‘Mañana y tarde
Las criadas escucharon a los duendes llorar:
Ven a comprar nuestras frutas de la huerta,
Ven a comprar, ven a comprar’
(El mercado de los duendes: 2017: 1).
El mercado de los duendes (1862) es una de las obras poéticas más reconocidas de la autora Christina Rossetti, cuya invención fue realizada en pleno movimiento estético e intelectual del arte Prerrafaelita. Los temas que nos conciernen son los de la renuncia y el rechazo a toda felicidad terrenal y placer sexual, pues el consumarlos desencadenaría la perdición. Tal júbilo y exaltación personal solo pueden ser satisfechos en la divinidad de una existencia tras la muerte.

Los mensajes de defensa y emancipación que la escritora anhela transmitir deben ser estudiados en clave de cuento de hadas, puesto que la fábula es un mecanismo que utiliza de manera obsesiva, utilizando la poesía como símil del cuento narrativo. En el poema se nos relata las peripecias y fortunas de los personajes Lizzie y Laura; protagonistas que encarnan los antitéticos arquetipos del ángel del hogar y la caída en calamidad de este. En contraposición, encontramos la autoridad de los duendes; criaturas grotescas que simbolizan las amenazas de la sociedad, como el mercado sexual al que se ven subyugadas y las terribles consecuencias que supone la pérdida de la pureza y la virginidad en un mundo que perpetúa las estructuras patriarcales.
‘No debemos mirar a los hombres duende,
No debemos comprar sus frutos:
Quién sabe de qué suelo se alimentaron
¿Sus raíces hambrientas y sedientas? […]
“No”, dijo Lizzie: “No, no, no;
Sus ofertas no deben encantarnos,
Sus malvados dones nos harían daño”.
Ella empujó un dedo en cada oído,
Cerró los ojos y corrió:
La curiosa Laura decidió quedarse
Preguntándose por cada comerciante’
(El mercado de los duendes: 2017: 2, 3).
El texto introduce a las jóvenes en acción, Lizzie y Laura se hallan en presencia de los duendes. En primer lugar, apreciamos que intentan guardarse de su influencia, por lo que obtenemos la noción de que saben de antemano de los peligros de las bestias como sobre la posición de inferioridad que ocupan y los desafíos que representan, personificando Lizzie la inocencia y la salvación y Laura la degradación y perdición. Entonces, tras el retratado intento feérico por captar su atención, Lizzie huye despavorida a casa –espacio que le corresponde debido a su naturaleza– siendo una alegoría de la figura de la Virgen María, mientras que Laura como Eva sucumbirá motivada por la curiosidad.
Uno de los elementos fundamentales es la fruta y el acto de consumo de esta conectado con el deseo y placer sexual. El ingerir la fruta prohibida –comparación con la manzana del Génesis en el Antiguo Testamento– simboliza la pérdida de la castidad y la bestialidad masculina. En el mercado de los duendes, estos ofrecen el alimento a Laura, quien se ve en la obligación de declinarla al no llevar dinero consigo, mas es en este instante que la poeta evidencia el mercado sexual, ya que las mujeres del siglo XIX no poseían propiedades y mucho menos asignaciones monetarias. Al ser hermanas y no existir hombre alguno en el hogar –padre, marido o hermano– que pudiera defenderlas frente a las intenciones de otros hombres, se establece un matriarcado.

