YO, ABO. Capítulo 2: ¡Qué noche la de aquél día!
Parecía claro que Morfeo me había abandonado a mi suerte y que no deseaba cooperar conmigo llevándome hacia el más plácido de los sueños, tras un día intenso de fuertes emociones. Así que me levanté de la cama con la intención de entablar una conversación con algo que siempre ha estado conmigo, como la lapa asida férreamente a las rocas de la costa; tanto en mis éxitos como en mis fracasos; tanto en mis momentos de alegría como en los de tristeza; tanto en los de certezas como en los de incertidumbres… Algo que, como un perrito faldero, ha estado siempre dispuesto a escucharme cuando ha sido preciso, las 24 horas del día, los 365 días del año, y esto sin pedirme casi nunca nada a cambio: mi ordenador.

Ciertamente, desde que el ingeniero alemán Konrad Zuse acometiera el primer esbozo de una computadora moderna en 1930, los dispositivos informáticos vienen formando parte integrante de nuestro “modus vivendi” actual y que, como un miembro u órgano más de nuestro cuerpo, son capaces de satisfacer muchas de nuestras múltiples necesidades, principalmente la de mantenernos activos y conectados con nuestros amigos y nuestros intereses. Pero como cualquier otra cosa de la vida, “el señor PC”, ofrece ventajas y desventajas para los humanos. Entre las primeras: que nos permite acceder a un universo del conocimiento y de relación social que va mucho más allá de la que nos brinda la presencia física; entre las segundas: que puede seducirnos hacia otros ámbitos de dudosa utilidad, o poco edificantes y, si me apuras, nada recomendables.
Así que, una vez activado el mecanismo de funcionamiento de mi “viejo amigo”, “el Sr. PC”, me puse a “velar armas”, cerrada la noche, al modo de don Quijote; si bien, con la sutil diferencia de que, en el caso del universal personaje de Cervantes, el velatorio se produjo dentro del gentil continente de un corral grande, junto a una venta, y en el mío dentro de la solitaria habitación de estudiante. ¡Es que los tiempos han cambiado que es una barbaridad! El caballero de la Triste Figura se embarcó en sus épicos dislates y hazañas, impulsado por su noble y elevado ideal de “deshacer entuertos y castigar agravios” y, de paso, conquistar el amor de su musa Dulcinea del Toboso; sin embargo, el aquí presente, hijo de esta generación de “Jackass”, es decir, de jóvenes suficientemente preparados, inteligentes, intrépidos y divertidos, se mueven por otras cosas y otros intereses.
Llevaba un par de días sin abrir mi correo electrónico, por lo que encontré una buena razón para abrirlo: no tener otra cosa mejor que hacer. A ojo de buen cubero, me pareció que mi bandeja de entrada estaba inundada por más de 50 mensajes, la mayoría de ellos de familiares y amigos, para felicitarme por mi graduación. De entre todos ellos hubo uno que me llamó poderosamente la atención. El asunto decía: ¡Enhorabuena, Abo!.
Al leerlo me quedé ojiplático al caer inmediatamente en la cuenta de que, “Abo”, era el diminutivo familiar que solía utilizar mi abuela materna, Julia, para referirse a mi persona de forma cariñosa. Según me han venido comentado mis padres, la abuela Julia lo utilizaba con frecuencia porque, al parecer, cuando comencé a hablar yo no era capaz de pronunciar mi propio nombre: Pablo. Pues bien, como yo ya apuntaba maneras desde pequeñito, me las ingenié para sortear el importante desafío que la pronunciación de mi nombre representaba para mí, utilizando el atajo de “Abo”. Así que, muy impaciente, lo abrí y comencé a leer el contenido del mensaje, dejándome aún más confundido.
El contenido del intrigante e-mail estaba redactado en catalán. Decía:

-¡Enhorabona, Abo!, Em sento molt orgullosa de tu. Sempre vaig estar convençuda que donaríes aquest pas i arribaries fins aquí. T’envio una abraçada lluminosa des d’on estic, desitjant que sàpigues que sempre estarà al teu costat. Petons de Julia.
