Los recuerdos de una persona amada son las nubes caprichosas que van conformando el cielo de nuestra existencia; unas veces serán oscuras y chocarán entre sí deshaciéndose como una lluvia de lágrimas; pero otras, en cambio, serán tan livianas que dejarán atravesar la luz del amanecer de un amor nuevo, aunque, tarde o temprano, acabará siendo atrapada por otra nube de nuestra memoria.

Pero sin duda, los más especiales, o mejor dicho, los más anhelados son aquellos recuerdos que se desfiguran poco a poco en nuestras mentes, como las líneas del rostro del primer amor que por la erosión del paso de los años ya no tienen la firmeza suficiente como para dibujarse en un sueño.
Por eso, cuando el recuerdo se encuentra en una dimensión tan lejana, ya imperceptible para nuestros sentidos imaginarios de la vista, el oído o el tacto, de pronto un olor fortuito nos evoca una escena concreta, nítida como el reflejo de un cristal, y entonces por un instante vuelves junto a aquel primer amor.
Juan J. Ramírez
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