Haciendo memoria sobre el último trimestre me gustaría destacar la crónica de uno de los eventos culturales más destacados en el Centro Andaluz de las Letras (CAL) de Huelva. El motivo fue la presentación de la obra “Cuando regrese el invierno” de Diego Caballero Moreno.
Si no hay necesidad de fuego es porque el infierno son los demás, aquello que queda fuera. La novela es un choque entre realidad y ficción, y sin embargo, una simbiosis de delirios y pasiones en un mundo hostil dominado por una minoría. Las tuercas siempre se aprietan a la masa indefensa, indiferente, abstraída, hasta cobarde. ‘Cuando regrese el invierno’ sucede en los escalones bajos, toma impulso, franquea muros, hasta que se acomoda en salones de nobleza, incrustada en sus columnas añejas de nata y oro, en el temor a que de repente se desmoronen.
Desde la inmigración que sortea vallas asesinas a las drogas, el terrorismo, los medios de comunicación bajo férreo control y el terrible poder de la banca, más los avatares de cada día de la gente corriente y la atolondrada, con el añadido de una porción suculenta de humor que trasciende de la cruda soledad del desierto con la fuerza desconocida de un volcán en erupción, el lugar estratégico elegido por dos de los personajes para decidir el futuro de la energía y los conflictos armados.
Algún que otro protagonista resulta familiar, pero eso depende de la percepción de cada cual, porque el parecido queda al albur de imprevistos, tensiones, ciertos poderes ocultos y partidas de cartas en las que la religión se juega algo más que su presencia dominante en el epicentro de un barrio triste. La mayoría prefiere los milagros a las certezas científicas porque necesita respirar para no caer al suelo.
El banquero Lázaro, un artista sin escrúpulos, mueve los hilos a su antojo y hasta es capaz de disponer prórrogas a su nefasta existencia mediante pactos inverosímiles con el ángel caído, al que seduce, por el que se deja seducir. El noble muere cuando le apetece y mata si lo desea y le interesa. La pirámide que baja a sus pies obedece y calla. La democracia fingida es una aplicación sin cuerpo a la que no tienen acceso real tantos de los que sospechan que, si depositar el voto en la urna sirviera para cambiar de raíz el destino fatal del sometido, estaría hace tiempo prohibido por la autoridad ejercer ese derecho. Galeano dixit. Es lo que pensaba el genial autor.
Otros figurantes pasean por la trama con disposición de ánimo a enfrentar desde el sueño lo que acontece en el pavimento, si la tercera guerra mundial será el gran espejo en el que mirarse o los hijos más listos de la perversión optarán por provocar con un tino preciso choques localizados, perfectamente manejables, muy rentables, lejos del gran colapso que lo echaría todo a perder. El poder tampoco pierde de vista en ningún instante que la ruleta está trucada, las cartas marcadas y que la mentira con excelencia es el sutil maquillaje de una ambición sin límites.
Son esos claros y sombras que avivan el infierno de la caverna sin necesidad de fuego. ¿Es la España profunda el mundo inteligible al que un erudito como Platón caricaturizaba a través de sus diálogos? En esta historia hay fuego, agua y mucha tierra de por medio. Es la España profunda más actual, un mundo hostil dominado por una minoría, un remedo de vana sustancia. Y es el miedo, que cotiza al alza en el mercado de valores de una clase política privilegiada que sirve al interés del dinero.
“El futuro agoniza, el invierno se dispone a partir por senderos de hierro y plomo”. Ese fragmento del libro invita a pensar si la dejadez, voluntaria o no, muestra tantas veces brotes verdes, a lo lejos, en forma de delirio, ante un paisaje saturado de malezas y arbustos. Los brotes emergen en su terreno, el de ellos, los que parten, reparten y se llevan la mejor parte, mientras que la maleza cubre todo los demás.
La gente se mata para sobrevivir, malvive matándose en la búsqueda de una mínima abundancia, perecedera, infausta pero festiva tantas veces en el resbalón ajeno, y así hasta la próxima estafa, la nueva oferta de la obsolescencia programada. Para la élite no resulta en ninguna ocasión complicado dividir, trazar rayas, enfrentar. Con las manos en el móvil y el deseo de poseer se olvida la suave caricia del aire que pasa. A la menor oportunidad se imponen los codazos para situarse en la parrilla de salida. Hasta que el invierno de la vida acaba por cortarnos todas las vías de escape.
