Andrés Miranda - Carlos Arias Navarro con Adolfo Suárez

En cierta ocasión, Luis del Olmo, uno de los grandes protagonistas de la radio española y referencia periodística de todos los tiempos, afirmó: “Esto es lo que me gusta de la radio: el no saber qué va a ocurrir”.

Yo mismo he podido comprobar la veracidad de esta afirmación, procedente del hombre que dirigió durante más de 40 años el programa radiofónico “Protagonistas”, el más longevo de la historia de la radio española. A mi estilo, y desde mi humilde estrado, yo también puedo corroborarles que, esencialmente, la magia de la radio consiste siempre en que nunca sabes lo que va a ocurrir; por lo que les sugiero, si no les parece mal que, como botón de muestra, escuchen mi propio testimonio.

Una mañana otoñal de septiembre del 2014, tras la emisión de mi programa radiofónico especial “Adolfo Suárez: seis meses después”, elaborado para “Radio 5, todo noticias”, de RNE, concebido para seguir recordando la figura política y humana del primer presidente de la democracia actual, seis meses después de su fallecimiento, recibí varias llamadas telefónicas de felicitación de familiares, compañeros y amigos por este trabajo periodístico. En fin, lo habitual en estos casos. La gente que te conoce y te quiere, desea darte un abrazo virtual de ánimo y valoración por lo que has hecho.

Como pueden suponer, para este proyecto me había empleado a fondo desde el mismo instante en que me fue encomendado. El tema lo requería sobradamente. Se trataba de abordar, con la máxima precisión de un gran cirujano, la impronta dejada en la sociedad española por uno de los hombres más relevantes del siglo XX, querido y respetado por la gran mayoría del pueblo español. Era plenamente consciente de que, para este empeño, no se trataba de salir del paso, sino de poner en ello toda la carne en el asador, buscando la excelencia. Así que, traté de estar a la altura requerida: bebiendo en las mejores fuentes de la información, elaborando con mimo el guión, contactando con los mejores analistas y supervisando toda la posproducción hasta conseguir que este producto radiofónico quedara niquelado.

Aún así, aquel día, cual torero que se tiene que enfrentar cada tarde al toro, o el actor de teatro a la crítica de su público cada noche, sentí temor por lo incierto de los resultados. Los que ya peinamos canas en este apasionante mundo de lo audiovisual sabemos por experiencia que cualquier mínimo error en estos casos puede llegar a ser letal para tu reputación profesional y, lo que es peor, para un medio informativo del prestigio de RNE. Por lo tanto, no queda otra que hacerlo bien, sí o sí. Para mí, además, este programa era mucho más que un reto profesional: lo había concebido para mis adentros como contribución personal —como español y abulense— al merecido reconocimiento del hombre que había contribuido decisivamente a que la concordia entre todos los españoles fuera posible.

Entre todas las llamadas que recibí, dentro de la media hora siguiente a la conclusión del programa, recuerdo una que me sorprendió especialmente. El número que aparecía en la pantalla de mi móvil no la tenía registrada en la base de datos del teléfono, por lo que pensé que podría tratarse de un error, o de alguien que deseaba solicitarme algún tipo de información. Para mi sorpresa, no se trataba ni de lo uno ni de lo otro. La voz de mi comunicante era cálida, dinámica y vigorosa; una voz que reflejaba el espíritu de un hombre de mundo y con gran seguridad en sí mismo. Mi imaginación recreó instantáneamente la figura de un hombre que no sobrepasaba los sesenta años de edad. También, por su acento, el prototipo de hombre descrito por Mercedes Sosa y Lolita Torres en su canción “Es Sudamérica mi voz”.

—Hola, buenos días, ¿hablo con José Antonio Hernández? —me preguntó.

—Sí, yo soy. ¿En qué puedo ayudarle? —le respondí.

—Verá, es que acabo de escuchar su programa sobre Adolfo Suárez y me ha emocionado. He llamado a Radio 5, todo noticias y me han comentado que este programa ha sido realizado desde el Centro Territorial de Castilla-La Mancha, del que usted es su director. Ellos son los que me han facilitado su número de teléfono.

