
Vagué por el inframundo, saboreé la eternidad y las caricias de la despreocupación. He visitado todo lo apetecible; lo añorado lo he visto a través de la decisión de sentirlo. Sutiles han sido los tiempos de lágrimas familiares; sutil la transición indolora, carente de impacto en mi naturaleza desencarnada; lo natural es sapiencia de mi consciencia. Todo lo intuyo porque todo se me reveló. Comencé moviéndome a todas partes, porque siempre me gustó viajar. Aproveché que todo era posible, que ante mí se abría la posibilidad absoluta.

Ya no me quedaba aventura, porque tenía infinitas ganas de más. Sólo tenía que llegar y no sabía a dónde.

Y comencé a tomar decisiones, creerme y crearme, recrearme en mis deseos, sabiendo que aquello sólo era un triste comienzo.

Mi ser se expandió más allá del tiempo y el espacio. No daba vértigo, era lo lógico; lo más elocuente que he vivido jamás. Todo se expande: todos se expande. Me percaté de lo sencillo, de lo simple del origen de todo. Me fundí con él. Se fueron de mí los deseos, quedaron secuelas de ello: un gran avance.

Surgieron otras dudas: ¿Qué decisión? ¿Por qué decidir? ¿Quién me dijo que debía escoger? ¿Lo inventé yo, fue cosa mía? Supe que era bueno estar perdida.

Porque al estar perdida me encontré, únicamente así podía ubicarme, entre las esquelas de mi subconsciente, avisándome como un faro, iluminándome con frases cortas para decirme que ya estaba llegando; estaba a punto de no hacer nada más. Ese era el destino: la nada, pasando por el todo.

He renacido, estoy en todo y en todos, a mi manera; es la forma de hacerlo y de serlo.

Soy gratitud, miles de forma hay de serlo. Soy gratitud en cada palabra, cada frase, cada historia.

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