Trece locos, cada cual con su estilo, ayudan a reflejar la corrupción, los avatares de la política, la banca, la justicia y el periodismo y, en definitiva, la codicia del ser humano. Las promesas que hicieron ayer los políticos son los impuestos de hoy, dijo Jack Nicholson en su nido del cuco propio. Las promesas de antes se convierten con el poder en la mano en los recortes necesarios porque así lo exige el guión de los emporios que van a ser rescatados después de vaciar y ocultar sus riquezas allende los mares.
No les preocupa arrastrar por los suelos el respeto que le endosa la gente porque saben que cuentan al primer toque de silbato con un ejército fiel de propagandistas, abogados y economistas de medio pelo para lanzar cortinas de humo que oculten sus malditas maniobras. Mientras tantos tuiteamos o vociferamos en cualquier sitio, hay quien dispone un zulo y lo llena de billetes, bonos sin riesgo y obras de arte, todo ello sin dejar de rascarse la andorga, porque para eso es el jefe, el gran constructor de las mordidas o el prometedor diputado que vuelve a irse de vacaciones. A estas alturas del invento, de tanto trajín sin sentido, no sirven medias tintas.
Ese parecido con la realidad, la acción palpable, queda relegado en todo momento a la percepción íntima del lector, invitado a bucear en las tenebrosas profundidades del océano inquieto, imprevisible. La literatura es hoy también la mejor manera de expresarse, de lidiar con la falsedad y entrar a saco. Desde la señora condesa y sus espías hasta el banquero que hechiza a la muerte pero en la vida diaria se lleva al huerto a la clase política, a la que corrompe una y otra vez con cinco para quedarse con mil. Todo ello porque hemos sido atropellados por el tranvía sin rumbo del progreso, de la soledad entre la multitud, su rutina, el carrusel de las apariencias.
Cualquier narración es un mundo, el grano de arena en el que se puede leer el estado de ánimo de la playa. Se rechaza lo palpable para acabar aferrado a ello. La ficción es la bella mentira en una carrera de fondo en la que uno no sabe si la explosión procede del cohete sin rumbo o de las estrellas fugaces. Julio Cortázar, que casi siempre tuvo el valor de equivocarse, defendía con razón que la novela que camina de la mano de la poesía bien entendida está mucho más cerca de la mejor forma literaria. De eso se trata, de bajarse del pedestal y subir a las nubes para que parezca que somos capaces de entender el jeroglífico sinuoso de la vida, aquello que nos sucede mientras estamos a la espera de que regrese el invierno.
Sinopsis

Una novela “collage”, de una factura elegante y erudita, donde no faltan citas clásicas y guiños a los personajes más importantes de la Historia. Diego Caballero se debate entre la erudición y un conocimiento profundo de la realidad que nos toca vivir.
Lázaro, el banquero que sedujo a la muerte, es la persona con más poder político y económico de la España actual, que renace una y otra vez de las cenizas con una nueva identidad para esquivar a la justicia internacional. Napoleón es un inmigrante que pasa de la miseria a la opulencia desde que entra a trabajar en la casa del duque, al que ha asesinado. Un comisario jefe de los servicios secretos, dos matones, una actriz de éxito, un terrorista colérico, un banquero con conexiones entre la élite mundial de los negocios, un joven periodista dispuesto a tirar de la manta con sus rigurosas investigaciones que nadie se atreve a publicar, la duquesa en su decadencia, Lucifer y sus pactos sobre la Tercera Guerra Mundial y un grupo de enfermos mentales que acaba manejando mucho dinero dan sentido a una historia que nace en la tragedia y va tomando un cariz cómico que camina de sorpresa en sorpresa. Trece locos, cada cual con su propia peculiaridad, sirven para reflejar la corrupción, los avatares de la política, la banca, la justicia y el periodismo y, en definitiva, la ambición del ser humano.
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