Mi interlocutor, Joaquín Delgado García, me sugirió una tarde soleada del mes de agosto que mantuviéramos esta entrevista en el emblemático Parque de San Antonio de Ávila, y no solamente porque se encuentra cercano a su vivienda, sino también porque es evocador e invita al análisis y la introspección. A mí me pareció una excelente propuesta.
El Parque de San Antonio es uno de los parques más antiguos de Ávila. La mayoría de las tarjetas postales que han sido editadas desde principios del pasado siglo XX retratan un jardín idílico, con la muchachería alrededor de las fuentes, y el convento de los frailes franciscanos, santificador del lugar. Ha sido también paraje para temas de emotivas narraciones, como la que escribió Antonio Veredas en 1939 mostrando profundos sentimientos comunes a los abulenses:
“El parque encantador de San Antonio es donde triunfa la poesía del color de las estaciones, la poesía de la luz del sol y la luna entre la enramada, la poesía de la música de los trinos y cantos de los pájaros, la poesía del amor de parejas de enamorados que se arrullan entre la frondosidad de los lilos, la poesía de la religión con el humilde convento franciscano, la poesía del arte labrado en la fuente de la Sierpe que refleja lánguidas formas de unos sauces llorones, y la poesía de la vejez de unos álamos milenarios heridos del tiempo. Es aquí donde se oye la voz del viento que juega con las hojas de los árboles, la voz del agua que resbala por las regueras, la voz de las campanitas que congregan a las niñas casaderas de Ávila, y la voz de la fiesta y la sana alegría en honor de San Antonio de Padua”.

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Joaquín Delgado fue juez en Lillo, Cebreros, Herrera del Duque y Quintanar de la Orden. Como magistrado, ejerció en San Sebastián y Lleida. Desempeñó la Presidencia de la Audiencia Provincial de Toledo hasta 1989, fecha en que fue designado hasta su jubilación magistrado de la Sala Segunda del Tribunal Supremo.
—Muy cerca de donde nos encontramos, en uno de esos bancos —me comentó, tras los saludos de rigor y una breve conversación con preguntas y respuestas de situación, dirigiendo su mirada y apuntando hacia el lugar con el índice de su mano derecha— tuve una interesante conversación con Adolfo Suárez. Yo estaba entonces preparando las oposiciones a judicatura. Suárez —que por aquellos momentos tenía ya puesta su mirada en la alta política— me preguntó con cierta ironía: ¿Estás probando? ¡No!, le respondí de forma categórica. ¡Yo voy a aprobar!
Mi interlocutor mantuvo luego un profundo silencio que yo respeté, consciente de que esta escena evocaba para él recuerdos entrañables e inolvidables de su juventud. Luego, volviendo al momento presente, me comentó:
—Este jardín donde nos encontramos, que comenzó a funcionar a partir del año 1859, ha sido fruto de numerosas intervenciones y atenciones, así como de continuas renovaciones de fuentes y plantas, arreglos de paseos, y calles. Es un lugar emblemático para cualquier abulense; un idílico paraje de preciosos jardines y abundancia y variedad de árboles que adornan los espaciosos paseos. Nos hallamos en estos momentos en medio del paseo central, en torno a esta bella fuente con sorprendentes y vistosos surtidores y juegos de agua. La que puedes ver allí —me comentó apuntando nuevamente con su dedo índice hacia el lugar— es la popular fuente conocida con el nombre de “La Sierpe”.

¿”La Sierpe”? —me pregunté internamente, tratando de recordar alguna información estudiada o comentada sobre esta fuente. Instintivamente, al no hallarla, eché mano de mi celular, consultando con Google, que suele tener respuestas para todo. Con las primeras informaciones me quedé sorprendido. Se trataba de un ingenio hidráulico que mereció en su día la atención y admiración del Rey Felipe II y Margarita de Austria, cuando visitaron Ávila en el año 1600. La obra representa a un ser monstruoso y mítico, encargado por el regidor Alonso del Cárcamo y Haro al maestro entallador Andrés López, autor del trabajo posterior de los sepulcros de los fundadores de la capilla de Mosén Rubí, otro de los emblemas de la ciudad.
