Si suele bautizarse como alimento ecológico al que se produce sin sustancias químicas, podría decirse que el mejor alimento ecológico para la mente son los libros: nutren el cerebro, favorecen el desarrollo sostenible como persona, no contaminan a los demás (cada uno lee por sí y para sí) y respetan el ambiente (nada refleja mejor la serenidad y la quietud que alguien leyendo en soledad).
Por eso cobran actualidad las bellas y provechosas palabras del impresionante discurso pronunciado por Federico García Lorca en la inauguración de la biblioteca de su pueblo natal, Fuente Vaqueros, en 1931, donde encumbra los libros como primera necesidad, y del cual extraigo este fragmento:
No solo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.
Poco imaginaba el poeta las tendencias actuales…
Y es que parece que los libros ya no se contemplan como bienes de primera necesidad. Solo hay que asomarse a las librerías de lance y mercadillos para comprobar con lástima como se venden al peso, como se mezcla el Quijote con un teléfono roto y baratijas.
O como los regalos de festividades y onomásticas que antes consistían en el oportuno libro son desplazados por gadgets, pasteles o detalles estéticos, cuando no esotéricos, que cumplen su función gratificante, pero mas efímera y con menor huella que la que nos deja la lectura de un buen libro. Eso por no hablar del contagio al mundo literario, de los vientos imperantes en el campo tecnológico del pirateo y la gratuidad, que han propiciado un tipo de lector reacio a pagar por algo que además, tiene que molestarse… en leer y pasar página.
Por eso, si no lo remedia un ataque planetario de sensatez, parece que pronto atravesaremos una glaciación bibliográfica, comenzando por los autores como especie en extinción, siguiendo con las de los lectores por inanición literaria, y terminando con los libros como fósiles exóticos.
Pero no seamos catastrofistas, pero para eso leemos y conservamos la fe en la especie humana y contamos con el consuelo de ese libro amigo que nos acompaña sin protestar y nos susurra enseñanzas impagables.
Aún estamos a tiempo para el optimismo, pues parafraseando al poeta, se hace camino al andar y se hace cultura leyendo, pues no debemos olvidar como nos enseñó Neruda en sus reflexiones de título poético (“Para nacer he nacido”) que
En cada época, un bardo asume la totalidad de los sueños y de la sabiduría: expresa el crecimiento, la expansión del mundo. Se llama una vez Alighieri, o Víctor Hugo o Lope de Vega o Walt Whitman. Sobre todo, se llama Shakespeare. Entonces estos bardos acumulan hojas, pero entre estas hojas hay trinos, bajo estas hojas hay raíces. Son hojas de grandes árboles.
No debemos olvidar que nuestra mente es una librería formada por las hojas, por los fragmentos de las cosas que hemos leído, y siempre están ahí disponibles para ser releídos o repensados. Y si no renovamos o completamos la biblioteca, nuestra mente se convertirá en un polvoriento recipiente, sin atractivo ni utilidad.
Al final, solo los muertos saben la vida que han vivido y lo que han leído.
Pero los vivos tenemos que rescatar el aliento de ese discurso de Lorca que es breve pero contundente y que tenéis en versión íntegra aquí.
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