YO, ABO. Capítulo 36: Leí, comprendí y desperté.
Al leer el enunciado del Principio del Ritmo, “Todas las cosas fluyen e influyen, y tienen su flujo y reflujo, surgen y decaen. En todas las cosas se manifiesta el movimiento del péndulo. La medida de la oscilación a la derecha es la misma que la de la oscilación hacia la izquierda. El ritmo es compensador”, vino a mi mente la imagen de un péndulo. Es que este principio incorpora la verdad de que en todo se produce un movimiento parecido al del péndulo; de que en todo hay manifestada una moción medida; un movimiento hacia adelante y hacia atrás; una mengua y una crecida como de marea; que hay siempre una acción y una reacción; un avance y una retirada; una elevación y un hundimiento. Soles, mundos, hombres, animales, plantas, minerales, fuerzas, energía, mente, materia y hasta en la dimensión espiritual. Lo hemos visto operar en la creación y destrucción de mundos; en la elevación y caída de las naciones; en la historia de todas las cosas; también, por supuesto, en los estados mentales del hombre.

Me di cuenta de que este principio del Ritmo está muy relacionado con el anterior, el de Polaridad, pues en cada punta del péndulo podemos ubicar uno de los polos opuestos, observando cómo se produce la oscilación de un extremo al otro. Por supuesto, también me di cuenta de que el mismo ritmo que se da en el plano físico, ha de darse en los planos emocional y mental. Por fin, comprendía por qué después de un periodo de tristeza, pesadumbre o dolor se sucede otro de alegría, felicidad o satisfacción; y esto a veces en el mismo día. Resulta que uno se siente optimista, alegre y confiado y al rato, derrotista, triste y desconfiado.
El Kybalión afirma que el ritmo es compensador, por lo que inferí que cuando una persona se encuentra en el polo negativo —el de la tristeza, por ejemplo—, debe saber que en algún momento la vida lo llevará hacia el polo positivo —como el de la alegría—, lo desee o no. La enseñanza quedaba clara para mí: debía aprender a dominar este movimiento pendular evitando el arrastre hacia la polaridad no deseada; también que el Principio del Ritmo nos advierte que los momentos de felicidad o de éxito no son permanentes, que el periodo de crecimiento o de dicha no es constante.
Al comprender el fundamento del Principio del Ritmo, automáticamente pude entender también la moraleja de la fábula ‘La cigarra y la hormiga’ que me contó alguna vez mi madre, la cual viene a decirnos que en este mundo existen periodos en nuestras vidas buenas y otras malas, de bonanzas y tempestades, de crecimientos y retrocesos. Creo que el famoso sueño del Faraón, interpretado por José, de los siete años de abundancia y otros siete de hambruna —deduje— es también una explicación de cómo opera el Principio del Ritmo.

Bien. El Principio del Ritmo opera inevitablemente; pero, ¿Cómo podemos sustraernos a los efectos que conlleva? ¿Cómo podemos escapar completamente del movimiento pendular que impone este Principio? Esta es la cuestión.
El autor o autores de “El Kybalión” pensaron en esta cuestión afirmando que es perfectamente posible eludir sus efectos mediante la elevación de la vibración. Gráficamente sería algo así como dejar que el péndulo pase por debajo. ¿Cómo?
Sí, ¿Cómo? Lo habitual es que, una y otra vez, nos veamos arrastrados por el péndulo en oscilaciones constantes hacia uno y otro polo; pero, al mismo tiempo, observamos que todo ser humano que ha adquirido dominio de sí mismo es capaz de neutralizar de un modo u otro los estados mentales negativos que le afectan.
Todo ser humano que ha adquirido, en mayor o menor medida, dominio de sí mismo, lleva a cabo esta neutralización de manera más o menos consciente, impidiendo que sus estados mentales negativos le afecten. Entonces comencé a razonar conmigo mismo que cada uno de nosotros estamos conformados por tres dimensiones, que hemos convenido en llamar: Espíritu, Alma y Cuerpo.
