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Caravaggio. Enamorarse a segunda vista

Enamorarse a primera vista es algo que le puede pasar a cualquiera, es algo que está casi demostrado, y es la primera causa de enamoramiento conocida; pero también es cierto, o más aún, que Caravaggio es bueno, muy bueno.

Sepa usted, señora, que lo de enamorarse a primera vista está muy bien, no se lo niego, pero que Caravaggio (Michelangelo Merisi da) está mucho mejor. Y mire que no se lo digo para que haga comparaciones, que bien sé que usted es de aldea y no pierde el tiempo con nonadas, sino para que comprenda lo que le digo. Uno no sabe qué tendrá que ver una cosa con la otra, es cierto, pero enamorarse a primera vista es algo que le puede pasar a cualquiera, es algo que está casi demostrado, y es la primera causa de enamoramiento conocida; pero también es cierto, o más aún, que Caravaggio es bueno, muy bueno. Tampoco sabe uno si Caravaggio se enamoró alguna vez, aunque lo lógico sea pensar que sí, que se enamoró alguna vez porque casi todas las personas lo hacen, eso es algo estadístico, pero lo que no es posible asegurar es si se enamoró a primera vista o cómo le fue al morlaco en la lidia. Esas cosas no suelen contarse, o al menos antes no era costumbre hacerlo, que hoy las cosas han cambiado y las necesidades sobre lo que hay que contar son otras; lo de Caravaggio, como le decía, es distinto, que seguro que usted también es de las que cree que nadie que se enamora a primera vista puede pintar como él pintaba, aunque esto que le digo sea discutible, lo reconozco, porque poco sabemos de sus amores primeros ni de los posteriores. Tampoco podemos compararlo con otros pintores, son tantos que no acabaríamos a tiempo de saberlo, pero creo que Caravaggio no se enamoraba a primera vista, lo que no le resta valor ni a sus cuadros en general ni a los enamoramientos en particular. Como es lógico, enamorarse a primera vista tiene sus ventajas igual que las tiene el que tira la primera piedra, el que da primero y así da dos veces, y aquello otro de dar en la frente si se da primero, que todas estas son cosas conocidas y muy útiles en ciertas romerías de verano y algunas de septiembre. Pero es verdad que también ese enamoramiento tiene sus pegas, sobre todo lo de la molestia de tropezar dos veces en la misma piedra. No sé qué opinará usted, pero hay gente que cree que eso de tropezar dos veces en la misma piedra no es verdad, que es algo que no pasa nunca, o casi nunca. Las piedras se parecen mucho, sobre todo algunos tipos de piedras, y quizá de ahí venga el error, tampoco es seguro, pero yo creo que es solo una manera de hablar. Hay sitios con muchas piedras y hay otros lugares en la que es dificilísimo encontrar una, así que ya no le digo lo de encontrarla dos veces y, para colmo, tropezar con ella, de manera que ya me dirá usted.

Luego está lo de enamorarse a segunda vista, que suena raro, las cosas como son, y hay quien cree que no es posible que eso pueda ocurrir. Hacerlo a tercera vista sí, porque no hay dos sin tres y a veces, ya se sabe, a la tercera va la vencida, pero lo de la segunda vez es cosa de mucha confusión. Tampoco se trata de ponerse uno a probar, que no es cuestión de eso, pero hay que reconocer que suena raro, que es cosa como de miopes, ya sabe, que se mira primero pero como uno no ve en condiciones, pues nada, pero que luego ve mejor, o más cerca, o con más detenimiento, y entonces es que sí, que venga, que vale, que así sí, que uno va y se enamora. Entonces es cuando se acuerdan de Caravaggio, y del tenebrismo, y del barroco, y de todos los que nos recuerdan a Caravaggio, que son muchos, muchísimos, y de todos los que no nos lo recuerdan para nada, y también de las luces, y de las sombras. A veces piensa uno que enamorarse a primera vista no tiene nada que ver con Caravaggio, y es posible que sea cierto, pero también cualquiera piensa en que hay ojos y miradas que nunca más existirán, como los ojos y las miradas de Caravaggio. Pero saberlo al principio es igual que saberlo tarde, como saber que las mejores historias están escritas en el reverso de un papel de regalo. O no.

Iván Robledo

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