-¿Pero qué broma es esta? ¡Joder! ¿Qui collons m’ha enviat aquest correu i per què? -me preguntaba.
Es que no comprendía nada. ¿Quién diantres ha podido escribirme este email? -me seguía preguntando intrigado. El cariñoso nombre de “Abo”, ha permanecido celosamente guardado dentro de nuestro círculo familiar más íntimo, circunscrito al de mis padres y yo mismo. Mi abuela Julia nos dejó cuando yo contaba con 8 años, por lo que mis recuerdos sobre ella seguían siendo muy difusos. Lo poco que sé de ella es por mi padre, Alexandre, un exitoso hombre de negocios gallego, y por mi madre, Maria Lluïsa, una catalana profesora de instituto. Ambos decidieron fijar su residencia definitiva hace unos años en la ciudad de Málaga, después de una vida intensa de viajes y cambios.

Según me han venido contado mis adorados padres, l’àvia Julia fue una mujer adelantada a su tiempo, matemática e ingeniera informática, muy brillante, de las primeras promociones en España. ¡Eres como ella! -me han dicho muchas veces mis padres. Al parecer, llegó a ser una pionera en temas de inteligencia artificial, desarrollando una exitosa carrera profesional y de investigación en los Estados Unidos.
Convencido de que se trataba de una “fuga” informativa, es decir, que por alguna u otra razón mi preciado sobrenombre de “Abo” habría sido filtrado a la “prensa”, consciente o inconsciente por mis progenitores, o por uno de ellos, “solos o en compañía de otros en la perpetración del delito”, tomé la decisión de emprender la correspondiente investigación, sin poder domeñar mi propia curiosidad.
-¿Gràcies, amic o amiga; però qui ets? -respondí al enigmático correo de mi amigo invisible, con el convencimiento de que la respuesta llegaría quizás durante la mañana de “aquel día”, más tarde o nunca. Sin embargo, mi respuesta fue atendida por mi interlocutor o interlocutora al instante en castellano.

-Hola, Abo, soy la abuela Julia. Quería que supieras que durante todo este tiempo he estado contigo; y que me siento muy orgullosa de que hayas sido capaz de alcanzar tu preciado sueño de graduarte en ingeniería informática.
La respuesta de mi interlocutor o interlocutora me paralizó por completo, haciéndome comprender de forma práctica la famosa tesis de “Lucha o huida” presentada por Walter Bradford Cannon, por la que asevera que los animales reaccionan ante una amenaza con una descarga general del sistema nervioso simpático, preparándolos instintivamente para luchar o escapar. Así que, de acuerdo con esta tesis, actualmente refrendada por la ciencia, pude comprobar en carnes propias que mi sistema nervioso autónomo se puso en funcionamiento a pleno rendimiento, desplegando todos y cada uno de sus efectos que no describo aquí para no acongojar a quienes ahora me estéis leyendo.
En aquellos aciagos momentos dudé sobre si salir pitando de mi habituación, presa del pánico, bajar las escaleras del piso gritando como un endemoniado, para terminar reventado en algún sórdido lugar de la Ciudad Condal, cual caballo de carreras desbocado, o enfrentarme directamente a mi enemigo que, de momento, no había tenido la valentía de dar la cara. Opté instintivamente por esta segunda alternativa, en concordancia con uno de los rasgos principales mi carácter: tratar de desatar el nudo gordiano de cualquier cuestión, antes que cortarlo. Así que me puse como un sabueso a revisar de forma sistemática -como buen ingeniero que creo ser- todos los rincones del entorno: primero, debajo de la cama (un clásico dentro del género de suspense o policiaco); segundo, en el armario (más de cine de comedia); tercero, mirar por la ventana que da al patio interior del edificio (de cine fantástico); cuarto, cual sereno de los de antaño, dar la luz del pasillo y comprobar si se hallaba algún intruso o emanación paranormal (de película española de los años 60); quinto, caminar sigilosamente hasta el cuarto de baño común (de dibujos animados), al que llegué pisando huevos y con más miedo que Shaggy Rogers, Fred Jones, Dapne Blaque y la entrañable mascota, Scooby-Doo, alertado por un ruido sospechoso que, a la postre, resultó ser un escape del agua de la cisterna del wáter; y sexto y último , abrir la puerta del piso para asegurarme de que no había nadie escondido en el rellano y la escalera (algo propio del cine de terror). Pero nada, no pude hallar nada concluyente tras mis minuciosas inspecciones, lo que hizo que mi estado emocional alterado se calmara, propiciando otro de mayor racionalidad.