Lo que conocemos como Mente Consciente sería “territorio” del Espíritu, gracias al cual tomamos decisiones y nos movemos en determinada dirección; la Mente Inconsciente —nuestro gran archivo de conocimientos y experiencias— pertenece al “reino” del Alma, un fiel servidor del Espíritu, siempre dispuesto a ejecutar su voluntad; la tercera dimensión, el Cuerpo, es el vehículo que utiliza nuestro Espíritu para vivir las experiencias en el plano terrenal.
En fin, estaba aprendiendo una cosa muy importante: que en la vida había que aprender a fluir con el péndulo, pero tratando de conseguir mantenerse en el punto que se desee, sin dejarse arrastrar por el movimiento negativo.
Comprendí que el Principio del Ritmo está presente en todo: en las diferentes actividades, en los trabajos o en las relaciones humanas. Saber que esto es así te ayuda a no sufrir. En los negocios, por ejemplo, comprobamos que unos funcionan mejor en época estival y otros en la invernal; que hay mercancías que son más requeridas en ciertas épocas del año que otras. En las relaciones humanas comprobamos que tenemos momentos exitosos y momentos de problemas. En mi caso, pude reconocer el movimiento pendular claramente en mi relación con Paula, con evidentes altibajos, sobre todo al principio y en estos momentos tan presente dentro de mi corazón. Por cierto —pensé— su cuerpo femenino también responde a un ciclo determinado y, como cualquier mujer -inferí- debe percibir intuitivamente los ciclos de la vida.
¡Sí, señor! —exclamé. La vida es un ritmo, un movimiento pendular en todos y cada uno de sus aspectos. La naturaleza nos recuerda este movimiento rítmico de muchas maneras: el ritmo de nuestro corazón, la respiración, las olas del mar, las mareas, el cambio de estaciones, el día y la noche. Y, al parecer, según el Kybalión el movimiento pendular se reduce en la medida en que nos elevamos espiritualmente. La alquimia suprema se alcanza cuando somos capaces de elevar nuestra Consciencia más allá del reino del péndulo.
En esto que mi rechoncho compañero de viaje —sujeto como todos y todo al Principio del Ritmo— hizo un movimiento corporal en su asiento desde su derecha a su izquierda, coincidiendo con el final de mi lectura de este Principio. Ahora la brújula corporal de este buen hombre dejó de apuntar hacia el pasillo para hacerlo hacia mi persona. Su cambio de posición inconsciente, efectuado con cierta rapidez, se me antojó coincidente con el paso de página hacia el siguiente principio: El Principio de Causa y Efecto. ¿Será que este buen hombre está siguiendo de algún modo mis lecturas del Kybalión?
El siguiente Principio sobre el que empecé a leer era el de Causa y Efecto, estableciendo que “Toda causa tiene su efecto; todo efecto su causa; todo sucede de conformidad con la Ley. La casualidad no es más que el nombre dado de una Ley desconocida. Hay muchos planos de causación, pero todos están sujetos a la Ley”.
Este principio afirma que todo efecto tiene su causa, y toda causa su efecto, que nada ocurre por casualidad, sino por causalidad. Me lo van a decir a mí —me dije— que desde la “Noche de aquel día”, es decir, la noche de mi graduación todo lo que me ha venido pasando no es más que una sucesión de causas y efectos.
Hubo un momento en mi vida en que pensaba que lo que llamamos “casualidad” era una palabra relacionada con causas oscuras, que no podemos percibir. Pero, curiosamente, como pude ver por mí mismo más tarde, esta palabra significa etimológicamente “caer”. Sí, caer, como la caída de los dados, algo que nos lleva a pensar -erróneamente- que del dado y muchos otros acontecimientos, son acontecimientos no relacionados con causa alguna. Sin embargo, cuando reflexionamos sobre ello nos damos cuenta de que no existe ninguna casualidad en la caída del dado, pues obedece a una ley tan infalible como la que gobierna la revolución de los planetas alrededor del Sol. En fin, uno se da cuenta que detrás de la caída del dado hay causas, o cadenas de causas, incomprensibles para la mente humana. Qué se yo, quizás influyan causas como la posición del dado en la caja, la cantidad de energía muscular gastada en el lanzamiento, la condición de la mesa, etc.
