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¿Por qué es necesario un Museo Cajal? (V), por Rafael J. García-Villanova y Teresa Rivas Palá

Sin ser científicos en esa concreta rama del saber, con sumo gusto iríamos a visitar dondequiera que se ubicara ese gran museo que D. Santiago y su Escuela merecen.

Al recorrer la comarca de las Cinco Villas, al noroeste de Aragón y muy en el norte de esa comarca, uno se encuentra con Petilla de Aragón, un pueblecito de escasos habitantes, situado entre montañas y en realidad perteneciente a Navarra. Se trata de un enclave de esta Comunidad Autónoma en la de Aragón, históricamente disputado durante la Edad Media entre aragoneses y navarros, y finalmente perteneciente a la de Navarra, de cuyo límite dista apenas 12 Km. Allí nació D. Santiago Ramón y Cajal, donde su padre ejercía de joven médico. No vivió más de 2 años, pues su padre marchó a otros de la provincia de Huesca, como Larrés (de donde eran oriundos padre y madre), Ayerbe y Jaca, en los que el niño pasó parte de su infancia, y finalmente en Huesca su juventud. A Petilla volvería solo ocasionalmente para fotografiarla, ya adulto, en uno de sus paseos por su querida Aragón.

Pero el único museo suyo que hace años conocimos está en su casa natal de Petilla de Aragón. Perfectamente acondicionada, en ella supimos de la afición de D. Santiago al dibujo y a la fotografía, que usó con fines tanto científicos como lúdicos y artísticos, representando paisajes, labores y costumbres de la vida rural de la época. En la técnica fotográfica, incluso, pudimos conocer que fue gran innovador, al diseñar las placas de gelatino-bromuro de impresión casi instantánea, un invento suyo simultáneo al que poco más tarde comercializaría Edison. Previó en su libro dedicado a la fotografía el enorme interés que en el futuro tendría el color, que él no llegó a conocer. Alberga también la casa-museo un cierto número de piezas de material de laboratorio, con reactivos e instrumentación de la época, así como títulos, condecoraciones y objetos personales.

Casa natal en Petilla de Aragón

Nos preguntamos al salir de allí si, siendo como era D. Santiago hombre ordenado y cuidadoso, coleccionista y escritor, plenamente convencido de la relevancia histórica de su figura y de su aportación a la Neurociencia, no dejaría muchos otros objetos personales y científicos, cuadernos de laboratorio, manuscritos o ediciones originales de sus hallazgos, de sus reflexiones sobre la Ciencia y el método científico (al igual que años antes hiciera Luis Pasteur), recuerdos de sus galardones…

No hemos conocido de la existencia de ese depósito inscrito entre los de la UNESCO hasta el momento de esta iniciativa, que aplaudimos con entusiasmo mi mujer (aragonesa, ella) y yo, ambos habituales residentes en vacaciones y visitantes de todos esos pueblos de su Pirineo natal. Sin ser científicos en esa concreta rama del saber, con sumo gusto iríamos a visitar dondequiera que se ubicara ese gran museo que D. Santiago y su Escuela merecen.

Rafael J. García-Villanova y Teresa Rivas Palá

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