Pues bien, repito con énfasis, he conocido hace poco a Mabel, tan improbablemente, y me contó su historia en un bar de Madrid. Las inscripciones eran, para ella, un breve episodio sin demasiado valor ni sentido.
Ese ser invisible pretende acariciarme con su dedo gigantesco y lo que conseguirá será aplastarme. Está claro que no es humano; quiero decir que no piensa como nosotros, su lógica es otra. O se daría cuenta de cómo me perjudica. (O desea perjudicarme. Tengo que pensar en esto.) Y tiene un acceso limitado a mis pensamientos. Quizá no tenga acceso en absoluto a mis pensamientos. Hanna Arendt (ya se ve que mi vocación filosófica es seria, siempre lo ha sido; nunca he sido, como me dijo Lesley, burlándose cariñosamente de mí, de los que intentaban ligar contando a las chicas las cinco vías de santo Tomás de Aquino) distingue entre espíritu, habitado por el pensamiento, y alma, territorio de las emociones y los deseos. Conoce mi alma, vive en mi alma. Y quizá profundamente: llegué a pensar que el sueño en el que mi padre me hablaba no era sueño sino la forma soportable en la que se me ofrecía su recuperación, o, al menos, un sueño inducido con ese propósito. Después de todo, aunque yo no crea pensar demasiado en él, dedico a mi padre muchos más momentos que a la mayoría de los que he vuelto a ver al cabo de los años. Mi padre no me dijo nada que yo pudiera recordar, pero sí recuerdo cómo es el lugar en el que estaba… ¿Es real? ¿Así es el Hades? (Me permito ensayarlo: una tiniebla frondosa… Es sabido lo rápidamente que se desvanecen los escenarios en los sueños más vívidos.)
Pensándolo mejor, este ser es más bien, si hemos de incluirlo en alguna de nuestras clasificaciones, un genio oriental al estilo de los de Aladino. Es un poco ridículo, pero intenté recordar si en algún momento… Sí, en la serie hubo un episodio en el que aparecía una lámpara maravillosa. Claro que, si fue entonces cuando entramos en contacto, el genio tiene poderes retroactivos, tiene poder sobre el tiempo y ha modificado, intervenido en mi pasado.

Más seriamente, pero no menos fantástica, sobrenaturalmente, yo estaría, siguiendo a Hegel (me estoy mirando las uñas con el puño casi cerrado hacia mí y una ceja enarcada, la izquierda: una trasnochada y amanerada muestra de autosatisfacción, un gesto vintage), recibiendo un trato especial por parte del ‘Espíritu del mundo’ que se encarna en la ‘Humanidad’, que no es una entelequia, un objeto pensado, sino lo que para Hegel está detrás de los hombres y de sus acciones individuales y que, además, tiene un plan que la Historia va cumpliendo.
Es decir, la imaginación y la inteligencia humanas han concebido seres así. Esto es tanto un alivio como una decepción: no estoy solo; y lo que un hombre a solas es capaz de concebir entra siempre en los límites de lo que otros han concebido y aún otros, después, entretejido hasta conformar el espacio de lo concebible. Aunque, como explicación, no resulte demasiado satisfactoria.
Escrito así, todo junto, me hace parecer algo trastornado. Pero es que al escribir se sacrifica mucha verdad cotidiana a la diosa coherencia. No he vivido intensamente lo que aquí describo sino deshilachadamente, en ráfagas, entre olvidos y pereza.
Miro mis pies descalzos. Otra buena razón para dejar la caravana era el frío que hacía. Me gusta estar descalzo. Tengo unos bonitos y bien cuidados pies griegos. Tan bonitos que casi protagonizaron un episodio de la serie en que mi oponente, una fetichista, poco menos que se obsesionaba con ellos… Ya, parezco egocéntrico y traslado mi protagonismo en la serie al mundo, soy el centro del universo. Pero no es así, lo parecería, pero nadie tiene más en cuenta que yo el maquillaje, en todos los sentidos (iluminación, cámaras, guiones, micros con filtros, maquillaje propiamente…), que me sostiene como protagonista. Soy un andamiaje, una armazón, lo sé muy bien, tengo un claro concepto de mi humildad.

Insisto en otro caso de falsa apariencia: mi temple, mi valor en estas circunstancias. Tengo bastante miedo, un miedo que, en la escritura, toma la forma de la burla para ridiculizarse a sí mismo. En el mundo real, lo que ocurre me supera; en el mundo interior de la escritura, me yergo sobre lo que ocurre sin detenerme en el temor que algunas noches he sentido al despertar en la oscuridad debido a una ligera presión en mis pies. Esa leve fosforescencia a los pies de la cama, tanto en la caravana como en el hotel, ¿está en mis ojos soñolientos o verdaderamente ahí fuera, a los pies de la cama? No tiene forma humana en absoluto. Es posible que los fantasmas sean espíritus humanos, pero esto no lo es. Si nuestros organismos fueran equivalentes, ¿qué veo de él? ¿Su meñique? ¿Su pupila? He leído que el coronavirus que ha cambiado nuestras vidas es mucho más pequeño respecto de nuestro tamaño de lo que un hombre lo es respecto del planeta Tierra. Eso he leído y que son las reacciones de nuestras defensas la mayor causa de muerte. Es decir, para el coronavirus somos invisibles como seres vivos, somos vastísimos territorios que colonizar y explotar en los que combate a enemigos –nuestras defensas– que, siguiendo una política de tierra quemada, se diría, acaban por destruir, por colapsar, el nuevo mundo recién descubierto… No es que me ponga de su parte. Pero no es ‘un bicho malo’, como también he leído. No nos ve.

