Esto va de emigración, de escritor de raza que descubre su vocación tardía pero es un artista desde que nace y por eso no deja nada en el tintero porque tiene tantas cosas que decir que es capaz de contarlas, meternos de lleno en la rica vida de la emigración y de las múltiples experiencias vitales que forjan a un gran hombre, José Navarro.
En esta ocasión, autor y obra están ligados inexorablemente por la MEMORIA, y sobre la memoria vertebraré mis palabras. Al escritor, para tener algo que contar, además de imaginación le hace falta haber vivido intensamente. Ese poso vital es el que permite que las buenas novelas se escriban en la madurez. Este es el caso de José Navarro.
Nace en Carboneras (Almería) en 1940, en plena posguerra española se desarrolla su infancia, lo que le obliga a abandonar su pueblo natal a los 16 años de edad para emigrar a Barcelona, dispuesto a hacerse un hueco en el difícil y complejo mundo de la música. Estudió música e interpretación en distintas academias de la ciudad condal. Asiduo de tertulias artísticas, peñas recreativas y todo tipo de lugares donde hubiera algo que aprender. En sus comienzos también fue figurante en distintas películas.
Se traslada a Bélgica en 1964, para instalarse un año después en la provincia de Lieja, donde se afilia a la sociedad belga de autores, compositores y editores. Músico, compositor y productor, tiene registradas más de medio centenar de canciones en las que figura como autor compositor. No obstante, siempre empeñado en escribir cuentos, poesías y relatos largos; en su primera novela El hijo del Aparcero narra las vivencias de un personaje inventado por el autor, pero que tiene muchos puntos en común con lo que ha sido la vida de este viajero incansable. Además de El ruido del silencio (Amarante, 2014) tiene una importante obra, casi toda inédita, de la que destacan: El destino, La mujer del otro, Desertoras de la escoba o El barón de Chéster, entre otras.
El ruido del silencio es una novela de enorme actualidad. Cuando hablamos de los emigrantes que en los años sesenta y antes se abrieron camino en ciudades que necesitaban mano de obra, como Barcelona o Madrid, no podemos ni imaginar la soledad, la incomprensión, la dureza de sus vivencias lejos de su tierra. Muchos salieron adelante, contribuyendo a construir una Barcelona más próspera en duras condiciones laborales; otros fracasaron, o quedaron en el camino.
Esta es la novela de uno de aquellos héroes anónimos. Desde un cortijo perdido en la provincia de Almería llega a Barcelona el joven Fabián Cartujano a cumplir sus sueños, triunfar en el cante. A los 16 años decide lanzarse solo a esa aventura sin más bagaje que su maleta y su morral, sin más riqueza que su voz privilegiada. No le será nada fácil el simple hecho de intentarlo. Desde la llegada a la gran ciudad tiene que batirse duro en un medio que desconoce. A pesar de la explotación y la miseria en que ha de sobrevivir, no ceja hasta encontrar un hueco en las academias de música de Barcelona.
Describe tanto los amores tormentosos como los empeños frustrados y las fugaces victorias que no terminan de llevarlo a lo que con tantas privaciones persigue.
Todo ello forma un atrayente caleidoscopio que se va ensamblando a lo largo de la novela construyendo un retrato vívido y realista de un mundo y unos personajes que las palabras del narrador convierten en seres humanos de carne y hueso.
El ruido del silencio, qué contradicción más bella, pero de esta figura literaria, de esta antífrasis cuasi poética surge una definición de la memoria en su aspecto activo. En el silencio, que no es otra cosa que la soledad del autor, surge el ruido como pensamiento profundo. Ese ruido interior que tiene que salir en el artista, en este caso en forma de verbo, de palabras encadenadas una tras otra por la necesidad de contar.
La anterior novela de José Navarro, El hijo del Aparcero, se ancla en el realismo más absoluto. Nos recuerda la escritura galdosiana, salvando las distancias, llena de personajes palpables y cercanos, rodeados de la crudeza en los hechos e historias más oscuras de una sociedad pobre y necesitada en plena posguerra española en el sur de Andalucía. La novela tiene un desarrollo sin meandros, sentando las bases de lo que más tarde sería El ruido del silencio, en la que el realismo se atempera para adquirir tintes neorrománticos, casi melancólicos. La música y la bohemia se entrelazan con la cruda vida, la de las necesidades más básicas. Y en esa falsa alegría, muy del quejío andaluz de ese jondo que provoca hilaridad, incluso la risa, y oculta el sufrimiento.
Ambas novelas son niñez, adolescencia y juventud de un personaje que se rodea de tantos arquetipos, de mentores, buhoneros, y maestros de la vida, que podríamos solapar otra definición a lo narrado: viaje iniciático desde la costa Almeriense hasta Barcelona, y estancia en Barcelona con un viaje interior por las calles de una ciudad muy lejana ya a finales de los cincuenta del siglo pasado. Protagonista, a punto de partir a otras tierras o sabe dios.
Dije al comenzar mis palabras, que toda la obra de José Navarro pivota en torno a la memoria y se expresa desde la memoria, lo que nos obliga a definir sus novelas como memorialísticas, y ciertamente con una gran carga autobiográfica.
Estos últimos años nos han saturado las librerías, en España, de una llamada novela histórica memorialística sobre la Guerra Civil, pero la mayoría de los escritores no vivieron esos años, a esos hay que quitarles el adjetivo y dejarles de meros novelistas históricos.
En el caso de José Navarro no es así, él ha acumulado la experiencia vivida y de ahí el gran valor que tiene la obra de este escritor.
María Zambrano, la escritora y filósofa española, en su obra La Confesión: Género literario, hace referencia a la literatura memorialística como género de verdad y sinceridad, cercana a la razón vital de la que hablara Ortega y Gasset, donde convergen esperanza y desesperación, la desesperanza de lo que se es y la esperanza de que algo que no se tiene aparezca.Otros autores, como el académico de las buenas letras José María Vaz de Soto, al que Amarante ha publicado su última novela Memorias de un homicida, también se refiere a la memoria como parte esencial en la comprensión de nuestra historia y nuestra sociedad.
Por último, y en esencia, es la emigración el telón de fondo de la obra. La emigración en sus múltiples aspectos, la huida por necesidad del escenario hostil, la marcha por el crecimiento personal en todos los aspectos y el viaje como parte de la curiosidad innata en el ser humano. Desde los primeros homínidos, el hombre se ha movido por la faz de la tierra buscando la mejora, la mayor abundancia, el territorio más amable y satisfacer su curiosidad. Casi todos somos emigrantes, y esta es una novela de emigración, pero no solo de eso, también encontramos la luz, la esperanza, la alegría, la amistad, el amor y el desamor y tantas cosas interesantes; a su vez entretenidas, que para eso también se escriben las novelas, para agradar al lector.
Para finalizar, citaré a D. Antonio Machado que en el espejo de la memoria se mezclan y confunden los sueños de recuerdos y los recuerdos de los sueños. Emigrado de su amada tierra andaluza a la más profunda y frío Castilla, y más tarde a un mal morir en tierras del francés, nos dejó:
De toda la memoria, sólo vale
el don preclaro de evocar los sueños.
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
y un huerto claro donde madura el limonero
Extracto del discurso pronunciado por Carlos de Tomás
en el Centro Cultural Miguel Hernández de Lieja (Bélgica)
Presentación de El ruido del silencio, 24-10-2014
0 comments on “José Navarro, puente aéreo Bruselas-Almería”