Isamar Cabeza Mujeres extraordinarias Redactores

Claudia Metela Tercia, una patricia romana adelantada a su época

De patricia a plebeya por voluntad propia, cuerpo de mujer con actitud de hombre.

¿Por qué extraña razón querría nadie nacido en un estatus social superior bajar de él? ¿Sería quizás que la clase baja quedaba libre de juicios sociales? ¿A quién le interesarían los amoríos o mala vida de un plebeyo? A saber si esa fue la razón por la que Claudia Metela, hija de Apio Claudio Pulcro y Cecilia Metela, bajó de escalafón social y se mezcló con todo gusto entre la multitud romana sin títulos ni posesiones.

Nació en el Imperio Romano entre los años 95 a 97 a.C. fue miembro de una familia patricia muy rica y tuvo la oportunidad de estudiar griego y filosofía, dejando ver sus grandes dotes para la poesía. De su misma época fueron reconocidas figuras como Julio César, Pompeyo el Grande, Cicerón, Aurelia, Fulvia, Servilia o Cleopatra.

Su hermano Claudio (de quien se decía que estaba enamorada) era político y decidió cambiar su nombre a Clodio, detalle que le hacía estar más cerca del pueblo, gesto que ella siguió por la misma razón.

Ser mujer en cualquier época no resulta nada fácil, pero Clodia pese a estar viviendo una época política y social convulsa quiso probar y hacer su real gana pese a las limitaciones de la sociedad o a la mala fama que pudiera alcanzar.

No fue la suya una vida ejemplar cargada de sacrificios, ni descubrimientos asombrosos y maravillosos para la humanidad, pero fue un claro ejemplo de hacer valer su voluntad por encima de cualquier otra, rompiendo esquemas y normas establecidas que imponían una conducta a la que había que ceñirse.

Nadie se asombraría si al leer la biografía de Clodia fuese un varón romano quien la hubiera protagonizado, pero claro, hablar de una noble romana de vida tan pecaminosa es tan altamente llamativo, por decirlo suavemente, que se hizo un hueco en la historia entre los grandes mitos y personajes de todos los tiempos. Y es que quiso la patricia rebelde probar todo lo que le apeteció, sin límites ni diferencias, tal cual podían hacer los varones sin ser tachados ni cuestionados. La vida de Clodia debería ser para sus coetáneos como un auténtico reality show de los que se dan por cualquier cadena de televisión hoy en día o quizás aún más escandaloso.

Se divorció de Lúculo, su primer marido, cuando éste y su hermano Clodio tuvieron una disputa. Después se registra un segundo matrimonio con un primo suyo, Metelo Celer, con quien no se llevaba bien, quienes discutían en público, a quien le fue infiel con todo el que quiso y de quien finalmente quedó viuda, según las voces populares porque ella misma lo envenenó.

La joven patricia no se privó de beber y jugar, alcanzando una pésima fama que bien poco le importaba y era raro el escándalo en el que no estuviera ella metida. Su vida se vislumbraba como una enrevesada historia en la que no faltaba ningún elemento para hacerla dramática, compleja y peligrosa. El odio, la infidelidad, la adicción a la bebida, al juego y la venganza, entre otras conductas, se encargaron poco a poco en hacerla llegar al final de su camino de la manera más cruel.

De entre sus amantes no faltó el poeta despechado, encarnado en Gayo Cátulo, que en un principio la idealizó y la convirtió en su musa a la que llamó Lesbia. Mantuvo relaciones con Cátulo al mismo tiempo que con su amigo Marco Celio Rufo, por lo que se ganó el odio de los dos.

Cuando ella lo dejó, Cátulo, al estilo Lope de Vega, escribió versos llenos de odio y de insultos contra ella, que nos han servido para tener constancia de la figura de Clodia y de su actitud ante la vida.

 He aquí una muestra de los sentimientos de Gayo Cátulo hacia Clodia y que dirige a Marco Celio Rufo:

“Nuestra Lesbia, Celio, aquella Lesbia,

Aquella Lesbia a quien Catulo amó,

Más que a si mismo amó, más que a todo lo suyo amó,

Ahora en esquinas y callejuelas

Se la pela a los magnánimos nietos de Remo”.

También los versos de Cicerón han inmortalizado a la controvertida figura de la patricia, que parece adelantarse al mismo “espíritu libre” y poco aceptado del marqués de Sade.

Se cree que de quien ella estaba realmente enamorada era de su hermano y que al morir éste se refugió en una de sus villas donde también probó a tener relaciones con mujeres, criados, cocheros y cualquiera que paseara de noche por las calles, sintiéndose profundamente insatisfecha pese a todo.

Se podría decir que fue independiente y anárquica y que no hubo ley, prejuicio ni norma que la frenase a la hora de dejarse llevar por sus ardientes pasiones. Un alma inquieta que no merece adjetivos peyorativos por ser mujer, mientras al varón no se le tacha ni critica por actuar de la misma manera.

Su independencia le costaría la misma vida y una noche fue mandada asesinar por unas cuantas monedas para después ser arrojada al río Tíber.

Nace así la leyenda de Claudia Metela Tercia, mujer que no tuvo límites mentales. Una actitud difícil de aceptar aún en nuestros días, que quedaría resumida en un par de insultos en los que, posiblemente, todo el mundo coincidiría, en lugar de aceptar que nadie deja es más digno que otro por tener una actividad diferente frente al amor y las relaciones sexuales.

La vida de Clodia quedaría como ejemplo de lo que no debe hacerse, una advertencia clara para toda aquella que quisiera seguir sus pasos, un ejemplo claro de la vulnerabilidad de la mujer de la que la sociedad romana sentenciaba:

Su reputación se quiebra fácilmente cuando no se someten a los deseos y a las normas impuestas por los hombres.

EL STATUS JURÍDICO DE LA MUJER EN LA ANTIGUA ROMA
Presentado por: Marta Quevedo Jaime
Tutor/a: Carmen Lázaro Guillamón

Isamar Cabeza

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