécdota ocurrida unos días antes de Nochebuena en la que todos los compañeros fuimos a comer al restaurante Portonovo, cercano al Complejo, para celebrar las navidades. El presidente Suárez excusó su asistencia, pero cuando estábamos en los postres, se presentó de improviso. ¡No pensaríais que me lo iba a perder!, nos dijo. Después brindamos, reímos y hasta cantamos. Por cierto, era la primera vez en mi vida que yo probaba las ostras y me sentaron fatal. Así que tuve que estar durante unos días a base de arroz blanco y manzanillas; pero eso no fue lo peor; lo peor fue soportar toda clase de bromitas de mis compañeros sobre mi burdo paladar y mi delicado estómago.

—Vaya. Creo que tus compañeros de entonces deberían saber que el trabajo de una secretaria de alta dirección es tragar sapos y culebras con frecuencia y luego poder digerirlos, con grandes dosis de manzanilla.

—¡Y tanto! La secretaria perfecta es aquella en la que su jefe confía plenamente. Y para esta tarea no es suficiente manejar bien el Word o confeccionar elaborados Power Points; y, máxime, cuando hablamos de una época en que la confidencialidad era un valor de la máxima importancia y no contábamos con herramientas ni recursos como los actuales; me refiero a que aún no disponíamos de ordenadores y los teléfonos móviles no formaban parte de la vida de los españoles, Google no existía, y tomábamos nuestras notas al dictado en taquigrafía… Sé que esto suena al Pleistoceno, pero solo han pasado cuarenta años.

—Claro. Por cierto, tú comenzaste tu trabajo profesional de secretaria de alta dirección precisamente con Adolfo Suárez, cuando era Ministro Secretario General del Movimiento y Carlos Arias Navarro, Presidente del Gobierno. ¿Se vislumbraban por entonces sus anhelos de alcanzar la Presidencia del Gobierno?

—Sí. A Adolfo Suárez solo le importaban dos cosas en la vida: la política y su familia. Nunca le movió otro tipo de ambición. Su amor por España y su lealtad al Rey, con quien planificó la hoja de ruta que conduciría a nuestro país a la democracia, le impulsaron con determinación hacia la consecución de una “misión imposible”, utilizando una expresión cinematográfica. La alta “misión” que él protagonizó e hizo “posible” no fue otra que acercarnos a Europa y traer un futuro de paz y libertad para España… ¿Quiere alguien decirme si existe algo más importante?

—Los detalles de estos momentos cruciales para la Historia de España los has contado en tu obra “Los presidentes en zapatillas”. ¿Qué te movió a escribir este libro, imprescindible para conocer esos necesarios “trabajos de fontanería” que construyeron el gran edificio de la democracia española?

—Yo diría, con permiso del gran Unamuno, que mi obra “Los presidentes en zapatillas” es una especie de “intrahistoria” porque contiene información sensible y única que nunca recogieron los periódicos de la época, ni tampoco los múltiples libros que se han escrito después sobre la Transición. Pero, en honor a la verdad, he de confesar que la idea no fue mía. La directora de la Editorial Espasa, a través, de una amiga común, tuvo conocimiento de mi existencia, y fue quien me propuso escribir ese libro, amparada en el argumento de que se trataba de un testimonio para la historia, la historia intramuros de la sede del poder Ejecutivo, que solo podía contar yo. Y eso hice, contar el devenir de tres décadas de la historia reciente de España, desde el punto de vista de una trabajadora. Solo espero que sea útil a las futuras generaciones de historiadores.

—Sí, podría servir como analogía. Nuestro gran humanista de la Generación del 98 decía que lo que cuentan los periódicos podría compararse con la superficie del mar; una superficie que se hiela y cristaliza en los libros y registros. Sin embargo, en el fondo de este mar, es donde precisamente se gestan la mayoría de los grandes hitos históricos. Y, ahora, si te parece, me gustaría que te pusieras en modo “filósofo” o, si lo prefieres, “psicólogo”. Quiero conocer tu opinión sobre la tensa situación política y social actual, no solo en España, sino en el mundo. Y es que hoy vivimos, como bien sabes, en estado permanente de agresividad, ansiedad e intolerancia nunca antes visto. La gente se irrita por nada, te increpa al menor error, o, aún peor, te ignora. Algo que contrasta con aquella etapa de la Transición convulsa —no cabe duda— pero donde el entusiasmo, la aceptación del diferente y la confianza en un futuro mejor se respiraba por los cuatro costados.

—Ciertamente. Esos tiempos cercanos parecen historia lejana. El consenso y la búsqueda de soluciones satisfactorias para todos fue lo que caracterizó esencialmente a este periodo tan convulso de la Historia de España. Adolfo Suárez, como líder del partido mayoritario y Presidente del Gobierno, encarnó este espíritu, compartido por la mayoría de las fuerzas políticas y la sociedad en su conjunto. Un espíritu que fue más allá de la búsqueda de la armonía y la convergencia, pues alcanzó cuestiones económicas y sociales, algunas de las cuales de elevada urgencia e importancia. Los ejemplos son numerosos, aunque el paso del tiempo haya hecho olvidar algunos y perder matices a otros. Los famosos “Pactos de la Moncloa”, fueron claramente un ejemplo de obra colectiva, y de sentido de Estado por parte de todos sus protagonistas.