—Conocí muy bien, como te he comentado, a Adolfo Suárez y a toda su familia— me dijo, mientras yo trataba de asimilar mentalmente la información suministrada por Google sobre esta fontana—. Conocí a su padre, Hipólito, un procurador de los tribunales y a su madre Herminia y, por supuesto, al resto de sus hermanos: Hipólito, María del Carmen, Ricardo y José María. Adolfo Suárez, el mayor de todos ellos, nació en el 32 y yo en el 37, así que me sacaba cinco años. Adolfo estudió en la Escuela Nacional de Ávila y luego en el Instituto de Enseñanza Media. Él era de la quinta de Juan Carlos, uno de mis hermanos que, lamentablemente, falleció con 63 años.
Joaquín Delgado García. Foto cedida por Enrique Sánchez Lubián Joaquín Delgado García. Foto cedida por Enrique Sánchez Lubián Joaquín Delgado García. Foto cedida por Enrique Sánchez Lubián Joaquín Delgado García. Foto cedida por Enrique Sánchez Lubián Joaquín Delgado García. Foto cedida por Enrique Sánchez Lubián
—Entiendo que tu hermano conoció muy bien a Adolfo Suárez— comenté tratando de reconducir la conversación hacia el propósito principal de esta entrevista.
—Sí, claro. Puedo contarte una anécdota que él me contó y que creo que te va a sorprender. Verás. Mi hermano Juan Carlos era marino mercante. Llegó a ocupar el puesto de práctico de puerto militar en las Palmas de Gran Canarias. Es un trabajo que conlleva una gran responsabilidad en la que está en juego la seguridad de la navegación. Es esencial en las operaciones de atraque y desatraque en puerto de barcos de grandes dimensiones. El práctico es el encargado de asesorar al capitán en las maniobras de entrada y salida del puerto, por lo que deberá conocer muy bien los pormenores de aquellos puertos donde trabajan y disponer de una larga experiencia en la maniobra de buques de gran tonelaje. Eso, sí, la última decisión la tiene el capitán.
—Oye, Juan Carlos: ¿A dónde te gustaría llegar dentro de tu profesión? —le preguntó Adolfo Suárez en cierta ocasión.
—Pues, verás, ahora me estoy preparando las oposiciones de práctico civil. Son oposiciones muy exigentes, pero merece la pena intentarlo porque el puesto conlleva mejores retribuciones económicas. ¿Y tú, Adolfo, a qué aspiras? Fue la pregunta que le formuló mi hermano, muy probablemente pensando en que la respuesta de Adolfo estaría relacionada con las oposiciones al Cuerpo Jurídico de la Armada en las que estuvo él metido. Sin embargo, su respuesta le desconcertó.
—Pues, mira, Juan Carlos —le respondió Adolfo Suárez con la gallardía que le caracterizaba: tú llegarás a ser práctico civil algún día, como yo Presidente del Gobierno de España. Así se lo soltó a mi hermano Juan Carlos, cuando aún no era nada dentro de la alta política. Es algo que corrobora que este hombre tenía muy arraigada en su cabeza a dónde quería llegar. En algún libro he leído que “solía descubrirse a sí mismo escribiendo en trozos de papel su nombre y el destino profesional que acariciaban sus sueños: futuro Presidente del Gobierno”.
—Un sueño que logró finalmente —corroboré. Concretamente, la designación de Adolfo Suárez por S.M. el Rey Don Juan Carlos para el cargo de Presidente del Gobierno, tuvo lugar el 3 de julio de 1976. Una decisión que, por cierto, constituyó una sonora sorpresa, provocando desilusión y rechazo, no sólo entre destacados personajes del franquismo, sino también entre los rupturistas. Pero, bueno, ese tema es, como se dice por nuestras ascéticas tierras abulenses, “harina de otro costal”. Así que dejemos, si te parece Joaquín, este asunto para el análisis dentro de otros foros y volvamos de nuevo al origen: ¿Qué tipo de relación mantuviste con este ilustre abulense que ya ha entrado en la Historia de España por derecho propio?

—A Adolfo Suárez y a mí nos une una personalidad dentro del mundo del derecho: Don Mariano Gómez de Liaño. Era nuestro preparador. Nos orientaba, aconsejándonos los libros que teníamos que estudiar, y tomándonos las lecciones una o dos veces por semana. Luego, nos examinábamos por libre en la Universidad de Salamanca. En esta modalidad formativa, a Salamanca sólo íbamos a examinarnos. Generalmente nos trasladábamos en tren, pero estábamos abiertos a otras opciones. Yo he ido hasta allí hasta en moto y, por cierto, recuerdo que en una ocasión se me averió en “Aveinte”, un pueblecito a 20km de Ávila; y ya te puedes imaginar la odisea que tuve que vivir hasta llegar a Salamanca para examinarme.
