Iván Robledo Opinión Relatos Breves

Cuentos de Cuarentena (VI): ESTANTERÍAS

Lo bueno que tiene el azar es lo malo que tiene, que al final depende de la suerte de a quien le toca.

Lo bueno que tiene el azar es lo malo que tiene, que al final depende de la suerte de a quien le toca, y que hay personas con buena suerte, las hay con mala suerte y las hay sin ninguna clase suerte, pocas pero las hay, personas que no tienen ni buena ni mala suerte. Las gentes las llaman las aburridas, pero para ser justos no es culpa de ellas, que las nacen así. Uno cree que no es para tanto, que cada cual nace como puede, sin preguntarle, y hacerlo con buena o mala suerte, o con estrella, o con ángel, o como se quiera llamar, depende de otras cosas, de cosas raras. Hay gente que no la conoce a usted, y hay gente afortunada, esa es la regla primera de la suerte, el azar. Luego, como se sabe, hay gente que cambia las reglas del azar por las del azahar, que no troca nada en realidad pero es precioso. Y luego están todas los demás, las demás personas, pero eso es algo que ya no le importa nadie.

Conocer las reglas de la suerte está al alcance de pocas personas, que además son personas que conocen esas reglas por azar. Pero es propio de la condición humana intentarlo, qué se le va a hacer, y basta con ser observador y encontrarse en el lugar inoportuno para darse cuenta de lo que no se debe. Luego viene todo lo demás, y ya está. Lo difícil es saber qué debemos observar, donde estar y de qué debemos darnos cuenta. Ella lo sabía, quizá porque no tenía más remedio que saberlo, no es fácil discernirlo pero lo cierto es que lo sabía. De él sabía el día, que eran casi todos, y la hora, que anotaba con cautela y disciplina. Luego sabía lo de ella, lo de sus días, que también eran casi todos, y lo de la hora, que también anotaba con discreción y mucho orden. Hay gente que sabe muchas cosas y otras que lo saben todo, pero no es cierto, que hay cosas que solo saben las cajeras de los supermercados, y eso es un hecho de la experiencia. Hay otras muchas cosas que se pueden saber, y otras más que no, pero todas esas son cosas que carecen de importancia.

Lo que sí sabía es la hora de uno y de otro, y de cómo se miraban, que es como se mira cuando sabe que no se mira, cuando se deja de mirar para que te miren, que es otra forma de mirar y que es cosa de mucha exquisitez y delicadeza, porque de lo que veas dependerá el resto del día y, quién sabe, el resto de la vida. Se miraban, decía, y la cajera miraba a los dos sin que ellos lo supieran. Saber muchas cosas no es bonito ni malo, pero sí cansado y, si se quiere, se pueden cambiar los productos de una estantería y colocarlos en otra, más alejada y que no les corresponde, que eso no importaba entonces, y colocar lo que cogía uno y lo que cogía otra, él y ella, casi los mismos días, casi a las mismas horas, y ponerlas juntas. Se trataba de cambiar las estanterías para poner juntas las cosas que cogían él y ella, sin que lo supieran él ni ella, ni tampoco la encargada, hacerlo para que no se notase. Y allí coincidían porque ella, desde la línea de cajas, así lo dispuso.

-¿Quién ha colocado estas cajas junto a  estos botes? ¿Estáis locos?

La cajera sonreía entonces, acababa de cobrarles a ellos, a él y a ella, y los veía marchar. Todo lo demás se volvía hojarasca.

Iván Robledo R.

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