Creer para ver
Deje que le cuente, señora, que hay personas que no leen el último capítulo de las novelas que empiezan. DeSeguir leyendo
Deje que le cuente, señora, que hay personas que no leen el último capítulo de las novelas que empiezan. DeSeguir leyendo
Uno aprende a amanecer con el tiempo y hasta que uno no sabe amanecer, no sabe nada.
Deje que le cuente, señora, que eso de saber hacer la ‘o’ con un canuto no sirve para nada. EsSeguir leyendo
El asombro está en el de al lado, en sus ojos abiertos y en su boca caída, en el éxtasis de su alma al descubrir que todo aquello en lo que siempre juró que nunca creería aunque descubriese que existía y era verdad, está ahí.
Uno sabe que ama las cosas que conoce porque lamenta no volver a vivirlas por primera vez de nuevo, no volver a vivir por primera vez un viernes de dolores.
Buscar ese algo que nos hace amar o rechazar las cosas en nombre de una supuesta belleza ideal, es una aventura trágica de las de trasatlántico, pamela y parasol.
De Castilla nunca se vuelve solo.
Y para entonces uno ya sabe que esa persona murió, lo sabe porque lo ha visto, pero también sabe dónde están los suyos y puede ir a verlos…
Se sonríe porque ese mar existe, mientras se cierran los ojos para pedir ese deseo se puede ver ese mar, y acariciar su superficie de pinceles ya limpios, y la tinta entre valles de papel, y la niebla de esas caladas.
Siempre hubo reinos, y también reinas, claro, y que las reinas no tenían tronos de papel porque en trono se convertía cualquier lugar en el que se sentaba.
La camelia es flor que cabe en una mano y es blanca para que en ella se escriban todos los nombres; es la flor que el tiempo deja olvidada en el bolsillo de su chaqueta, la que encuentra cada año como si fuese siempre la primera.
Lo difícil no es el alzar la copa, que es cosa de mucho entender, sino saber cuándo hay que bajarla, que eso es de héroes.
Déjeme que le comente, señora, que no es buena idea eso de vender humo los días de mucho viento. ComoSeguir leyendo
Brotan los árboles que nos han visto llorar tanto, los que estaban allí cuando todos juntos éramos soledad; los árboles brotaban en los caminos de ida y caían sus hojas por los caminos del regresar…
Nos creemos expertos en un asunto o un autor, pero solo somos su parásito.
La gente antes era de mucho requiebro y era espontánea porque sí, pero ya no.
Que uno nunca acierte con casi nada ya es otra cosa, que creo que eso no depende de lo que pasa sino de las carencias de cada cual y qué le vamos a hacer.
No hace falta que le cuente, señora, que hay gente muy sesuda. Mucha. Y que lo es mucho. Cráneos privilegiados.Seguir leyendo
Déjeme contarle, señora, que una vez fui importante. No importante como la gente es importante para la gente, sino soloSeguir leyendo
Estoy de acuerdo con usted, señora, en que no es lo mismo lo bonito que la belleza, y que porSeguir leyendo
He de reconocer, señora, que acertó usted al equivocarse, y que el hombre no está preparado para todo lo queSeguir leyendo
He de reconocer, señora, que tenía usted razón, que casi siempre las cosas son lo que parecen. A veces no,Seguir leyendo
Ahora es distinto porque todo está mal, todo, y solo está bien lo que nos vayan diciendo que está bien, que no es mucho pero sí muy bonito (y por lo general más caro).
Confío en que usted no caiga en las redes de un Elogiador porque, aunque al final ese pobre acabaría escaldado, le haría perder el tiempo.
Déjeme que le confiese, señora, que uno no sabe muy bien qué es eso de escribir cosas serias, pero síSeguir leyendo
Eso de que las cosas son como son y no hay más que hablar es algo que ayuda mucho aSeguir leyendo
Quien tiene un tesoro tiene un amigo, o muchos.
San Ero cuentan que vivió en el monte Castrove, en el monasterio de Armenteira, y quien lo cuenta era Alfonso X el Sabio en una de sus cantigas, que eso es mucho contar o ya me dirá usted, pero es más que nada que el santo Ero durmió trescientos años escuchando el trino de un pájaro.
Uno no sabe cómo ser listo, y mucho me temo que así seguirá siendo.
La señora Pedreira fue muy hermosa de joven.
Querer escribir es distinto, se quiere y ya está, y todo lo demás ni se sabe.
Ella era pintora, pero sus ojos no. Frente al lienzo veía a las personas tal y como hubieran sido si aquella circunstancia personal hubiera sido otra.
Los niños dijeron que sí, que era distinto.
El abuelo había escrito al lado de cada “la conozco” o “nunca la he escuchado”.
Eran cinco, pero solo una podía estar presente en el entierro.
De noche se cierran los parques, se cierran los parques que tienen verjas esbeltas y elegantes, y también puertas de hierro rasposo, áspero, y más o menos forjado; se cierran con candado, un empleado municipal va, lo coloca y lo cierra echando la llave.
La abuela cerró los ojos. Pero es muy de abuelas cerrar los ojos y abrir la boca, y dejar la boca entreabierta, como si durmieran.