Acabo de leer El Espíritu de la Transición, el libro de José Antonio Hernández de la Moya y José Francisco Adserias Vistué, sintiéndome invadido por un sentimiento ambivalente. Por una parte, de alegría por la felicidad que me ha proporcionado recordar aquellos tiempos de ilusión y buen hacer público que constituyeron el comienzo de mi andadura política, y cuya remembranza me produce regocijo. Pero, por otra, de tristeza, precisamente por haber terminado su lectura; me estaba gustando tanto que desde el primer día me propuse que durase, que no se terminase, obligándome para ello a no leer más que un capítulo diario, lo que, además, dada la estructura del libro, podía realizarse sin romper su ilación, ya que está constituido por historias que empiezan y terminan en cada uno de ellos.
Por esos caprichos de la mente, no puedo por menos de reconocer que este sentimiento de satisfacción interior que me envuelve al concluir su lectura me da por recordar, salvando todas las distancias, el experimentado en las grandes tardes de toros, cuando la sucesión de faenas memorables me producía el deseo de no salir de la plaza al concluir la corrida, anhelando poder pedir “el sobrero” para continuar con las faenas.
Los capítulos del libro son breves biografías de distintos personajes a través de las cuales, en un amenísimo estilo conversacional, y con una proverbial riqueza expositiva, los autores van repasando los hechos más sobresalientes de sus vidas, destilándose, a través de esa narración dialogal, esos valores de respeto, diálogo, tolerancia y afán de consenso que impregnaron la política de aquellos años, y que tuvieron en la figura pública de Adolfo Suárez una cabal encarnación, dando como resultado el actual régimen de libertades en el que España está conociendo su mayor desarrollo en todos los aspectos.
Desde María Ángeles López de Celis, secretaria de los primeros cinco presidentes del Gobierno de la democracia hasta José Pulido, prestigioso periodista amigo del autor, desfilan por la pluma de José Antonio Hernández de la Moya y José Francisco Adserias Vistué personas pertenecientes a mundos muy distintos, pero unidas todas ellas por la circunstancia de haber vivido aquellos años de manera intensa y creativa, reconociendo al mismo tiempo la admiración que por la figura pública y humana de Adolfo Suárez habían experimentado.
Al ir recorriendo sus páginas, me ha resultado inevitable comparar la grandeza de aquella vida política de la Transición con el lamentable espectáculo del acontecer público actual. No me considero entre los que miran hacia atrás con nostalgia, pensando que cualquier tiempo pasado fue mejor. Al contrario, creo en el futuro, estoy convencido de que la humanidad va de forma sistemática hacia cotas de mayores perfecciones, y que la historia es precisamente la crónica de ese engrandecimiento. Pero también pienso que no lo hace de una forma rigurosamente lineal, con una imperturbable marcha ascendente, sino, por desgracia, con altibajos, con alternancia de sucesos prósperos y adversos, aunque de manera que las depresiones resultan ser siempre menores que las ascensiones, garantizándose así esa progresión creciente hacia la plenitud del futuro.
La reflexión sobre los valores de la transición, a la que el libro invita, me obliga a considerar que el diálogo, la concordia, la tolerancia y el respeto que impregnaron aquellos años políticos han disminuido en un grado considerable y que, precisamente, su restauración constituye una de las urgencias públicas más apelantes del momento actual. Pero pienso también que esta restauración debe realizarse en torno a las particularidades del momento presente, porque la historia, en su devenir inexorable, nunca repite las circunstancias, y pretender anclarse en un momento determinado es la forma más elocuente de renunciar a ese vital devenir del desarrollo histórico.
No es un mirar hacia atrás por lo que abogo al concluir la lectura de este libro, sino por un dirigir la vista decididamente hacia adelante, pero asumiendo unos buenos valores que dieron en su tiempo excelentes resultados, y que, aplicados al presente y al futuro, pueden darlos todavía mejores.
En síntesis, El Espíritu de la Transición es un libro para leer despacio, sin prisas, saboreando con delectación la belleza literaria de cada página, y dejándose empapar, como si se tratara de una lluvia fina, por esos valores de diálogo, respeto y tolerancia que sus páginas destilan, y que pueden ennoblecer y engrandecer tanto la vida pública como la personal.
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