Toda presentación tiene algo de ruptura, de desapego. De apertura también. Presentamos LLumantia ilíquida este pasado febrero. Librería Víctor Jara, en Salamanca.
El texto había comenzado su andadura, en solitario, ya sin mí, cuando la Editorial Amarante lo puso en marcha, en librerías. Lo presentábamos ahora en sociedad, con toda la temporalidad que eso conlleva.
Un libro de poesía, a mi entender, no espera a la escritura para “ser”. Puede llevar escrito mucho tiempo antes de encontrar palabras que le den forma, el papel y el instante.
En el caso de Llumantia ilíquida, puedo retraerme algunos años atrás, tantos como sienta que mi memoria sentimental, íntima, pueda retroceder certeramente y saber que estaba escrito todo cuanto tiene de mí, lo cual es mucho. El resto, las palabras, las elipsis… la musicalidad, es anecdótico. Pertenece, además, a otro plano.
Esta, creo, es la mayor verdad a la que asiste la poesía y por la que puede decirse que el hombre no existe sin ella. Ese instante necesario, urgente, humano, en el que se puede dudar de la forma, no del fondo. Esa íntima necesidad de lucha, de fusión, se resuelve en el conflicto poético.
LLumantia ilíquida es pulsión. En una comparación, igual que un brote verde a la búsqueda de la luz. Que es tanto como decir, en la búsqueda de la felicidad, del conocimiento íntimo en el que todo, o casi todo lo importante, se pueda alcanzar a comprender de alguna manera, intuitivamente, que es el único modo para nosotros de comprensión o cercanía.
Tuve la suerte en esta presentación de la lectura generosa, iluminadora, de Asunción Escribano y Elena Díaz Santana. Ellas hilvanaron delicadamente, con mecanismos distintos -o no tan distintos, al fin y al cabo-, tendieron puentes. Hablaron de la poética del silencio, el conocimiento intuitivo, los elementos naturales que cruzan como río todo el poemario, de la fusión de contrarios.
Ser noche que dispara
y ser dardo que acude
y ser en la noche
y en el dardo
el incienso que queda.
(Del poemario LLumantia Ilíquida, Ed. Amarante)
Desvelar, quitar el velo, me parece una metáfora maravillosa para revelar lo que allí sucedió. Fue un lugar reconfortante para mí. No tengo pretensión de escape, ni de minorías o acertijos. Sí, en cambio, me sostiene en la escritura la intención de adentrarme en galerías interiores. Exteriores también. De salir con la pequeña lumbre en las manos e intuir la ecuación de las fusiones posibles. Como he dicho, el resto es pura anécdota. Necesidad de logos que nos lleva a las puertas.
Compartir. Separarme, entonces. Desapegarme, entonces, fue una celebración. Una comunión agradecida.





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