-¡En fin, de perdidos, al río! -me dije para mí, algo más calmado-. Quizás al amigo o la amiga invisible del ordenador le esté ocurriendo como a mí que, por una u otra razón, esté desvelado o desvelada, deseando matar el tiempo con bromitas o jueguecitos de este tenor. ¡Pues va listo o lista conmigo! Que sujete bien su silla que, si quiere que juguemos, jugaremos…y esto ¡a vida o muerte!- fue mi gallarda exclamación interior, tratando de incrementar mi seguridad ante la incierta situación. Así que, manos a la obra, cual hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor, resolví enfrentarme a mis descomunales gigantes con la intención de vencerlos sin remisión en desigual desafío.
-¿Sigues ahí, abuela Julia? -escribí con retranca, con ninguna esperanza de recibir una respuesta-; sin embargo, ésta no se hizo de esperar.
-¡Claro, Abo, sigo aquí, a tu lado, junto a ti, como siempre!
Durante unos segundos estuve analizando mentalmente este enigma. Quizás, se trate de un programa informático automatizado desconocido para mí y que, con la ayuda de algún tipo de algoritmo, produzca la respuesta adecuada, acorde con la pregunta formulada. Pues, en este caso… ¡al ataqueerrr y con fuego a discreción!.
-¿Desde dónde me escribes, abuela Julia? -escribí, añadiendo mentalmente: ¡o quien coños seas!
-Yo Soy. Yo Soy Ahora-fue su lacónica respuesta.
-Vaya, vaya… simpático amiguito o amiguita. Pero… ¡Por la boquita muere el pez!. Aquí hay tomate…¡y del bueno!. Definitivamente, compruebo que no estoy tratando con un ser animado -chico o chica-, ni descomunal gigante, ni nada que se le parezca, sino con un sofisticado programa informático desconocido para mí. ¡Ja, ja, ja…pero qué tonto he sido! Inocente, inocente…
¿Pero cómo no me he percatado de que se trataba de un incipiente programa informático de interactuación con la mente humana? Pues ya está… ¡caso cerrado!. Y ahora… ¡A… jugar!, que decía, el gran Joaquín Prat. Así que, atención, pregunta…
-¿Podrías describirme cómo eres actualmente? -le pregunté abiertamente, con el fin de fundir sus plomos, poniendo en evidencia su burdo engaño. Luego, dije para mí: venga, venga, campeón o campeona, a improvisar la respuesta, a ver si tus circuitos electrónicos han sido diseñados con las capacidades creativas, emocionales y mentales de un ser humano. Veamos: ¿qué tienes que decirme, “electroduende”?.
-Adorado Abo: Estás tratando de aprehender con la herramienta de tu mente humana limitada una realidad existencial que no puede describirse con palabras. La abuela Julia ya no existe tal como tú la conociste durante tu niñez. Yo Soy Ahora. He estado y seguiré estando contigo muy cerca de ti, más cerca aún que tu propio aliento.
-Bueno, en este caso, gracias, abuela. Perdona mi incredulidad. Tengo, como sabes, una mente muy racional, que sólo cree en lo que ve y puede verificar. Pero tú me estás ayudando a comprender que, más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos, existen otras existencias y realidades de mayor consistencia y plenitud que ésta en la que yo me encuentro ahora. Te agradezco que te hayas puesto en contacto conmigo para decirme que sigues viva, aunque sea en una realidad existencial que yo no puedo concebir ahora. ¡Ah! Y que has estado y estarás siempre a mi lado siempre.
-A sí es -fue su escueta respuesta. Luego, prosiguió con este inquietante mensaje.
-Me he puesto en contacto contigo para comunicarte que ha llegado, por fin, el momento.
