
Corren tiempos en que la urgencia nos azota, la tecnología nos invade, la historia la olvidamos, la cultura nos estorba y en que los libros pasan a segundo plano.
Como antídoto frente a esta tendencia, un preciso lugar geográfico nos ofrece calma, artesanía, piedras que susurran historia y cultura, y donde los libros son primer protagonista.
Se trata de Urueña, un municipio de la provincia de Valladolid (a 55 kilómetros al noreste de la capital, y a 200 km de Madrid, que se alcanza con una leve desviación de la N-VI en ruta a Galicia), y que cuenta con denominación de origen, Villa del Libro, pues lo mas llamativo es que con apenas doscientos habitantes, cuenta con varios museos, como el de las Campanas (veinte campanas del siglo XV al XX), el de la Música (más de 500 instrumentos), el Centro Etnográfico Joaquín Díaz -Fotografía, música y grabados- y una docena de librerías (¡Ah!, y una ermita románica, del siglo X, que no falta).
O sea, Una librería por cada 16 habitantes, lo que resulta llamativo en un país donde las librerías están pasando a ser consideradas como los tanatorios, pocos por cada localidad, poco visitados y con estancia rápida y por cortesía, donde no se lleva otra cosa que pesimismo.

Lo primero que maravilla de Urueña es su situación, en un alto dentro de una ciudadela con muralla del siglo XII. Un pueblo pequeño, hermoso, limpio, con calles empedradas y sembrado de librerías, en su mayor parte de libros de ocasión, aunque no faltan temáticas (etnografía, cuentos o enología) o de actualidad; algunas asumiendo el papel de embajadoras del cine, de la música o folklore.
También algunos tenderetes de artesanía acompañan en sus calles. Junto a ello un original espacio para la lectura, el Centro e-LEA Miguel Delibes (conferencias, seminarios, exposiciones, etcétera).

Un lugar espléndido para pasear y cuyas librerías permiten guarecerse del sol en verano, y huir del frío cuando no lo es. Es un gran placer escudriñar las estanterías examinando ejemplares de libros con su historia personal que les ha llevado a reposar en la meseta castellana, esperando que un comprador les diga el bíblico “Lázaro, levántate y anda” y sean leídos y releídos, y posteriormente atesorados, prestados o devueltos al mercado.
Tuve ocasión de asomarme a una de esas espléndidas librerías (Librería Páramo), no la única maravillosa (Alcaraván, El Grifilm, La Bodega literaria, etcétera) y comprobé que los libros estaban ordenados por temática (historia, ciencia, novela, castilla, etcétera), agolpados unos sobre otros, apretados con firmeza, con su precio de saldo indicado a lapicero en el interior, y encontrando en el centro una escalerita que conduce a un altillo donde aguardan mas ejemplares junto a unas sillas para que el visitante los examine al gusto. Mientras tanto, el librero está enfrascado en su labor y dejando libertad a los visitantes que pueden oler, palpar y hojear sin cortapisa.

Si Las Vegas es la capital del juego, la modesta Urueña es la villa del libro. Si hay ciudades que se ufanan de sus centros comerciales, Urueña está orgullosa de sus pequeños comercios.
En suma, a veces viajamos por la península y tomamos las referencias turísticas de monumentos para alternarlos con restaurantes; bien está que alguna vez nos detengamos y podamos pasear por una villa que, si la involución de la lectura prosigue, está llamada a ser un santuario de peregrinación de los que tenemos el grato e insaciable vicio de la lectura.

Una oportunidad única en la autovía que une Galicia y Madrid: en vez de parar en una gasolinera a repostar, es bueno que paremos en Ureña a repostar cultura.
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