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El tiempo pasará

Cuando me aburro y deseo que el tiempo pase, o cuando sufro y suplico que el tiempo me huya; sea como fuere, espero que no se cumpla, que ojalá aún me quede algo de tiempo para vivirlo todo.

Seguramente no resulte un esfuerzo terrible el cerrar los ojos y recordar una experiencia angustiosa del pasado. Sí, ya saben a lo que me refiero. No deseo entrar en detalles, los motivos son amplios y variados. Por ejemplo, una situación bochornosa, de las que te levantan los colores bajo las mejillas, puedes sentir la sangre bullendo tras los pómulos, y piensas <<que esto pase, por favor>>. También, un contexto de sufrimiento, una pérdida de cualquier carácter llega a suponer una súplica de que pase el tiempo, ya sea por un ser querido, por nuestra propia dignidad, o nuestro deseo de vivir. Precisamente es ésta una frase que recuerdo con especial intensidad a lo largo de los años. <<El tiempo pasará>>, me decía en momentos desesperados, en los trágicos de verdad, cuando el dolor era irreversible. <<El tiempo pasará>>, mascullaba entre dientes, sabiendo que no erraría con tal afirmación. Era aquella mi expresión salvavidas, algo a lo que atenerme, como una fórmula mágica. Pero todo tiene un precio, claro, y una frase tan fabulosa como esa no sería una excepción.

Y es que el tiempo, verdaderamente, pasaba, llevándoselo todo en su zurrón. Después de mantener mis ojos sellados durante tanto tiempo, las cosas, buenas y malas, se deslizaban bajo mis pies antes de que pudiera percatarme, y cuando desperezaba mis pestañas de nuevo, ya amanecía otro sol. A cambio de llevarse mi dolor consigo, mi ferviente anhelo engullía también mi valioso tiempo, el cual yo, joven e idiota, desperdiciaba como una moneda sin valor, una reliquia polvorienta y sucia que jamás vería brillar. En ocasiones fue un cambio justo, no lo negaré. Regalaría con gusto el tiempo enquistado en mis heridas sólo por verlas sanar, lo juro.

Y, sin embargo, en otros tantos momentos he echado la vista atrás, ¡sí, lo admito, maldita sea! He arrojado un vergonzoso vistazo a todo aquello que perdí, ¡no podéis culparme, mi cuerpo es de la misma carne débil que la vuestra! También es duro para mí. Abría unas manos que prometían haber capturado el fugaz tintineo de una luciérnaga para descubrir que permanecían tan vacías como antes de forjarme las ilusiones. Todo ha pasado, te lo has perdido. Permaneciste tanto tiempo rehuyendo tus momentos de dolor que apenas queda tiempo para sentir otra cosa.

Ahora me aterra que pase el tiempo, pero la frase se ha enquistado en mi conciencia, <<el tiempo pasará, el tiempo pasará>>, y más que una esperanzada promesa se me antoja como un perverso auspicio. Cuando me sorprendo a mi misma cerrando mis cobardes ojos ante un pozo de sufrimiento, me inunda el temor de que, a fuerza de desdeñarlo con tanta pasión, logre dar un salto definitivo e irreversible en el tiempo y me deslumbre la luz de un futuro ya demasiado lejano, un momento en el que ya no pueda recuperar quien fui y con quién era. Encontrarme rodeada de extraños, en otra ciudad, en una vida muy distinta de la mía. Haberme perdido todos los cambios de mi historia, por implorar que pasara el tiempo y el cruel destino tuviera la aviesa deferencia de concederme tal capricho.

Mérida Miranda

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