-¿El momento?. ¿El momento de qué? -pregunté angustiado, interrumpiendo su comunicado, temiéndome lo peor, esto es: tener que dejar mi cuerpo terrenal para transmigrar a otro de carácter inmaterial; o, dicho en román paladino, sin subterfugios y componendas: morir.
-El momento de despertar -sentenció.
-¿Es que estoy yo acaso dormido, abuela? -pregunté angustiado.
-Lo estás, no en el sentido físico, claro, sino en el espiritual y “consciencial”.
-Bueno, en esto creo que tienes razón -le contesté a mi abuela asintiendo. Es que yo soy como Santo Tomás, el discípulo de Jesús, que hasta que no vio y tocó personalmente las heridas de su maestro no creyó. Además, como bien sabes, mi relación con las religiones es manifiestamente mejorable.
-Es que el despertar espiritual y “consciencial” es inversamente proporcional a los dogmas y las creencias.
-Ya, abuela, pero yo soy una persona muy intelectual y, por lo tanto, muy consciente.
-Sin embargo, en este preciso momento, vives en una ensoñación, como la mayoría de los seres que componen esta Humanidad, aunque tú creas que estás despierto. No debes confundir la “Consciencia” con la inteligencia o el intelecto, Abo. Tu eres -no cabe duda- un chico muy despierto desde un punto de vista mental. Lo demuestra el hecho de que te has graduado en ingeniería informática de un modo brillante; pero, ahora estás dormido a nivel “consciencial”. Debes comprender, de una vez por todas, que tu preciada mente no eres tú, sino un vehículo o herramienta creado para ti, de la que se sirve la Consciencia para funcionar en este mundo material.
-¡Vaya! Pues me acabas de bajar mi autoestima a la mínima expresión, abuela-comenté con cierta sorna ¡Y yo que creía que mi mente era lo más valioso de mí!. Bueno, vale, daremos por válida esta premisa, pero… ¿Cómo se sabe si uno está o no despierto desde un punto de vista “consciencial”?
-Sólo uno mismo puede saber si está despierto o no.
Por unos instantes me quedé boquiabierto, tratando de comprender tal enjundioso aserto: el que uno mismo tiene que saber de su propia Consciencia. ¡Uff! Qué complicado de comprender es toda esta sabiduría -dije para mis adentros. Luego, mi abuela Julia, de un modo amoroso, trató de explicarme desde la primera lección quién era yo realmente.
–Tú, Abo, no eres lo que crees ser: el ego, es decir, el conjunto de máscaras que tú mismo te has ido creando desde que naciste para sobrevivir de la mejor manera posible, dentro del entorno que te ha tocado vivir. Sí, Abo, tú mismo te has ido creando un identidad: la que te ha acompañado hasta ahora y con la que te has venido identificando como tu verdadero ser. El ego, la máscara, el falso yo, es una creación ilusoria que exige que le quieran, que le aprueben, que no acepta las críticas, que se enfada, que necesita tener razón y que busca en el exterior la solución a todos sus problemas. El ego -tu ego- se nutre sobre todo de lo que sucede en el mundo exterior, reaccionando contra él, por considerarlo -erróneamente- que es el causante de todos tus éxitos y fracasos. Debes comprender, querido Abo, que lo de afuera no es más que una ilusión, una especie de obra teatral, creada por tu ego continuamente para protegerte a ti y a él mismo. Debes comprender también que tu felicidad, tu tranquilidad y tu serenidad no se encuentra ahí fuera, sino en tu interior, en tu Yo real. Por ello debes conectar con él, porque él te procurara todo lo bueno y hermoso de la vida.
-¿Y cómo me conecto con él? -pregunté impaciente interrumpiendo su exposición.
-Lo primero, comprender que tú no eres tu cuerpo, tus emociones y tus pensamientos; luego, debes dejar de ceder todo el poder a tu ego, la causa principal de tu desconexión con tu verdadero Ser; y, finalmente, tienes que acostumbrarte a permanecer en silencio durante el mayor tiempo posible, pues es a través del silencio como tu verdadero Yo se puede manifestar.