O esto son los fantasmas: manifestaciones de seres no humanos –¿ni divinos?– que por algún motivo nos prestan alguna atención pero que por lo general nos sobrevuelan sin reparar en nosotros. Podrían ser restos de esos seres, lo que va quedando de ellos hasta su completa desaparición. Y el ser que me hace caso desde allá arriba o allá abajo, uno de ellos que ha enfermado. ¿Quién podría asegurar que sólo yo soy objeto de la atención de uno de ellos? Tal vez todos lo seamos (¿y de ahí la degenerada, infantil idea del ángel de la guarda?), pero no todos les prestamos atención a ellos. ¿O es una de esas cosas de las que sólo se habla cuando estás muy colocado y si alguien es tan indiscreto como para preguntarte algo al día siguiente lo miras como si el loco fuera él y dices que no te acuerdas de nada? Tal vez sus manifestaciones no lo sean en el mismo grado, no sean uniformes; ni tampoco sus motivos ni sus propósitos. Dios mío, estoy inventándome una religión o tuneando una ya inventada para mi uso personal.
Sólo algunos días después, y lo he tenido en cuenta hasta el de hoy, pensé que en esas apariciones a los pies de la cama, con la ligera presión en los dedos de mis pies, su cuerpo, digamos, y mi cuerpo habían entrado en contacto directo. Una constatación, una especie de acuerdo. Ese ser sabe que sé de él.

5
Durante el confinamiento, mientras esperaba con nerviosismo y excitación que me llamaran para rodar clandestinamente una escena en una localización aún por determinar (la serie tiene un aura de gamberra; que nos pillaran nos dio buena publicidad), leí una nouvelle de Henry James que trata, en parte, de la presencia o ausencia del espíritu de Shakespeare en su casa presuntamente natal. Con James siempre hay que decir ‘en parte’ y tomar toda clase de precauciones antes de afirmar nada, razón por la que no voy a mencionar siquiera las afinidades que podría establecer entre su tema y el mío. Es un relato de 1903 en el que de repente, al final del primer capítulo, me encontré con la expresión ‘ha venido para quedarse’, que tanta fortuna ha hecho para recibir los nuevos usos sociales debidos a la pandemia. Detesto esa clase de expresiones que todo el mundo repite durante un tiempo porque son como lo que antes se decía de la masturbación: una paja impide que nazca un nuevo ser humano igual que esas frases evitan que nazca un pensamiento cada vez que se pronuncian. Veo ahora lo falaz de mi argumento. Gracias a dios, no hay tantos pensamientos. Por supuesto, lo atribuí a la traducción, hecha por un argentino y publicada… en 2019. Ítem más: tengo una recopilación de cuentos y novelas de Henry James (me gusta mucho Henry James) que me apresuré a consultar y en la que, según comprobé, se incluye La casa natal, título de esa nouvelle. Se publicó en 2005 en traducción de una catalana y presenta numerosas pequeñas diferencias respecto de la traducción del argentino. Sin embargo, también aquí aparece esa expresión de moda y también aquí Henry James señala: ‘… y venido, como dicen los diarios, para quedarse’. ¿Marcaría alguna diferencia importante el hecho de que el original inglés no contuviera esa expresión? Creo que hasta sería más interesante, pero, después de una rápida búsqueda en Internet: ‘… and come, as the newspapers said, to stay’.
Tardé esos mismos días en sacar una conclusión. Lo que yo creo propio del presente, el último grito del presente, ya ha ocurrido antes sin que ni yo ni nadie nos diéramos cuenta. Ni siquiera el perspicaz Henry James. Sospecho que hay presentes que se repiten saltándose siglos, pero el presente es el presente, siempre es presente. El presente que intento representar aquí pero que no puedo reproducir, por definición: lo que se escribe, lo que se cuenta, siempre es pasado, y no se duda de lo que está en el pasado.
Y eso relativiza las cosas, ¿no? En el presente todo es natural, inmediatamente aceptable tras, quizá, unos instantes de duda. Mi ente sólo es extraordinario en el pasado.
Otra explicación, ramplona –yo no la elegiría–, es que To have come to stay sea una expresión corriente en la prensa anglosajona al menos desde 1903 y que, activa o latente desde entonces, se haya aplicado con intensidad, en los medios anglosajones, a los usos introducidos a causa de la pandemia; y así ha llamado la atención de los medios españoles o en español.

El favorito. Relato sobrenatural. Quinta entrega. Vicente Forcadell
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