Andrés Agustín Miranda Hernández - Chicho Miranda
Andrés Agustín Miranda Hernández – Chicho Miranda

—¡Ah!, pues muchas gracias, caballero. Entiendo que es usted un admirador de don Adolfo Suárez —le interrogué.

—Sí, por supuesto, pero también fui compañero suyo, en la época del régimen anterior —me respondió.

—¿Pero cómo es posible? —le pregunté algo perplejo, pensando que este buen hombre me estaba tomando el pelo. Adolfo Suárez falleció hace seis meses, con 81 año de edad, y usted rondará los sesenta —rematé.

—Gracias, pero no es lo que parece. Yo tengo en estos momentos ya 80 años, aunque no se reflejen en mi voz —me aclaró.

—Pues en ese caso le doy mi enhorabuena por haber sido capaz de llegar a esta cota de edad con tanta plenitud física y mental.

—Bueno, no crea, uno tiene lo suyo. Eso sí, sigo con el espíritu dinámico de siempre a pesar de que pertenezco a una generación que pasó hambre en la posguerra y la que vio cómo muchos de nuestros familiares y amigos emigraban con destino a América y Europa.

—Pero, perdone —le interrumpí —¿es usted sudamericano?

—No, que va. Soy canario. Nací en el 34, en el barrio de Salamanca Chica, en Santa Cruz de Tenerife. Me llamo Andrés Agustín Miranda Hernández, pero todo el mundo me conoce como “Chicho Miranda”. He tenido una vida pública muy intensa. En 1971 fui nombrado presidente del Cabildo de Tenerife. Ahora estoy pasando unos días en Ciudad Real, donde tengo familiares.

—Pues qué bien. Le quedo muy agradecido por su llamada. Muchas gracias, Sr. Miranda, por su positiva valoración del programa —le comenté tratando de finalizar esta comunicación. Creo que a ambos nos une el afecto por Adolfo Suárez, a pesar de no pertenecer a la misma generación.

—Si le parece, me gustaría conocerlo personalmente —insistió. Tengo la intención de pasar unos días más en Ciudad Real. Iré muy pronto a Toledo, para resolver ciertos asuntos. Así que cuando me disponga a ir, le llamaré para concretar una cita.

—Por mí, perfecto. Creo que será un placer mutuo poder conversar con tranquilidad sobre Adolfo Suárez, que tan buen legado político y humano ha dejado para todos nosotros.

Poco tiempo después de esta entrañable conversación telefónica, mi deformación profesional me llevó a investigar sobre la trayectoria vital de este hombre que aseguraba haber sido compañero y amigo de Adolfo Suárez. Pude saber que había nacido el 14 de noviembre de 1934 en Santa Cruz de Tenerife; que era Licenciado en Farmacia por la Universidad de Granada; que había ocupado los principales puestos de responsabilidad política en la administración local, insular y nacional entre la primera mitad de los años 60 y los años 80; y que, años más tarde, con el proceso de transición a la democracia, fue elegido diputado autonómico canario.

El compromiso que ambos asumimos para vernos no se quedó en agua de borrajas o, más propiamente, en agua de cerrajas. Y es que Don Andrés Miranda o, mejor aún, Chicho Miranda, es de una generación —la misma a la que perteneció Adolfo Suárez— en que la palabra dada es como si fuera ley y ello, como cantaba Vicente Fernández, con dinero o sin dinero.