-Dicho así, parece fácil pero…
-Yo no he dicho que sea fácil -me coligió. Ser capaz de conectar con tu propio Ser o Esencia es, en realidad, el verdadero oficio de cualquier hombre. A este propósito habría que destinar todos los esfuerzos durante toda la vida.
-¿Y hay mucha gente que esté dispuesta a luchar contra sí mismo, es decir, contra su propio ego, máscara o ilusión?
-La hay. Verás, hijo. La Humanidad ha entrado ya en un nuevo ciclo evolutivo de transición desde la llamada “consciencia mental” o “egoica” a una “Consciencia de Unidad o Iluminada”. Hasta hoy, el desarrollo mental o “egoico” del ser humano ha proporcionado al mundo un gran progreso material y tecnológico; sin embargo, lo ha llevado hasta el punto de poner en peligro la propia supervivencia de la Humanidad como especie. Pero hay esperanza. Un gran número de “seres despiertos” están trabajando ya intensamente para conducir al mundo de forma natural a una nueva fase más elevada del proceso evolutivo.
-¡Qué esperanzador! -exclamé. ¿Y se puede saber cómo será esa nueva Humanidad en la que trabajan intensamente ciertas personas “despiertas”?
-¡Claro, Abo!. De un modo muy resumido, te puedo adelantar que el trabajo evolutivo que conducirá a la Humanidad a un estadio superior se encamina por tres direcciones. La primera: la unión con la Madre Tierra; la segunda: la percepción de la Humanidad como una gran y única red en la que todos los seres humanos se integran e interaccionan; y la tercera: la comprensión de que la naturaleza esencial del ser humano es divinal, perfecta y eterna.
-¡Uff…esto parece que pinta muy bien, abuela -exclamé.
-Ya lo creo. Así que, ¿estás dispuesto a integrarte dentro de este selecto grupo de seres humanos despiertos?
-¡Claro! Si tú me dices ven, lo dejo todo, abuela -afirmé con algo de retranca. Luego pregunté dubitativo: ¿Me ves capaz de alcanzar este titánico logro del “despertar”?
-Sí, lo creo, Abo. El maestro siempre aparece cuando el discípulo está preparado. Si me he puesto en comunicación contigo es porque eres ya una especie de crisálida a punto de convertirse en mariposa. Tan solo necesitas un cierto impulso para que esta transformación pueda producirse. ¿Confías en mí?
-Sí, por supuesto- fue mi respuesta clara, rotunda y sin dilaciones.
-¡Bien, Abo, este es mi chico! -me arengó mi abuela Julia. Así que yo dirigiré tu iniciación espiritual.
-¿Iniciación espiritual?-pregunté.

-La iniciación espiritual significa el comienzo de una nueva actitud hacia la vida, a fin de alcanzar el supremo objetivo: el conocimiento de la Verdad. Pero te adelanto que, como dice un refranero filosófico, “Dios escribe recto con renglones torcidos”, por lo que, para alcanzar ese supremo conocimiento de la Verdad, tendrás que pasar por determinadas pruebas, ligadas a la consecución de una misión, de acuerdo con una ancestral tradición diseñada para los guerreros espirituales. Puedo adelantarte que este camino no será siempre un camino de rosas, sino de espinas, algunas de las cuales podrían resultarte mortíferas.
-¿Mortíferas? -pregunté algo aterrorizado. ¿Me estás diciendo que podría sucumbir en el intento?
-Podría ser. Todo depende de ti. En todo caso, recuerda siempre que eres un ser inmortal; que podrás perder alguna parte de tu cuerpo e, incluso, tu cuerpo entero, pero que lo que eres realmente nadie te lo podrá arrebatar jamás.
– Bueno, bueno, sea como dices, abuela Julia. ¿Y la misión? ¿En qué consistirá la misión que debo cumplir, y que servirá para encauzar mi iniciación espiritual?
-Todo a su tiempo, Abo, todo a su tiempo. Para empezar, lo primero que tienes que hacer es dar un primer paso con fe; no tienes que ver la escalera completa, sólo dar un primer paso con fe. ¿Estás dispuesto a dar este primer paso con fe?