‘Tienes mucho oro sobre tu cabeza’,
Respondieron todos juntos:
‘Cómpranos con un rizo dorado’
(El mercado de los duendes: 2017: 5).
Por este motivo, los duendes deciden que Laura debe pagar la fruta con un tirabuzón de su cabello, hecho que provoca el declive, puesto que al consentir dicha transacción está saldando su deuda con una parte de sí misma, es decir, con su cuerpo. La escritora refleja en sus versos que el único método con el que puede pagar la mujer en un sistema capitalista originado y liderado por hombres es entregándose irremediablemente a la tentación. En consecuencia, Laura pierde simbólicamente todo su valor como mujer. Ya no será codiciada ni deseada por los duendes que provocaran su caída, sino que presenciamos el deterioro físico y mental de la heroína al desvanecerse sus facultades de la vista y el oído.
‘Su apariencia era malvada.
Azotando sus colas
La pisotearon y la zarandearon,
Le dieron codazos y la empujaron,
La arañaron con sus uñas,
Ladraron y maullaron,
Silbaron y se burlaron […]
Tomaron sus manos y apretaron sus frutos
Contra su boca para que los comiera’
(El mercado de los duendes: 2017: 14, 15).
Por otro lado, Lizzie es consciente de que la exclusiva salvación del alma de su hermana es mediante la adquisición de más fruta, y resuelve regresar al mercado de los duendes y conseguirla. Sin embargo, cuando les muestra que sí tiene dinero con que comprarla, estos se vuelven agresivos y violentos debido a que no desean el oro, sino su carne. Una inocencia que Lizzie no está dispuesta a entregarles, por lo que es víctima de vejaciones y burlas, bofetadas, patadas, mordiscos, gritos, empujones, arañazos, pisadas y todo tipo de abuso tanto físico como verbal. A continuación, al ser testigos de su fortaleza, dos de los duendes encarcelan sus muñecas manteniéndola inmóvil, al tiempo que empujan la fruta contra sus labios. Con dichas alusiones Christina Rossetti está relatando un intento de violación en masa, no obstante, Lizzie no abre la boca protegiéndose del espantoso agravio. Esta es una historia de la salvación de una mujer gracias al sacrificio de otra, pues Lizzie retorna con el fármaco con el que restaurar el espíritu de Laura.

Seguidamente, Lizzie se detiene frente a su hermana y le entrega su cuerpo, instigando que la abrace, la coma, la bese, la ame y la beba, succionando el jugo y resucitándola así de su caída. Al poseer el conocimiento de que la autora fue una devota creyente religiosa interpretamos que lo que está sucediendo es la consagración de la eucaristía en el ánima de Laura por medio de la carne de Lizzie. Las claras connotaciones sexuales que encontramos determinan la existencia de una relación romántica y pasional entre sendas hermanas, por lo que no solamente hablamos de lesbianismo, sino también de incesto.
‘¿Me has echado de menos?
Ven y bésame.
No importan mis moratones,
Abrázame, bésame, chupa los jugos
Exprimido de los frutos de los duendes para ti […]
Cómeme, bébeme, ámame:
Laura, tómame entera’
(El mercado de los duendes: 2017: 17).
En el análisis de estos versos, Christina Rossetti determina que el sistema patriarcal de su producción poética está representado por los duendes, bestias que al no conseguir ejercer su autoridad y poder sobre las heroínas para así someterlas, canalizan su comportamiento por los principios de la agresividad y la violencia. Y es que como indica el propio título del poema, el tema de denuncia social es el mercado de explotación sexual al cual se ven arrastradas y subyugadas las protagonistas, personificando el término acuñado por Claude Lévi – Strauss (1908 – 2009) ‘el intercambio de mujeres’, o el de ‘transacciones matrimoniales’.
La crítica e historiadora Gerda Lerner (1920 – 2013) argumenta que el origen de todo patriarcado se estructura en torno a unas normas y valores que convierten y reducen a las mujeres a una mera mercancía sexual, siendo apreciadas por los servicios sexuales y de reproducción. Engendrar hijos constituía de las pocas valías femeninas en una categoría patriarcal que las veneraba debido a su condición de ‘propiedad privada’, una creencia predispuesta por las construcciones culturales simbólicas y metafóricas. Ideas equivocadas y alteradas, manipuladas e infundadas a partir de los intereses egoístas de la otra mitad de la humanidad que influyeron en la teología e ideología de sus individuos.

