Editorial Amarante - Gabinete de curiosidades
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Leer una promesa

Gabinete de curiosidades es un libro que, como promesa, lanza al infinito de la imaginación. Ese es el audaz encuentro que el escritor, Jorge L. Penabade ofrece con exquisito cuidado a sus lectores.

Sólo he necesitado un momento atento para saber qué tipo de cuerpo tenía entre manos. Tomo el libro, hojeo las primeras páginas, luego salto hasta el final y al azar voy leyendo con el rabillo del ojo. En esa fenomenología primeriza en torno a la relación con un libro, el arquetipo de la que sabe, esa mujer intuitiva y salvaje, asiente.

Jorge L. Penabade y yo hemos hablado en alguna ocasión de nuestra relación con los libros y de las diferentes lecturas que nos suscitan, manejando un lenguaje común: flotante y gamberra, entre otras. Parece que cada libro y cada quien encuentran su acomodo para convivir durante un tiempo, y desde el inicio de la relación es como si de una manera silenciosa establecieran una suerte de pacto vital que contempla sus modos de acompañamiento. Un libro es un cuerpo que se toca, se señala, se dobla, incluso se acaricia y se abraza. Sería divertido y puede que también comprometedor conocer cómo siente un libro a sus lectores. Respecto a su ejemplar del Diario de Jules Renard, Penabade dice en Gabinete de Curiosidades:

Todo lo que se ama demasiado se destruye un poco (…) estoy convencido de que al propio Renard le gustaría el uso que le doy a su libro.

(p. 242.)

Y de su libro, Gabinete de curiosidades (GC), recién sacado del horno por Amarante, quiero hablar. En realidad sólo necesitaría una frase prestada de los Ensayos de Montaigne para concentrar de manera global lo que quiero decir:

No solamente sus escritos me satisfacen y me llenan, sino que también me pasman, dejándome transido(a) de admiración; juzgo su belleza y la veo, si no hasta el fin al menos tan adentro que me es imposible aspirar a ella.

Gabinete de curiosidades (GC)

Pero como una, además, tiene voz propia, no le queda otra que con fruición darle rienda suelta. GC es un libro de multiplicidades, haciendo posible una variada gama de experiencias como lectora. Es un libro tan libre como versátil. Puede ser un libro de escritorio, de cabecera, de sofá, de cierto leve paso entre una actividad y otra; libro presente y libro ausente; en voz alta y en silencio; de la conciencia y del inconsciente; para un momento y para amarlo demasiado, utilizando la expresión del autor. Porque este libro es como el tiempo en el planeta Trafalmadore del Matadero cinco de Vonnegut. No obstante, GC no es un libro de fácil acceso: hay que saber transitar por sus oscuridades. Sus diálogos con la literatura, el cine, la filosofía, la música, la pintura, la guerra, el mal, la enfermedad, la muerte, el amor o esos notables cambios que acontecen a personas queridas (su hija, su padre, su abuelo)… todo ello aglutinado bajo la genial idea del tiempo como curiosidad, transitan de la erudición al apunte espontáneo sin perder ni un ápice de altura. Aunque el autor declara haber escrito en algún momento de culo hacia la ventana no lo hace de espaldas al mundo. Los suyos son pensamientos conversadores que eclipsan toda tentación de subjetivismo o de solipsismo.

Refiere el escritor la hipnosis que le produce una frase de una de sus novelas cuyo significado no llega a alcanzar, y eso es lo que esta lectora ha sentido con GC: que es un libro que hipnotiza con su lenguaje, pura música:

Iba a comprarme una camisa y me compré un libro. Dos formas de vestirse, por dentro y por fuera. No sé cuál de las dos me procura más calor. .

(p. 68)

En ciertos momentos, cuando las palabras se vuelven puñales, acudo al diccionario para comprobar su filo…

(p. 166)

Su lenguaje, que se hurta fácilmente al significado, crea una suerte de adicción y no porque una anhele un desvelamiento que le pudiera alumbrar la oscuridad de la vida sino porque el libro en sí es una promesa. Sé que para este escritor la promesa es un lugar para el infinito de la imaginación y ahí te asoma la obra. En el epílogo, el autor desea para el lector una renovación del texto, algo que con esmero y delicadeza ha ido creando en cada página del libro:

Privar al otro de la posibilidad del error supone despojarlo de la oportunidad del hallazgo. Para eso al menos ha de servir la zozobra del autodidacta, que derrocha el tiempo en sus búsquedas como si tuviera la eternidad a su favor. No me gustaría privar a mi lector de sus zozobras (…) hay que acostumbrarse a dejarlo todo sugerido, a una imperceptible sutileza que nos ponga a resguardo de lo explícito.

(p. 211)

Y entre las zozobras del autor, un pasaje bellísimo referido a los primeros desengaños de su hija:

Yo no soy capaz; ni en un millón de años aprendería a describir esa astucia de niña adulta fascinada por la desilusión. No sabría meterla en una mirada, en una acción, en un gesto de personaje. No sabría rescatarla de la realidad y elevarla, con todo su lirismo, a los altares de la ficción. Uno ha de contentarse con escribir como si no quisiera hacer daño…

Esta es posiblemente la fuente de su angustia al escribir, pero también de su generosidad.

Belén Blesa Aledo

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