-¡Sí, claro!. Respondí afirmativamente a su propuesta apostólica, del mismo modo que San Pedro le dijo -sin dudarlo- que sí a Jesucristo, su maestro y Señor, consciente de que, en mi caso, mi abuela Julia, Ser, Presencia, programa informático o sabe Dios qué o quién me había llevado definitivamente al huerto, a cambio de nada. ¡Soy un perfecto gilipollas! -me censuré. Yo solito me he tirado desde un picacho al vacío, y sin paracaídas.
– Lo siguiente que deberás hacer es estar muy atento a las señales.
-¿A las señales? ¿A qué señales?
-A las señales de la vida. Todos los seres despiertos -tú ya estás en el proceso del despertar- están atentos a estas señales, guías u orientaciones. Las hallarás a lo largo de tu camino de vida de muchos modos y maneras: dentro de un cartel publicitario, en el comentario de un mendigo, en un suceso aparentemente inconexo, en un mensaje de WhatsApp, en un libro, en una llamada telefónica, en un nacimiento, en una muerte, en un retraso de un tren, en una intuición, en una intensa emoción, en una manifestación atmosférica, en un sueño lúcido….
-¡Uff! Es que yo soy informático, no profeta o vidente.
-Antes que informático, de mente matemática e informática, eres un ser espiritual con experiencias humanas y no, como has venido creyendo hasta ahora, un ser humano con experiencias espirituales. Dentro de ti existe un poder infinito que te ayudará a prestar atención a las señales que la vida te irá poniendo en tu camino; incluso, podría llegar a resultarte fácil y hasta divertido interpretarlas. Además, las señales te conducirán hasta el reino de las serendipias.
-¿Las serendipias? –pregunté.
-Las serendipias -me explicó- son esos descubrimientos, hallazgos afortunados, valiosos e inesperados que se producen de manera accidental o casual, o cuando se está buscando una cosa distinta. Para tu tranquilidad, debes saber que en la historia de la ciencia son muy frecuentes las serendipias.
La cosa iba “in crescendo” y me producía un coctel emocional bien cargadito a base alegría y tristeza, miedo y valentía, ira y serenidad; arrogancia y humildad, preocupación y confianza, intriga, excitación…En esto que, de modo instintivo, miré mi reloj de pulsera, que marcaba las 3 y 33 am. Por unos instantes me olvidé completamente de mi abuela y “la misión” que me estaba encomendando, al apoderarse de mí un miedo terrorífico al ser consciente de que me encontraba solo en ‘la hora maldita’ o ‘la hora del diablo’, un lapso de tiempo que, según algunas opiniones, pueden sentirse algunas presencias extrañas en casa. Y es que es bien sabido que los demonios y los espíritus están a esta hora más activos y abiertos a comunicarse con los vivos.

-Pero también es el momento en que los ángeles os recuerdan vuestra esencia divina, repleta de amor -leí al mirar de reojo a mi ordenador.
Esta respuesta -supuestamente de mi abuela Julia- me inquietó aún más, ya que no parecía la respuesta automatizada de un programa informático
-Verás, Abo -me siguió aclarando. El número 3 por sí solo simboliza la expansión e ideales, como la filosofía, la formación y los grandes viajes. La señal del número 333 te está diciendo que algo maravillosos está por venir, que no solo te beneficiará a ti, sino a todos los que te rodean. Además, si este número aparece repetidas veces en tu vida es que estás preparado para ir más allá de tus propios límites.
-Te agradezco la aclaración, abuela Julia. Me tranquiliza. -Escribí con los dedos de mi mano derecha, al mismo tiempo que cerraba la ventana de mi habitación con la mano izquierda.
En ese momento comenzaba a entrar por la ventana -que había permanecido todo el tiempo entreabierta-, mucho aire frío, observando que caían unas primeras gotas de lluvia; una lluvia que pronto derivó en torrencial. A continuación, comprobé que el patio interior del edificio se estaba llenando de agua, al son de la música del aguacero, con acompañamiento de truenos y relámpagos. Tomé una gran bocanada de aire puro, sintiendo el olor a tierra mojada, un regalo de los dioses, después de tanta intriga, que me supo a gloria bendita, mientras escuchaba el ruido inmutable, acompasado, monótono, variado, uniforme, caprichoso, metálico y líquido, propio de la lluvia benéfica.