Esta Ley de Causa y Efecto me llevó también a la comprensión del famoso “Efecto Mariposa”, basada en la teoría del matemático y meteorólogo Edward Lorenz tras su pregunta: ¿El aleteo de una mariposa en Sri Lanka puede provocar un huracán en EEUU? La idea de esta teoría, conocida también como “Teoría del Caos”, es que la secuencia interminable de hechos, aparentemente desencadenados entre sí, acaban por tener consecuencias completamente impredecibles.

Así que, nada se produce por casualidad, sino por causalidad. Al hacer esta afirmación pensé en un árbol, que alguien un día plantó o germinó de forma natural. Luego la tierra le aportó sus nutrientes, procedentes de restos de animales o minerales en su seno. La lluvia contribuyó a que creciera adecuadamente. Más tarde, alguien lo cortó para hacer leña con la que poder calentarse en invierno y, ésta, al arder, generó partículas de hollín, que llegan hasta determinado lugar empujadas por el viento.
Perfecto. Nada que objetar al respecto, pero, ¿Cómo podemos evitar los efectos indeseados de esta Ley?
En lo primero que pensé fue en el principio de “acción-reacción” de las leyes de Newton: “Toda acción recibe una reacción opuesta y de igual magnitud”. Sí, claro, según este axioma si le das un puñetazo a la pared, la pared impactará contra tu puño con la misma intensidad, provocándote un daño o dolor. Luego, en la Ley del Karma, sobre la que había debatido ampliamente con mis eruditos amigos Manel y Gerard. Una ley que afirma que las acciones de las personas acaban repercutiendo, tarde o temprano, en su propia vida, de tal modo que, si nuestras acciones son buenas, recibiremos consecuencias positivas; pero, si son malas, se mostrarán negativas.
Una vez más, y por medio de esta nueva Ley de Causa y Efecto comprendí que lo que nos sucede en nuestras vidas —favorable o desfavorable— tienen que ver con causas que nosotros mismos hemos puesto en algún momento en movimiento de forma consciente o inconsciente.
Sí, efectivamente, todo lo que haces o has hecho en el pasado repercute, ha repercutido o repercutirá en tu vida, de algún modo. Si te has excedido tomando alcohol o tabaco a lo largo de tu vida, esto tendrá graves consecuencias para tu hígado y tus pulmones; si has ayudado a alguien, es probable que él te ayude a ti; si has robado, agredido, extorsionado, defraudado, engañado o matado, tendrás que vérselas algún día con la agresión, el engaño, la violencia y la muerte; si has pasado años estudiando y practicando idiomas, cuando viajes al extranjero, podrás comunicarte en inglés, francés, alemán o cualquiera de las lenguas que domines; si has dedicado tu vida a ayudar a los demás, a dar buenos consejos, a establecer relaciones cordiales y a ser justo y honesto con las personas que te rodean, entonces recibirás en justa retribución reconocimiento, ayuda, relaciones sanas, cariño y amor; y, si he podido llegar a graduarme en ingeniería informática, es porque he tenido que sacrificarme durante unos preciosos años de mi vida “hincando los codos”, esforzándome y renunciando a algunas cosas placenteras.