—Un mismo preparador en común, pero un destino bien diferente —interpreté.
—Pues sí, así es la vida. En ciertos momentos los hombres transitamos el mismo camino hasta que se bifurca en otros. Yo elegí el camino de la justicia; Adolfo, el de la política. Cuando terminé la carrera de derecho me animé a opositar, con la intención, como le dije en este parque donde nos encontramos, de aprobar, no de probar; él, sin embargo, al año siguiente de licenciarse emprendió las milicias universitarias en Zamora, seguidas de seis meses de prácticas en las que desempeñó, al parecer, el cargo de alférez en Melilla. Su fulgurante carrera política dio comienzo cuando su mentor político, Fernando Herrero Tejedor (Gobernador Civil de Ávila por aquella época), lo nombra Jefe de la Sección Primera del Gobierno Civil de Ávila y Delegado Gubernativo de la provincia. A partir de este momento, inició una carrera política imparable hasta alcanzar su gran sueño: la Presidencia del Gobierno.
Un nuevo y profundo silencio se hizo entre los dos. Pareciera como si el tiempo se hubiera detenido en una época lejana en la que, caminando por el paseo del Rastro, oteando el horizonte del Valle Amblés nos sentíamos defensores de la ciudad desde el adarve de la muralla; compradores de frutas y verduras en el mercado de los viernes en “El Chico”; transeúntes por el “Mercado Grande”, y las calles aledañas repletas de gente ensimismada, la mayoría procedentes de los pueblos de la provincia, corriendo de allí para acá, tratando de gestionar en el menor tiempo posible los innumerables asuntos que les habían traído hasta la capital; visitantes absortos en la calle de “la muerte y la vida”, también conocida como Calle de la Cruz Vieja, escenario de algunas curiosas leyendas, que va desde la Catedral hasta la Plaza de Adolfo Suárez; o caminantes nocturnos dentro de una ciudad amurallada donde se escuchan los silencios y huele a santidad.
En todo momento, aquel profundo silencio como la eternidad no fue perturbado ni siquiera por el griterío de una muchachería alegre y vital que, como en el cuento del “Gigante egoísta”, de Oscar Wilde, hacía que los pájaros revolotearan y parlotearan con deleite y las flores rieran, elevando sus cabezas sobre el césped. Pero, como la vida tiene sus propios mecanismos para atraernos hasta el momento presente, el sonido del móvil de mi entrevistado, Joaquín Delgado, rompió el hechizo de la recreación de una idílica estampa abulense, concebida dentro de nuestro imaginario.
—Disculpa, José Antonio, es Teresa, mi mujer.
Yo le hice un gesto de asentimiento para que atendiera con toda libertad esta llamada. Luego, tras un breve intercambio de palabras entre ambos cónyuges, Joaquín se volvió hacia mí y, tratando de justificar la interrupción, me comentó:
—Me llamaba mi mujer. Quería saber a qué hora regresaría a casa para cenar. Le he comentado que estoy muy a gusto en el Parque de San Antonio hablando con un periodista abulense sobre Adolfo Suárez y aquellos maravillosos años de nuestra juventud. Así que, si te parece, podemos seguir hablando hasta las 9, como habíamos convenido.
—Perfecto. Son las 8 de la tarde, así que nos queda una hora más para perfilar algunos importantes aspectos sobre la cuestión. Aunque mi fuerte no es precisamente el periodismo rosa, si no tienes inconveniente, me gustaría saber algo sobre vuestra relación. ¿Cómo os conocisteis?
—Pues nos conocimos con 16 o 17 años en el grupo de “Coros y Danzas”, de aquí, de Ávila. Era lo que había entonces. Se trataba de una iniciativa perteneciente a la Sección Femenina de FET y de las JONS, una organización fundada en el año 39, por Doña Pilar, hermana de José Antonio Primo de Rivera. Lo pasábamos muy bien, y de estos encuentros surgieron muchos matrimonios como el mío. Es verdad que el régimen franquista utilizó “Coros y Danzas” como instrumento propagandístico para trasladar hacia el exterior un claro mensaje de amabilidad y buena voluntad; pero, al mismo tiempo, no cabe duda, de que tuvo su utilidad social. Con la idea principal de recoger, recuperar y conservar los cantos y los bailes autóctonos, muchos de los cuales estaban en trance de desaparición, nos permitió a muchos hombres y mujeres de aquel entonces viajar por España e, incluso, por el mundo.
