No tengo claro en qué momento o situación comienzas a imaginar el camino que guiará un nuevo libro, pero en mi caso fueron dos emociones distintas y por supuesto, imprevistas.
Puedo llamar a la primera ruido y a la segunda, en contraposición, silencio.
Ruido. Antes de Ucrania estaba la pandemia, pero antes de la pandemia estaba la endémica crisis y antes… siempre hay algo que interactúa, vehemente, a nuestro alrededor. Es curioso, pero cada día cuesta más seguir el hilo de la noticia y discernir entre sujetos y predicados, mayúsculas o minúsculas. Es verdad que, históricamente, el relato siempre se ha construido en función de un interés concreto, sea determinado por una elite preponderante o por el ganador de una guerra, pero en cambio y ahora mismo, cualquier composición de lugar acertada sobre el pasado, la realidad o el futuro resulta baladí.
En realidad, podemos afirmar que tenemos suerte. Estamos en un momento histórico de exultante creatividad y crecimiento tecnológico. Cada día es más fácil lograr metas y objetivos, esperanza y sueños amparados tras el rebufo de un ordenador. Es imposible negarnos el conocimiento o el acceso a cualquier tipo de saber a no ser que, como en la famosa cueva de Platón, vivamos ajenos a este mundo. La tecnología avasalla en todos los campos y resulta imposible seguir su diapasón. Es por ello por lo que me resulta curioso que a todo este crecimiento se le asocie, cada día con más gusto y ganas, la palabra caos. Es decir, en un momento culmen de nuestra existencia nuestro principal enemigo es la angustia, la soledad y la desinformación. Para absorber semejante torrente informativo, ante tantos divulgadores sin tino, ante la confusión y la profusión de cientos de canales informativos la única solución es la generación de palabras mayúsculas. Es decir, gritos que lleguen al público, gritos que, aunque sin sonar desesperados si causen la suficiente atención como para ser atendidos y por supuesto, generen pingües dividendos. Si la lectura de la realidad, de la verdad siempre estuvo en entredicho ahora esta es pasto de los caballos que, al galope, navegan por internet.
Silencio: ocurrió que hace no muchos años estuve sentado bastante tiempo contemplando las pinturas románicas de un templo perdido. Introspección, abstracción… en definitiva silencio. Imagine manos lentas atenazadas por el frío y denodado esfuerzo en el deseo de armar bellos murales. Los tiempos han cambiado, ahora mi anterior frase apenas tiene rango por agresiva y extemporánea. El usuario final necesita emociones rápidas y óptimos resultados, ya no hay tiempo para pintores con pausa, vivimos en épocas de mínimos esfuerzos, pero, contradicción, máximos resultados. Busqué los ojos del creador y su corte en el pantocrátor e intuí soledad. Les imaginé desubicados y únicamente anclados a las fotografías de los turistas que, como yo, observaban sobrecogidos la escena. Pensé que tenía que ser una putada para ellos que tras tantos años colgados sobre capiteles u hornacinas apenas ya nadie reparara en ellos. No hablo de religión, pero si pensé en filosofía, en toda esa filosofía que se desarrolló con el fin de despejar millones de incógnitas. El hombre dentro del universo, como centro de este o no, el hombre escéptico u optimista, el pesimismo antropológico o el nihilismo, el hombre y su interrelación con el medio, con su conquista o con el sueño del dominio del todo. Teorías políticas o existencialistas, arribistas o milenaristas, anarquistas, comunistas o capitalistas… ahora todas ellas, la inmensa mayoría, yacen desparramadas bajo la dictadura del click del ratón.
El silencio se transformó en ruido. Ahora, hasta el más nimio de los mortales quiere crear su propio relato de los hechos, en definitiva, su propia historia. Pensé, ¿qué pensarán de todo esto esos que, ahora me miran y se supone crearon todo esto?
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