Vicente Fernández – El Rey o la versión en Madrid de Alejandro Fernández

De sus padres, Don Agustín y Doña Concepción, mamó los valores de la laboriosidad e integridad. Todavía recuerda perfectamente que su padre se levantaba todos los días a las cinco de la mañana para dar las directrices correspondientes a los obreros de una finca dedicada al cultivo y comercialización de frutas y verduras, mientras que, durante el resto del día, lo empleaba en su agencia de automóviles, un negocio que conocía muy bien de su época de emigrante en Uruguay. En el dato de profesión del carnet de identidad de su madre figuraba el genérico de aquella época: sus labores. Al parecer, doña Concepción se había dedicado fundamentalmente a las labores de la casa y atención a la familia, pero también a dirigir la producción y venta —¡ahí es nada!— del negocio de las frutas y verduras de la finca, un importante complemento económico para la economía familiar. Así que, siguiendo el orteguiano principio filosófico del “yo soy yo y mis circunstancias”, Chicho Miranda, que heredó de sus padres el amor por el trabajo y el cumplimiento del deber hasta el mínimo detalle, no podía pasar por alto nuestro compromiso de quedar para vernos y charlar sobre un hombre singular, dedicado casi íntegramente durante toda su vida al servicio público.

Pueden ustedes adivinar fácilmente, a partir de la breve referencia biográfica que acabo de exponer de Don Andrés Miranda (Chicho Miranda), que la cita a la que nos comprometimos se llevó finalmente a cabo. Se celebró muy pronto, en cuanto que él se vio en la obligación de tener que viajar hasta Toledo para realizar determinadas gestiones. De ese encuentro, y de nuestras numerosas conversaciones telefónicas mantenidas desde entonces por diferentes razones, creo haber podido extraer un perfil político y humano bastante exacto del primer presidente de la democracia española tras la dictadura.

Chicho Miranda conoció a Adolfo Suárez en las Cortes Españolas en 1967, ambos como procuradores en Cortes: un órgano superior de participación del pueblo español en las tareas del Estado, que pretendía dar continuidad a la tradición parlamentaria española, cuya función principal era la elaboración y aprobación de las leyes. Chicho Miranda lo seria en su condición de procurador elegible en representación del Tercio Familiar, junto con Rafael Arteaga Padrón, por la provincia de Santa Cruz de Tenerife; Adolfo Suárez en su condición de procurador designado por Ávila, hasta ser nombrado Gobernador Civil de Segovia al año siguiente. El primero se centró en aspectos de gestión relacionados con lograr para las Islas Canarias la consecución de un gran número de acciones y proyectos; el segundo en cuestiones de índole política, relacionado con el Movimiento Nacional.

Al preguntar a Chicho Miranda qué era lo que más le impactó del Adolfo Suárez de aquella época, me respondió sin dudarlo:

—Tenía un carácter humano muy interesante. Me llamó mucho la atención entonces su capacidad para el diálogo y la escucha activa. En algún encuentro que mantuvimos me mostró un gran interés por Canarias. Me dijo que deseaba viajar a nuestras islas para mantener un contacto directo con los canarios, con el fin principal de conocer su día a día. Nos veíamos con frecuencia —me recuerda con nostalgia— en la cafetería de las Cortes, gestionada entonces por Chicote donde, como todos nosotros, se tomaba un cortadito.

—Bien, ¿y cómo se comportaba en ese entorno? ¿Era hablador? ¿Contaba chismes? —pregunté con cierta curiosidad.

—Escuchaba mucho, diría yo —me respondió sin dudarlo. Esto es lo que yo destacaría de mi observación desde la barrera de toriles.

—¿Pensaste en algún momento que Adolfo Suárez podría llegar a ser algún día el Presidente del Gobierno de España?.

—No, en absoluto. Yo nunca pensé que un compañero nuestro que, como yo, había llegado a ser procurador en Cortes, pudiera acceder a tan alta magistratura del Estado. Vamos, que por mi cabeza nunca pasó que un muchacho de tan de mi época pudiera llegar —como llegó finalmente— tan lejos. Nosotros siempre pensábamos que la presidencia del Gobierno estaba reservada para políticos de la talla de Alejandro Rodríguez de Valcárcel, Torcuato Fernández Miranda, Fernando Herrero Tejedor, Carlos Arias Navarro o Carrero Blanco.