—Que ahí es nada —apostillé.
—Pues sí. Fue un medio muy útil para abrirnos a la vida dentro de un país ensimismado.
—Un país ensimismado, o replegado sobre sí mismo que por aquellos años tuyos, deseaba abrirse al mundo —volví a apostillar.
—Pues sí —se reafirmó. En este sentido, creo que Adolfo Suárez, al igual que otros políticos de la época, comenzaron a vislumbrar por entonces un futuro diferente para España y los españoles.
—Cierto. Tengo entendido que el embrión de este futuro diferente para España se formó durante la semana del 7 al 15 de enero del año 1969 en Segovia. Incluso, se ha llegado a asegurar que somos herederos de las decisiones tomadas durante esa semana. Adolfo Suárez llevaba por entonces unos meses de Gobernador Civil de Segovia. Concretamente juró su cargo el 11 de junio de 1968 a las 11 de la mañana, tomando posesión del mismo diez días después. En Segovia permanecerá hasta el 7 de noviembre de 1969, en que se despide de la ciudad para ocupar el puesto de director general de TVE. Durante este breve lapso de tiempo —año y medio— intensificó sus relaciones con el Príncipe Don Juan Carlos, se ganó el favor de Franco con motivo de diversas inauguraciones que tuvieron lugar en Segovia, desplegó una labor populista por toda la provincia, superó políticamente la catástrofe de Los Ángeles de San Rafael, y demostró su audacia destituyendo al presidente de la Diputación y al alcalde de Segovia.
—Bueno, esto no nos sorprende a los que tuvimos el privilegio de conocerle personalmente, porque ya de joven apuntaba maneras.
—Eso creo, pero volvamos, Joaquín, si te parece, a la escena de esa transcendental semana segoviana para el futuro de España. Se ha dicho, utilizando una analogía meteorológica, que, durante esos días, nevaba en Segovia, había borrascas en el alma del Príncipe y cielos despejados en el horizonte político de España. El día anterior, es decir, el 6 de enero, Adolfo Suárez se encontraba en Cebreros, su pueblo natal, pasando las fiestas navideñas, siendo representando en su puesto de gobernador el Secretario General del Gobierno Civil. Inmediatamente le traslada el comunicado de que los príncipes, Don Juan Carlos y Doña Sofía, junto con los reyes de Grecia, Constantino y Ana María, tenían previsto visitar los lugares emblemáticos de Segovia —El Alcázar, El Real Sitio de San Ildefonso de La Granja y el Palacio de Riofrío— el 7 de enero.
—… por lo que entiendo que Adolfo Suárez se puso en guardia, activando todo el dispositivo para estar, como no podía ser de otro modo, en esta real e importante visita a Segovia —me comentó Joaquín, haciendo una deducción lógica de los hechos del momento.
—En efecto. Según cuentan las crónicas periodísticas de entonces, cuando los príncipes y los reyes de Grecia llegan a Segovia eran las 12,45 de la mañana, del 7 de enero, y empezaban a caer los primeros copos en la ciudad. Para entonces, Adolfo lo tenía ya todo organizado. Por cierto, que ese día en Madrid se produjo una borrasca, y no precisamente de carácter climático, sino político. Y es que, el Príncipe, había concedido una entrevista el día anterior a EFE, publicada ese mismo día por todos los medios nacionales e internaciones. Como te puedes imaginar, la bomba informativa fue de grandes proporciones porque Don Juan Carlos rompe, no solo con su padre Don Juan, sino con la línea sucesoria, algo que suponía un torpedo en la línea de flotación para la legitimidad monárquica. El Príncipe justificó sus declaraciones entonces con el argumento de que la Monarquía debía estar al servicio de la Nación, y no a la inversa; y que a los españoles de 1969 no se les podía hacer planteamientos históricos carentes de sentido.
—No cabe duda —me razonó— de que aquel encuentro de Adolfo Suárez con el Príncipe se produjo en un contexto de “cumbres borrascosas” de carácter político. Por cierto, siempre suele salir a relucir la trascendental comida en el restaurante Cándido, famoso por sus suculentos cochinillos.
