Cuenta la leyenda que, Merlín, el mago más poderoso de la epopeya artúrica, era capaz de hablar con los animales, de cambiar de forma y hacerse invisible; también de controlar el clima y los elementos, aunque estas habilidades las empleaba con sumo cuidado para no enfurecer a la Naturaleza, la “diosa más poderosa”. En nuestros días podemos hablar de otro gran mago: el mago del color, del color en estado puro. Un mago del arte de la frescura, que pinta lo que ve su corazón, plasmando su magia en lienzos al óleo y a la acuarela.


En cierta ocasión, alguien preguntó a este mago del color porqué había pintado Toledo de color azul. —¿Oiga, es que usted ha visto alguna vez realmente Toledo azul?. El mago del color le respondió: Yo no pinto lo que veo, sino lo que siento; pintar es el proceso maravilloso en el que se funden el cuerpo y la mente, el alma y el corazón; la pintura es realidad y magia, y una fusión de ambas cosas.




El mago del color, al igual que el mago Merlín, trata de transformar la Naturaleza, “la diosa más poderosa”, pero sin enfurecerla. “Mantén tu amor hacia la Naturaleza —dijo Vincent Van Gogh, otro gran mago— porque es la verdadera forma de entender el arte más y más. Si realmente amas la Naturaleza, encontrarás la belleza en todas partes”.






A menudo repite con entusiasmo encendido a quienes se acercan a contemplar su obra artística: ¡Que hay que soñar! ¡Que debemos soñar! Porque, de este modo, seremos capaces de crear belleza permanentemente, y la belleza es siempre obra de Dios.


Como hubo trovadores medievales que contaron los innumerables prodigios del mago Merlín, los hay también en nuestros días que relatan que el mago del color nació en el toledano pueblo de La Puebla de Montalbán, en el año 1962 de nuestro Señor, un bendito lugar donde, desde antiguo, labradores y hortelanos han mimado sus campos circundantes como el rey mítico Triptolemo lo hiciera con sus tierras de Ática.


Y, de igual manera que Arturo se convirtió en el rey de Camelot sacando de una roca la espada de Excalibur, al mago del color le fue otorgado el título de “pintor de la Mancha” por la diosa Minerva por ser capaz de recrear artísticamente de un modo extraordinario, con pinceladas sueltas y libres, un tapial, un campo yermo, una labranza enjalbegada, Don Quijote y los Montes de Toledo; también por su pintura policromo esplendor de amanecida, primoroso balcón de atardecida y triforio y mirador de la armonía.





Cuando se le pregunta: ¿por qué tu obra pictórica de los últimos años lleva el título de “Se puede soñar”? responde que tiene que ver con su forma de entender el arte en esta etapa de su vida. Es que mis lienzos, tanto a óleo como acrílico —aclara —son un reflejo de mí.
Cuando se le pregunta qué siente cuando ha conseguido alcanzar su sueño, responde que, cuando lleva un cuadro hasta su culminación, alcanza un momento final feliz porque, la creación, es siempre algo sublime, que nos conecta con nuestra esencia divina.


Cuando se le pregunta por qué se siente atraído tan poderosamente por los paisajes, responde que, aunque pinta también sobre otras temáticas, las tierras de sus mayores, el tiempo y la ondulación que experimentan las cosechas y las flores, la magia y el sosiego que le infunde el olor de los campos, lo plasmó con admiración, respeto y mucho cariño.






Cuando se le pregunta por su trayectoria vital, responde que se considera pintor, ilustrador y dibujante; que sus creaciones han sido mostradas en casi 200 exposiciones y que muchas de sus obras están esparcidas por los cinco continentes; que es Académico Correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo; que se siente orgulloso de ser Hijo Adoptivo de Menasalbas y Pelahustán (Toledo); que ha recibido a lo largo de su trayectoria artística diferentes premios y reconocimientos; y que disfruta mucho ejerciendo como conferenciante y pregonero de fiestas.
Alguien preguntó una vez si su extensa obra podría ser sintetizada con cuatro palabras, y alguien respondió que sí; que estas cuatro palabras eran: tierra, luz, color y sentimiento.
Alguien preguntó por su nombre, y alguien dijo que éste no podía ser otro más que el de Fidel María Puebla. ¿Por qué? —volvió a preguntar intrigado. Porque —fue su profunda respuesta— su nombre lleva entrañada la fidelidad a la tierra que le ha visto nacer.







José Antonio Hernández de la Moya
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