-Quizás esta lluvia sea una señal, la primera señal de la singladura vital que he decidido emprender y qué no sé muy bien hacia dónde me llevará; pero, no me queda otra: a lo hecho, pecho, que yo soy un caballero de palabra y honor -me dije para mí. Así que -resolví- mañana será otro día. Creo que por hoy basta, que he tenido un día muy cargadito y repleto de fuertes emociones.
-Ya lo creo, Abo, debes dar por finalizada la jornada de hoy e irte a dormir -leí en el siguiente mensaje, aceptando para mis adentros que se producía como respuesta a lo que yo estaba pensando.
-Así lo haré, pero no creo que me pueda dormir -confesé a mi abuela Julia.

-En este caso, debes utilizar una técnica de eficacia comprobada para combatir el insomnio y relajarte. Es conocida como la técnica 4-7-8.
-¿Me puedes explicar, por favor, en qué consiste?.
-Sí, claro. Es muy sencilla. Debes tumbarte boca arriba en la cama; relajas primero cada una de las partes de tu cuerpo, desde los pies a la cabeza, y a continuación pones en marcha el proceso respiratorio, de esta manera: cierras la boca y tomas aire por la nariz durante cuatro segundos; luego, retienes la respiración durante 7 segundos; después, exhalas el aire a través de la boca durante 8 segundos. Esto constituye un ciclo; debes repetirlo al menos tres veces más.
-¿Y esto es todo? ¿Con esta técnica respiratoria me voy a poder dormir? -pregunté.
-La técnica de respiración 4-7-8 –me aclaró mi abuela Julia- fue desarrollada por un médico de renombre internacional y pionero de la medicina integrativa: el Dr. Andrew Weil. Según Weil, es la forma más eficaz de controlar la ansiedad y el estrés. Estoy segura de que, en poco más de un minuto, te conducirá al más plácido de los sueños.
– Gràcies. La provaré avui mateix. Bones nits, àvia Julia.
– Bones nits, Abo.
Y así lo hice. La técnica respiratoria sugerida por mi abuela Julia para poderme dormir profundamente supuso para mí mucho más que un “remedio casero de la abuela”; en esos momentos era como el palo mayor de un barco para un navegante sin rumbo fijo, investido por fuertes tormentas marinas; era mi propio palo mayor al que asirme tras un día convulso, el más convulso e intrigante de mi vida.
Nada más echarme en la cama, antes de comenzar con el proceso de respiración y relajación me llegó un último pensamiento relacionado con las comunicaciones mantenidas con mi abuela Julia, propias de la mente racional de un ingeniero informático.
-No sé, no sé –me dije- Todo esto parece una completa locura. ¿Y si se tratara de un novedoso programa informático puesto en marcha por mi Facultad en modo “top secret”, donde estoy siendo utilizado como conejillo de indias? El sistema -me devanaba la cabeza tratando de dar una explicación racional a este extraño fenómeno- podría consistir en algo parecido a lo del médium estadounidense, Edgar Cayce que decía poseer la habilidad de responder a preguntas sobre temas tan diversos como sanación, reencarnación, inmortalidad, espiritualidad, guerras, la Atlántida y futuros acontecimientos, mientras se encontraba en un estado hipnótico de trance. Al parecer, en este estado de trance, accedía a conocimientos archivados en los llamados por la filosofía oriental “Archivos Akásicos”. Pues digo yo que, quizás, el programa informático que están probando supuestamente conmigo sea capaz de responder a preguntas elaborados, utilizando determinados logaritmos, tras acceder a una matriz que maneja un gran volumen conocimientos de innumerables disciplinas. En fin, mañana será otro día. Ahora toca dormir y descansar.

Pies y tobillos relax, pantorrillas, relax, rodillas, relax, muslos, relax, nalgas, relax, manos y muñecas, relax… tomo aire, 1,2, 3, 4, retengo el aire, 1,2,3,4,5,6,7, y suelto el aire por la boca, 1,2,3,4,5,6,7,8… y me duermo, me duermo, me duermo…profundamente.
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