—Sí, así es —confirmé. Al parecer, según cuentan las crónicas periodísticas del momento también, cuando los visitantes realizaron todas las visitas programadas, se desplazaron hasta el restaurante Cándido, todo un referente de cocina castellana. El “Adelantado de Segovia” escribió, por ejemplo, que la mesa fue presidida por los reyes de Grecia; que, al lado de la reina, Ana María, se sentó Adolfo; y que Cándido llevaba en sus hombros la tradicional manta de paño segoviano, a la que el mesonero mayor de Castilla era tan aficionado. La leyenda, como bien sabes, se produce en los cafés donde —supuestamente— Don Juan Carlos anota la visión de Adolfo Suárez sobre las reformas que tendría que emprender una vez que se convirtiera en Jefe del Estado. En este punto existen dos versiones: una, que el Príncipe apuntó las ideas de Suárez en unos folios que había recibido durante sus visitas en Segovia; otra, procedente de los descendientes de Cándido, asegurando que fue en la propia carta del restaurante.
—En todo caso —fue su deducción lógica a partir de los hechos expuestos— parece que aquel acontecimiento fue una especie de pistoletazo de salida para iniciar la carrera de la transformación política.
—Pues, sí —asentí—, así lo creo yo también. Luego, a partir de este importantísimo día, los acontecimientos transcurrieron a una velocidad de vértigo. Al día siguiente, 8 de enero, Franco recibe a Suárez en audiencia, donde éste le da cuenta con todo lujo de detalles de la visita. También, ese mismo día, Laureano López Rodó, que ocupaba la cartera de Ministro Comisario del Plan de Desarrollo, plantea que había que agilizar los trámites previstos en la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, una vez que han quedado rotas las ataduras que unían a don Juan Carlos con su padre. Y, en la tarde del 15 de enero de 1969, ocho días después de visitar Segovia y de las explosivas declaraciones del Príncipe, Franco le comunica su decisión de nombrarle sucesor en el curso de aquel año.
De nuevo se estableció entre nosotros otro profundo silencio. No cabía duda de que el Parque de San Antonio que, aún sigue conservando el aire romántico de antaño, era el escenario ideal para rememorar momentos históricos de nuestra historia reciente. Y lo estábamos haciendo de manera espontánea, al modo en que le gustaba a Unamuno, que pensaba que la Historia con mayúsculas no es un relato de intrigas, sino el reporte de la cotidianidad, que puede despertar interés sin que se venda envasada en escándalos.
—Por cierto —pregunté, tratando de reanudar la conversación— ¿solía venir mucho por este Parque de San Antonio Adolfo Suárez?
—Creo que sí. Como te he comentado, es un lugar muy frecuentado por todos los abulenses. Probablemente, pasaba por aquí para ver a su amigo de la infancia, Fernando Alcón, un conocido empresario abulense que continuó la tradición familiar empresarial dirigiendo desde principios de los años 60 la concesión de automóviles Pegaso, de los autocamiones ENASA, y de la British Leyland (ahora Rover). Fernando Alcón fue un importante hombre de negocios abulense y de referencia a nivel nacional. Llegó a ser Presidente de la Cámara de Comercio e Industria de Ávila y Presidente de la Asociación Española de Concesionarios de Pegaso y de la Federación Española de Automoción (FEDAUTO). Además, podemos decir que fue un hombre de la Transición política española. Como puedes imaginarte, entró en política de la mano de Adolfo Suárez, llegando a liderar la lista de diputados por la Provincia de Ávila del partido Unión de Centro Democrático (UCD) en las primeras elecciones democráticas libres del 15 de junio de 1977. Todo un gran acierto, y no solamente porque saliera elegido diputado, sino también porque obtuvo un gran éxito al conseguir, para UCD, los 3 diputados posibles de la provincia: un exitoso resultado que repitió en las Elecciones Generales de marzo de 1979.
—Está claro que Adolfo Suárez tenía un “ojo clínico” para elegir a los mejores candidatos —comenté.
—Sí, no cabe duda de que era un gran líder, que sabía elegir a los mejores para acometer las tareas y objetivos que en cada momento eran precisos afrontar.
—¿Sabes si se mantuvo en el tiempo esta relación de profunda amistad entre ambos? —pregunté con curiosidad.