Al comprender cómo funciona esta Ley de Causa y Efecto, me di cuenta que podía obtener de ellas algunos importantes beneficios para mi vida, como el de vivir un paso por delante y de forma alineada con mis propios objetivos, ajustando mis actos con el fin de obtener lo que deseo. Lógicamente esto requiere reflexión y planificación. También me permitirá ser el protagonista activo de mi vida, en lugar de un observador pasivo, arrastrado como cual hoja movida por el viento. Sabré analizar cualquier situación y revertirla cuando prevea que las cosas no van a producir los efectos deseados. Me daré cuenta que cada día es una oportunidad para empezar de cero, en el que podré sembrar algo, cuyo fruto podré recoger algún día.
La séptima y última ley hermética es la de Generación que establece que todo tiene su principio masculino y femenino. «El género está en todo; todo tiene sus principios masculino y femenino: el género se manifiesta en todos los planos”.

Ciertamente —razoné— ninguna creación física, mental o espiritual es posible sin la presencia de este principio: el Principio del Género. En el plano físico se manifiesta como sexo (sexo masculino y sexo femenino), pero en los planos superiores toma formas más elevadas. En el plano mental, el principio masculino se manifiesta en la llamada mente consciente, voluntaria o activa, mientras que el femenino lo es con respecto a la mente denominada subjetiva, subconsciente, involuntaria o pasiva.
Mi trabajo posterior sobre éste y el resto de los principios herméticos me llevó a considerar que la palabra “género” va mucho más allá del sexo, que es meramente una manifestación del género en el plano de la vida orgánica. La palabra “género” se deriva del latín con el significado de “engendrar, procrear, generar, crear, producir”. En el plano físico la procreación es un buen ejemplo de interconexión entre el principio masculino y femenino. En el plano mental, observamos que el masculino se manifiesta en lo concerniente a la dirección del enfoque, la voluntad, la acción, la entrega o la expresión de nuevos pensamientos e ideas; el femenino, sin embargo, con las ideas y la creatividad.
El famoso símbolo del Yin-Yan representa la perfecta armonía entre las energías masculina y femenina. La parte negra, la energía Yin o femenina; la parte blanca la Yan o masculina. De acuerdo con este símbolo, donde termina la energía femenina comienza la masculina y viceversa. Además, podemos observar que dentro de la parte negra existe un círculo blanco; esto significa que en el corazón de la energía femenina existe también la energía masculina, ocurriendo lo mismo en la parte blanca. Cada una, pues, necesita de la otra parte para complementarse y lograr el equilibrio perfecto. La energía Yin o femenina es la receptiva, creativa, imaginativa y pasiva; la Yan o masculina es dinámica y activa.
Finalicé esta obra magna del ocultismo con muy buenas sensaciones. ¡Vaya regalazo! Mari-Luz no ha podido hacerme un regalo mejor. Es lo que yo necesitaba para emprender mi nueva etapa de vida, llena de interrogantes.
Todos los grandes principios contenidos en El Kybalión no son meras especulaciones filosóficas, sino que tienen directas aplicaciones prácticas. Es una obra, indudablemente de sabiduría perenne, ancestral, primordial o sin edad. Una sabiduría que no sabemos bien de dónde viene pero que viene acompañando a la Humanidad desde siempre.
El Kybalión, una de estas obras de sabiduría perenne, fechada en 1908, que recoge los principios, leyes o postulados más importantes del hermetismo, hunde sus raíces en tiempos inmemoriales, bebiendo de fuentes puras y eternas como los Upanishad y La Tabla Esmeralda. De esta última -compuesta por trece principios- podemos destacar el segundo que establece que “Lo que está abajo es como si estuviera arriba, y lo que está arriba es como si estuviera abajo, actuando para cumplir los prodigios del Uno; y el octavo que establece que “Debes usar tu mente por completo y subirás así de la Tierra al Cielo, y luego descenderás nuevamente a la Tierra. Combina los poderes de lo que está arriba y de lo que está abajo, así la oscuridad saldrá de ti de una vez”, es decir, en los dos grandes niveles: el inferior o mente concreta para las cosas cotidianas y el superior o mente abstracta para algo distinto a lo rutinario, lo transcendente, la indagación de los misterios con relación a nosotros mismos, a la Humanidad o al Universo. Por condicionamientos, estamos utilizamos más la primera mente y poco o nada la segunda.