—Ya sabes, Chicho, mejor que yo, por tu larga experiencia personal, política y profesional que, en la vida, aun teniéndolo todo en contra, el poder de la voluntad de un hombre es capaz siempre de conseguir lo que se proponga —razoné. En este sentido, siempre me gusta citar al gran poeta y escritor mexicano, Amado Nervo que, con su pluma sublime, escribió: “No te resignes antes de perder definitiva, irrevocablemente la batalla que libras. Lucha erguido, y sin contar las enemigas huestes. Mientras veas resquicios de esperanza no te rindas. La suerte gusta de acumular los imposibles para vencerlos en conjunto con el fatal y misterioso golpe de su maza de Hércules”.

Y así fue. La carrera política de Adolfo Suárez, desde aquella escena como procurador en Cortes fue fulgurante. En 1968 fue nombrado Gobernador Civil de Segovia y a petición del príncipe Don Juan Carlos, el 6 de noviembre de 1969 Director General de Televisión Española, permaneciendo en este cargo hasta 1973. Se considera que fue el precursor de una política administrativa bendecida por sus sucesores que abrió el camino de la creación del ente público que hoy conocemos. Luego, sin dejar su vinculación con el Movimiento Nacional es nombrado Ministro Secretario General del Movimiento el 11 de septiembre de 1975, tras el trágico fallecimiento de su mentor, Fernando Herrero Tejedor. Su camino ascendente continuó, llevándolo a situarse en la famosa terna de candidatos, junto con Federico Silva y Gregorio López Bravo, a la Presidencia del Gobierno de España. Al parecer, tras siete horas de deliberación y varias votaciones se produjo la “fumata blanca”, que el presidente de la Cortes de aquel momento, Torcuato Fernandez Miranda comunicó públicamente con su ya histórica frase: “Estoy en condiciones de ofrecer al Rey lo que me ha pedido”. De este modo, Adolfo Suárez fue nombrado Presidente del Gobierno el 3 de julio de 1976, para encargarse de pilotar la transición política hacia un régimen democrático.

Andrés Miranda Hernández —Chicho Miranda—, otro muchacho de la misma generación e inquietudes que las de Adolfo Adolfo Suárez tuvo también una carrera política notable que superó el marco insular, convirtiéndole en uno de los de mayor relevancia pública en Canarias en los últimos cincuenta años. Un hombre y un político que, como su compañero de fatigas Adolfo Suárez, ha concebido siempre la política como un servicio a los demás; un principio este —el del servicio a los demás— que en el caso de Chicho fue inoculado directamente en sus células durante sus años de formación en el colegio de los Escolapios Quisisana de Santa Cruz de Tenerife; y en el Adolfo por su mentor Fernando Herrero, al lado del cual aprendió que las creencias y las convicciones hay que traducirlas en actos; que el hombre vale por lo que hace; que la vida y el quehacer público alcanzan su sentido más pleno cuando se desarrollan en servicio a los demás; y que uno de los valores más importantes que un hombre puede cultivar a lo largo de su vida es el de la conciencia recta y la coherencia personal.

Afortunadamente, la trayectoria humana y política de Andrés Miranda, siempre presidida por este espíritu de servicio a los demás, no ha pasado desapercibida para todos aquellos a los que sirvió. Y, aunque no se considera amante de homenajes y reconocimientos, rehuyéndolos incluso cada vez que le ha sido posible, se siente orgulloso de que una calle del municipio tinerfeño de El Tanque lleve su nombre, un justo reconocimiento en consideración por su esfuerzo y dedicación del bienestar de los canarios. No ha sido el único reconocimiento, pues muchos otros le han ido llegado, desde diferentes instancias.

—Pero, José Antonio, la vida sigue —me afirma con un enorme entusiasmo, muy característico en él. Sí, querido amigo, la vida continúa siempre. Es verdad que a nadie le amarga un dulce, pero uno no puede quedarse apoltronado, pegado al asiento, recordando sus viejas hazañas del pasado, así como tocando la lira, cual emperador romano. Es que yo pertenezco a una generación de políticos —me aclara— que no llegaban a la política para quedarse. En nuestra época, concebíamos la política como un servicio, por lo que accedíamos a ella repletos de ideales y respaldados generalmente por una vida profesional más o menos asentada.