—Pues sí. La amistad se mantuvo plenamente. Como sabes, tras la desaparición de la UCD, Adolfo Suárez fundó el 29 de julio de 1982 el Centro Democrático y Social (CDS). Para esta nueva aventura política Suárez rescató a los exministros Agustín Rodríguez Sahagún, Rafael Calvo Ortega y Manuel Jiménez de Parga, y a amigos procedentes de la extinta UCD de la talla de José Ramón Caso, Jesús María Viana, Joaquín Abril Martorell o Fernando Castedo. La carrera política de su amigo íntimo, Fernando Alcón, continuó. Estuvo muy involucrado en la creación del nuevo partido político y, pocos meses después de las elecciones de junio de 1986, fue nombrado Secretario Nacional de Organización de CDS, desempeñando su cargo hasta 1990. En 1991 abandonó la política, volviendo a sus actividades empresariales.
—Y, bueno, otra pregunta relacionada con el modo de ser de Adolfo Suárez. ¿Cómo le sigues recordando tú?.
—Muy simpático; ¡era muy simpático!; alguien que atraía por su viveza, simpatía y empatía. No alcanzó, como sabemos, muchas matrículas de honor en los estudios, pero sí en encanto personal. Le gustaba jugar al fútbol, un deporte muy querido por los chicos de aquella época. Llegó a jugar en el Dinamita de Ávila y luego en el Deportivo de la Coruña. Le gustaba también la interpretación, el toreo y el boxeo. Y otro detalle: se sentía muy orgulloso de ser abulense. Creía que los abulenses éramos buena gente, luchadora, sencilla, sincera y honrada.
—Tengo entendido que participó en la grabación de “Orgullo y Pasión”, una película basada en la guerra de la independencia española donde un grupo de guerrilleros españoles se encarga de llevar un enorme cañón, junto con sus aliados británicos, para hacer caer Ávila que, por entonces, era el cuartel general de los franceses.
—Bueno, es que la grabación de esta película de Stanley Kramer fue un acontecimiento social de primer nivel para Ávila y todos los abulenses. Para la grabación vinieron incluso gente de los pueblos próximos. Yo también participé, junto con mi mujer, mi madre y mi cuñado Fernando. Nos pagaban 50 pesetas diarias a cada uno, que en aquella época era un dinero. Recuerdo que hacíamos de asaltantes de la ciudad; Adolfo-según creo- actuando como como defensor, tras las murallas, en la parte alta de la ciudad, con otro tipo de vestuario.
Mi entrevistado me cuenta estos detalles como si los estuviera viviendo hoy mismo. Compruebo su “orgullo y pasión” por una ciudad que, como escribió Azorín es, entre todas las ciudades, la más importante del siglo XVI. Hoy podemos comprobar esta afirmación sobre el terreno, al contemplar el gran número de mansiones y palacios de este siglo que aún se conservan en la ciudad. Aunque su declive industrial y poblacional llegó durante el siglo siguiente con la expulsión de los moriscos, volvió a resurgir en el siglo XIX, con el ferrocarril. Ciertamente, mi entrevistado, Joaquín Delgado, lleva a Ávila en su ADN genético y vivencial. Su bisabuelo, Don Carmelo Delgado, fue Director General de Tabacalera en Sevilla y alcalde de la Ávila y hoy se le sigue recordando por el importante paseo que lleva su nombre; su padre fue durante muchos años Secretario de la Diputación Provincial de Ávila. Además, mantuvo una relación de amistad desde la más temprana juventud con el abogado abulense Antonio Sánchez González, más conocido en Ávila como “Toñines”. Un personaje muy popular en su época, que llegó a ser alcalde de Ávila y con quien Adolfo Suárez fraguó una profunda amistad. Y hasta puede presumir de su relación familiar y de amistad con Don Claudio Sánchez Albornoz, un prestigioso historiador, considerado como uno de los medievalistas españoles más importantes del siglo XX, catedrático de Historia en Barcelona y Madrid, ministro durante la Segunda República y presidente de su Gobierno en el exilio entre 1962 y 1971. Nació en Madrid, pero falleció en Ávila el 8 de julio de 1984 en Ávila, donde residió en el tramo final de su vida.