Con la lectura y comprensión de El Kybalión —que analiza los siete principios universales— durante el viaje a San Francisco sentí que se cerraba para mí un ciclo y comenzaba otro totalmente distinto. El primero, como supe después, tenía que ver con lo que los orientales llaman Karma y el segundo con el Dharma. El Karma —relacionada con la Ley de Causa y Efecto— generado a partir de mis actos, palabras y pensamientos, me había conducido hasta mi graduación como ingeniero informático; El Dharma —relacionado con mi propósito de vida— al viaje de autodescubrimiento iniciado desde el día de mi graduación.
Ciertamente, «El Kybalión» había conseguido transformarme. Su lectura marcó un antes y un después en mi vida. Logró romper todos mis esquemas. Sus postulados habían removido mi forma de ver el mundo. Además, sus siete principios o postulados tenían para mí una gran aplicación en mi vida cotidiana. ¿Qué más podía pedir?
Me resultaba muy curioso que estos principios, leyes o postulados hubieran estado a disposición de la Humanidad durante miles de años, pero que sólo unas pocas personas selectas hubieran accedido a ellos, comprendiendo su significado y su aplicación práctica. Lo de “El maestro aparece cuando el discípulo está preparado para recibir su enseñanza” empezaba a ser para mí completamente inteligible.
El Kybalion me ayudó a comprender que en todo lo creado hay apariencia y esencia o, dicho de otro modo, que detrás de la apariencia hay una esencia; que la apariencia tiene que ver con lo efímero y pasajero, lo material o energético y la esencia con lo eterno, con lo que no cambia, con la presencia inmanente que no tiene origen y es origen de todo lo originado; que nuestra mente sería una especie de interfaz entre la apariencia y la esencia que, en el plano humano solemos asociar a un cerebro complejo. En realidad, el cerebro es el órgano a través del cual pensamos, pensamos y sentimos, ya que quien piensa y siente es la mente. Es que nuestro cerebro -utilizando un símil informático, propio del tiempo en que vivimos- sería el hardware y la mente el software. De acuerdo con esa analogía nuestra mente utiliza el cerebro como un programa informático, un ordenador o un móvil.
La lectura del Kybalión me ayudó también a entender de una vez por todas los fundamentos del ancestral término oriental de maya y el conocido mito occidental de la caverna de Platón. Dos grandes visiones que vienen a decirnos que nuestra mirada está atrapada por algo que no es real; y que la llave de oro que abre la puerta de lo real es el despertar de la Consciencia, mitigador de nuestro mundo mental y emocional. Un despertar que nos lleva automáticamente a tener más confianza en la vida, a comprender que todo tiene un sentido profundo, aunque nuestra mente inferior o concreta no lo entienda, y que todo tiene un por qué y un para qué.
—¡Qué pedo! —exclamó mi compañero de viaje, sacándome completamente de mis profundas reflexiones.
Sí, con esta escatológica y sorprendente pregunta me sacó mi compañero de viaje de mis profundas reflexiones sobre el Kybalión y la filosofía perenne que contenía, y que yo estaba empezando a interiorizar y asimilar. En aquel momento de perplejidad no sabía si su pregunta se refería a las ventosidades que se expelen por el ano y que, a cualquiera, al bajar la guardia, le dejan expuesto a reprobaciones calladas o expresas, o si se trataba de una autoinculpación por una grandiosa borrachera a la que había sucumbido presa de un frenesí, un desamor, una pérdida económica o familiar, un descuido o una mala tarde que, oiga, todo el mundo puede tener en un momento dado. Presentía, eso sí, que dentro de este orondo personaje había “tomate frito Orlando”, de buena calidad para las cosas de la mente y el espíritu.
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