Chicho Miranda, tras su jubilación —de la vida política y profesional, se entiende, ya que este hombre, pertenece a una generación concienciada para partir de este mundo con las botas puestas-se ha interesado con pasión por el mundo del automóvil: una afición heredada directamente de su padre, un exitoso vendedor de automóviles. Y hoy, próximo a la cota noventa de su vida, continúa participando con el mismo entusiasmo que ayer en diversas áreas públicas de influencia, tratando de compartir su experiencia con las nuevas generaciones.

—Por cierto, Chicho. Si te preguntaran los jóvenes actuales quién fue Adolfo Suárez ¿Qué les dirías?

—Pues, sencillamente, que fue un hombre que, en un contexto muy difícil y hostil, fue capaz de llevar a España hacia un Estado Social y Democrático de Derecho —me responde con un tono muy pausado y reflexivo.

Luego, tras unos segundos de profundo silencio, y con la intención de completar su reflexión, exclamó:

—… ¡Y que amó profundamente España y a todos los españoles en todo momento!

—Bien. Y, ahora, imaginemos que Adolfo Suárez se encuentra en un foro de debate con jóvenes, y que alguno de ellos le solicitara un consejo para la vida. ¿Qué crees que le respondería?

—Yo creo que le respondería con una cita suya muy inspirativa. Dice así: “La vida te ofrece siempre dos caminos, el fácil y el difícil; elige siempre el difícil porque de este modo tendrás la seguridad de que no ha sido la facilidad la que ha sido elegido por tí”. También, creo que le diría que esté siempre dispuesto a escuchar a los demás sin ningún tipo de apriorismos, que sea decidido y valiente, y que apunte siempre alto, con nobles ideales y la firme voluntad de querer alcanzarlos.

José Antonio Hernández de la Moya y José Francisco Adserias Vistué en EL ESPÍRITU DE LA TRANSICIÓN.

Fotos facilitadas por Elena Pisaca Gámez, actual esposa de Chicho Miranda.

Muchas gracias por acompañarnos. Acceso a las conversaciones.


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1 comments on “EL ESPÍRITU DE LA TRANSICIÓN: La Magia de la Radio

  1. Felipe Chaneta

    Entre las tinieblas del tiempo y la vívida luz de la memoria se despierta esta entrevista. El color y la alegría la aportan sus palabras. El blanco y negro veraz de la época y sus personajes la proporcionan sus fotografías. La revelación del enigma interior que se esconde tras la apariencia visual de sus ilustraciones la facilita su lectura.

    Mucha y buena enseñanza puede obtenerse. La básica y principal es que, con anterioridad a su germinación y aunque invisible, el espíritu de la transición ya aparecía cultivado en forma de valores (laboriosidad, integridad, valor de la palabra dada, vocación de servicio…) en algunas personalidades políticas y muchos ciudadanos de a pie (entre otros, el protagonista de hoy: Andrés -Chicho- Miranda). Y es ahí, más allá de la oscuridad, la extensión temporal y los sesgos ideológicos del franquismo, donde la buena educación (de familia y algunos profesores) y la buena calidad humana de algunos resultaron vitales. La formación como personas y para personas. El comportamiento no guiado por el mero interés propio. Y la actuación respetuosa con los derechos de los demás. Es el único camino para lograr una sociedad mejor y «de todos». Esa semilla y ese mensaje implícito, antítesis de lo que es un régimen totalitario y excluyente, ya existía. El añadido del saber verlo, de la escucha y el diálogo y del tener que renunciar para poder incluir y del perder algo para ganar mucho, amén del trabajo de recolección del fruto, los puso Adolfo Suarez. Aunque eso convirtió a España en un país de todos y, por tanto, mejor, algunos no se lo han perdonado. ¡Pobres de nosotros si nos quedamos callados!

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