Corren tiempos en que la información nos llega por portátiles, móviles y todo tipo de artilugios, y nos hemos acostumbrado, igual que nuestros antepasados se emplearon en cazar para alimentarse, a reponer periódicamente las baterías de nuestros cachivaches.
Un ritual más en nuestra saturada agenda del que no somos capaces de huir y que nos hace olvidar que hay otras fuentes de recarga de baterías que no consumen electricidad y plenamente accesibles.
Es sabido que el cerebro es el órgano humano que mas energía consume y los azúcares se cuidan de proporcionárnosla, pero de nada nos servirá si ese motor prodigioso no mueve ideas. Y para acceder a nuevas ideas, la lectura se ofrece como fuente barata y accesible, al gusto del consumidor.

Da igual leer libros en papel o en formato electrónico: lo importante es hundir las neuronas en estos yacimientos ricos en ideas.
Es cierto que ideas increíbles afloran de forma espontánea y solitaria, con la sola ayuda de la experiencia y la reflexión personales, pero también es innegable que su potencial se amplia y cataliza con el suministro de las experiencias y reflexiones ajenas en historias, ensayos o poemas.
Poder asomarse por la ventana de los libros a la vida de los demás, a sentimientos y emociones ajenas, a otros mundos o perspectivas, es un regalo demasiado valioso para rechazarlo.
Por si fuera poco, somos dueños del ritmo de ingesta de la información leída: voraces o pausados, periódicos o discontinuos, superficiales o profundos, pasivos o críticos… incluso podemos aparcar el libro que nos aburre y sustituirlo sin explicaciones. O también quedarnos asombrados ante la luz radiante de los relámpagos que brotan en los recodos de la lectura.
Y es que cuando el lector batea el oro de la historia, hay un momento en que encuentra la pepita mágica. Una línea, una frase, un mensaje impactante, una descripción conmovedora, una revelación, un giro inesperado de la historia… Y entonces sentimos el íntimo placer de estar enfrascado en la lectura y que es posible obtener goce intelectual sin el ruido exterior.

Con todos esos momentos, a veces puntuales y a veces continuos durante la lectura que nos atrapa, conseguimos fortalecer mente y alma. No hay mejor gimnasia cerebral que la lectura.
Cada libro leído nos añade una invisible capa de ciencia como los anillos rodean de corteza protectora a los árboles, conocimiento que se esconde en el cerebro para volver a aflorar algún día de forma espontánea en forma de comentario o idea. Porque lo que se lee, siempre está ahí. No lo olvidamos ya que como la energía, se transforma pero no se destruye.
Por eso, a veces no hay que preguntarse cuantas neuronas tenemos o cuantas perdemos sino mas bien cuantos libros leemos y cuantos hemos desaprovechado. Leer es cuestión de energía. Cuestión de cargar las baterías de la vida.
Desde luego, porque lo que se lee no se pierde, se siembra y fructifica al desencadenar los propios pensamientos y sentimientos de los lectores. Es una recarga mágica ya que no sólo restablece la energía que hace funcionar un mecanismo, como sucede con los aparatos, sino que lo potencia dotando al cerebro de nuevas e infinitas posibilidades.