—Recuerdo perfectamente la fecha del fallecimiento de don Claudio —comenté cuando mi entrevistado pronunció el nombre de Claudio Sánchez Albornoz— porque yo tuve el privilegio de conocerlo personalmente, unos días antes de su partida de este mundo. Fue un hombre muy grande. El listado de títulos y reconocimientos nacionales e internacionales es interminable. Tuvo conmigo la gentileza de firmarme una de sus múltiples e importantes obras: “España, un enigma histórico”. Llegué hasta él a través de un amigo mío que deseaba despedirse de él, barruntando su próxima partida de este mundo.
—Tengo entendido que el libro que me citas constituye una de las aportaciones más serias y documentadas que se han hecho sobre la Edad Media Española. También tengo entendido que lo escribió a raíz de la publicación del libro “España en su historia”, de Américo Castro. Es que Sánchez Albornoz tuvo, como bien sabrás, sonoras discrepancias con Américo Castro.
—Sí, eso creo —respondí. Ambos sabios de la Historia de España mantenían concepciones diametralmente opuestas. Claudio Sánchez Albornoz, concebía la historia como cambio, como una marcha hacia la libertad, cuestionando el determinismo histórico. Américo Castro, sin embargo, afirmaba que el carácter español quedó plenamente formado con un hecho histórico: el descubrimiento de América en 1492. Don Claudio, claro está, se opuso rotundamente a esta interpretación de la Historia. Escribió: “Aceptarlo sería aceptar un determinismo suicida que afecta no sólo a la historia medieval española, sino que puede condicionar la historia actual y futura de España”.
—En el caso que nos ocupa —comentó Joaquin—, la Transición política española, fue un esfuerzo colectivo por la estabilidad política. La grandeza, a mi juicio, de este proceso fue que no hubo ruptura violenta, sino continuidad, ya que la Transición de la dictadura a la democracia se realizó desde dentro. Y, a mi juicio, una de las claves principales para hacerlo posible fue la figura de Don Juan Carlos. La elección de Juan Carlos como sucesor contaba, según Franco, con mucho puntos a su favor: pertenecer a la dinastía borbónica, haber demostrado en todo momento su lealtad a los principios y las instituciones del Régimen, estar estrechamente relacionado con el ejército y su alta preparación para el cargo que habría de ocupar, con una exigente preparación durante los últimos veinte años. Claramente —según el General Franco— en su persona podrían perpetuarse los principios del “Movimiento Nacional”, quedando asegurada su continuidad.
—Sí, totalmente de acuerdo. Al respecto yo he escrito que, si hubiera que resumir a su mínima expresión todo el complejo proceso de la Transición Política Española, podría hacerse con una frase de once palabras: “De la Ley a la Ley, a través de la Ley”. Aunque nos pueda parecer un trabalenguas o un eslogan publicitario, esta frase es realmente un tesoro jurídico y político de valor incalculable. Fue formulada, como sabes, por Torcuato Fernández-Miranda, otra de las personalidades claves del proceso de la Transición, en cuya persona se aunaban los aspectos teóricos de la política —era Catedrático de Derecho Político— y los prácticos como político que conocía al dedillo la estructura del Régimen y cómo desmontarlo.

—Indudablemente, la expresión “De la Ley a la Ley” de Torcuato Fernandez-Miranda, a la que te acabas de referir, sintetiza perfectamente el criterio de legalidad que presidió todo el proceso de la Transición política española, conducido magistralmente por Don Juan Carlos, el eminente jurista y político, Torcuato Fernandez-Miranda, que conocía muy bien los entresijos del Régimen, y Adolfo Suárez que, procedente del Sistema, estaba decidido a desmontarlo.
—Para —apostillé— según sus propias palabras: “Elevar a categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal”.
—En fin: ¿Quién me iba a decir a mí que, este abulense empático y de enorme simpatía, don de gentes y saber estar, que yo conocí durante mi juventud, llegaría a convertirse en uno de los hombres más relevantes de la Historia de España del siglo XX?
—¡Y que tú conociste muy bien! —exclamé. —Pues sí. Mira, todavía recuerdo vivamente que, aquí, en este Parque de San Antonio, en uno de estos bancos, me dijo: Joaquín, tú qué intenciones llevas: ¿Vas a probar o aprobar?
José Antonio Hernández de la Moya y José Francisco Adserias Vistué en EL ESPÍRITU DE LA TRANSICIÓN
Fotografías de:
- ENRIQUE SÁNCHEZ LUBIAN
- TOLEDO OLVIDADO
- VENANCIO MARTÍN GARCÍA
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