Los Pactos de La Moncloa es un documento de 44 folios que se firmó en La Moncloa a las 14:15 horas del 25 de octubre de 1977 sobre medidas económicas fue firmado por diez personas. En primer lugar el entonces presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, y después por este orden por: Felipe González (PSOE), Joan Reventós (Partit Socialista de Catalunya), Josep María Triginer (Federación Catalana del PSOE), Manuel Fraga (Alianza Popular), Enrique Tierno (Partido Socialista Popular), Juan Ajuriaguerra (PNV), Miguel RocaLeopoldo Calvo Sotelo (UCD) y Santiago Carrillo (PCE). Vía RTVE.

—Algo que contrasta con nuestra época actual. Al parecer estamos viviendo en lo que algunos llaman la instalación de la cultura de la polémica y, otros, la época del enfrentamiento. Hay muchas y buenas pruebas de ello: discursos que se radicalizan; escasez de consenso; pérdida de confianza en cualquier tipo de institución, incluida la que proviene de las comunidades de expertos; disenso sobre la verdad y sobre los procedimientos de verificación; proliferación de realidades alternativas y “fake news”; extensión de los imaginarios sectarios basados en visiones míticas. ¿Coincides con este análisis de la realidad actual?

—Totalmente, José Antonio. Se habla también de la “rebelión de la sinrazón” que constituye ya un problema mundial. La simple observación popular certifica que nos enfrentamos a ella en la vida cotidiana, plasmada en diversas formas de absolutismo y fundamentalismo que ponen en peligro los cimientos básicos de la civilización. Lo vemos cada día en la uniformidad del pensamiento, en el eclipse de la alta cultura y en la extinción de los valores éticos y morales perennes, y que campa a sus anchas entre una ciudadanía que se ha vuelto totalmente indiferente al sentido profundo de la vida. La inmediatez y la superficialidad están presentes en todos los ámbitos de la vida, polarizando y enfrentando como nunca a dos facciones de una población, que parece no haber superado las dos Españas. 

—¿Y ante ello, podemos albergar alguna esperanza?

—Yo creo que sí. No podemos perder la fe en la Humanidad, que ya ha pasado por momentos tan difíciles como estos o, quizás, peores. De lo que se trata es de no perder la perspectiva de lo esencial. Yo creo que los valores éticos, políticos y sociales que inspiraron la Transición española, pueden servirnos de guía para afrontar los numerosos desencuentros que hoy tenemos. Pero, quiero destacar algo al respecto. Esta rivalidad no solo está presente en la vida política del país, sino que se ha instalado en las familias, en los centros de trabajo y en nuestros círculos de amigos y allegados. No dejemos que esta filosofía del “divide y vencerás” siga extendiendo sus nefastos tentáculos.

Fuente: La Moncloa Abierta

—Bueno, pues con este precioso deseo, dejemos, querida María Ángeles, que la vida siga su curso, imbuidos, eso sí, por el “ESPÍRITU DE LA TRANSICIÓN”. Así que regresemos de nuevo desde la bruma del pasado a los quehaceres del “día a día”, conservando en nuestra memoria el idílico paseo de los plátanos del Palacio de la Moncloa, la belleza del jardín de la fuente de la que disfrutaron, entre otros personajes ilustres, nuestro universal poeta Antonio Machado….

—Ese lugar secreto, donde el poeta y Pilar de Valderrama, (Guiomar), su último gran amor, se citaban a escondidas los fines de semana, según las investigaciones del historiador Ian Gibson plasmadas en su biografía sobre Machado, “Ligero de equipaje”. Allí se citaban, cuando este bajaba a ver a su amada desde Segovia y se sentaban en ese bellísimo espacio, entonces abierto al público, diseñado por el restaurador, pintor y jardinero Xavier de Winthuysen que, según Gibson, perteneció a la Institución Libre de Enseñanza.

Sin olvidar los intensos encuentros de Goya con la Duquesa de Alba… En fin, siempre será un lugar “histórico”; y, si me lo permites, José Antonio, no quiero cerrar esta entrevista sin que mi último recuerdo sea un sincero y rendido homenaje a toda una generación de españoles que luchamos por la paz y la libertad; la que les faltó a nuestros padres y cuyos valores supremos e irrenunciables, espero hayamos sabido trasladar a las generaciones futuras.

¡Que así sea!

José Antonio Hernández de la Moya y José Francisco Adserias Vistué en EL ESPÍRITU DE LA TRANSICIÓN

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1 comments on “EL ESPÍRITU DE LA TRANSICIÓN: El poder de la palabra

  1. Felipe Chaneta

    Estupenda entrevista: magnífica introducción y diálogo; fluidas reflexiones; y acertados mensajes. María Ángeles López de Celis se muestra como persona extraordinaria, profesional polifacética y, la Historia manda, personaje apasionante (lleno de secretos y silencios pendientes de auscultar y revelar).

    Al margen de la reivindicación general y olvidada del valor de la palabra, del diálogo y del saber transigir que plantean entrevistador y entrevistada, destacaría esta idea de dirigente que propugna la Sra. López de Celis, «el poder debería otorgarse solo a las personas que dieran muestras inequívocas de verdadero altruismo, que tengan las manos y la mirada limpias y cuyo objetivo sea servir y no ser servidos. Este es, a mi juicio, el prototipo del buen inquilino de la Moncloa».

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