Por otro lado, la autora plasma dos motivaciones primordiales por las que Lizzie y Laura se encuentran en una posición de constante amenaza que desemboca en una violación (Laura) y en un intento de violación (Lizzie). Y ambas tienen que ver con la naturaleza educativa y económica de la época. Primeramente y tras haber advertido el nulo poder económico y social de las mujeres, dichas escenas representan los cimientos del paternalismo que es definido a la perfección por Lerner como ‘un contrato de intercambio no consignado por escrito: soporte económico y protección que da el varón a cambio de la subordinación en cualquier aspecto, los servicios sexuales y el trabajo doméstico no remunerado de la mujer’.
Mas el control de la sexualidad femenina estaba radicalmente ligado con el ‘amparo’ paternalista a lo largo de las diferentes etapas de sus vidas, cambiando de individuo protector a medida que crecían, aunque nunca logrando desvincularse del periodo de la infancia, pues en un principio era oprimida por el padre o por sus hermanos y más tarde avasallada por el marido. No obstante, la imagen contraria a la de estas mujeres es la que interpretan las hermanas Lizzie y Laura como personajes ‘libres’, puesto que cohabitan en un matriarcado –a pesar de que su fortuna como mujeres emancipadas e independientes sea la propiciada por el sistema patriarcal–, es decir, juzgadas a ser expulsadas sin reputación y honor y torturadas verbal y físicamente. Tales castigos infringidos son contemplados y reflejados con crudeza, crueldad y honestidad por la pluma de Christina Rossetti.
‘Nunca ha habido un grupo de personas como ellas que hubiera hecho algo importante por sí mismas. Las mujeres no tenían historia, eso se les dijo y eso creyeron […] La privación de educación a las mujeres y el monopolio masculino de las definiciones […] ¿Qué sabiduría hay en la menstruación? ¿Qué fuente de saber en unos pechos llenos de leche? ¿Qué alimento para la abstracción en la rutina de cocinar y limpiar? El pensamiento patriarcal ha relegado estas experiencias definidas por el género al reino de lo «natural», de lo intrascendente. El conocimiento femenino es mera intuición, la conversación entre mujeres, «cotilleo»’ (El origen del patriarcado: 1983: 4, 5).

En segundo lugar, la desafortunada y terrible falta de educación y aprendizaje de las mujeres, al igual que el ocultamiento de sus méritos, antecesoras y de una genealogía histórica. De nuevo, la teórica Gerda Lerner sentencia que este es uno de los grandes males que ha utilizado el hombre para mantener a la mujer en la más opaca de las ignorancias. La sabiduría y el conocimiento fueron disciplinas exclusivamente reservadas al intelecto masculino, quienes lo preservaron y moldearon desde un horizonte de expectativas unidireccional, el suyo. No obstante, dicha carencia provocó que las mujeres comenzaran a cultivar y proteger una sabiduría propia, puesto que al echar la mirada atrás en el tiempo descubrieron que no poseían memoria alguna de otras mujeres anteriores a ellas mismas con las que identificarse y de las que inspirarse. De este modo, nace un lenguaje original ligado a la autoría femenina –pues necesitaban narrarse y leerse a sí mismas– con el que reescribir las convenciones y prohibiciones de los mitos a los que estaban sujetas para transformarlos en reinventadas fábulas desde su imaginación y fantasía. Algunos ejemplos son Jane Eyre (1847) de Charlotte Brontë, La Cámara Sangrienta (1979) y Wise Children (1991) de Angela Carter o El Cuento de la Criada (1985) de Margaret Atwood, entre muchos otros.
Como conclusión, quisiera exponer la razón por la que he elegido este tema de estudio. Uno de los motivos es que Christina Rossetti es una de mis escritoras predilectas y considero su producción poética como una de las más excelentes del siglo XIX. No obstante, cuando la recomiendo, nadie la reconoce. Sin embargo, al pronunciar el nombre de su hermano que no es más sencillo que el suyo, todos asienten. He contemplado este artículo como una humilde oportunidad para darle el lugar que verdaderamente, como poeta y como mujer, merece.
¡¡Muy, muy interesante, Laura!! No conocía la obra y estoy maravillada por su simbolismo, estética/poética y la profundidad de los mensajes ocultos. Por no hablar de la denuncia tan maravillosamente tejida y oculta del patriarcado en el siglo XIX. ¡Hay que dar más visibilidad a la autoría femenina! ¡Bravissimo!
Muchísimas gracias, Aitana ¡Vaya comentario más precioso! Me emociona y te lo agradezco de corazón.