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John Keats, el poeta que creyó haber fracasado

Leemos a un John Keats derrotado que destruye, olvida y rechaza con desagrado su obra porque siente que no es suficiente. Teme no portar la sublimidad con la que expresar las más eminentes historias que esperan a ser recitadas colgadas de las estrellas antes de morir. Teme que se consuma su tiempo en esta realidad, antes de haber hecho algo bueno por y para la humanidad. ¿No es ese un miedo atroz y desesperante que turba a todos los escritores? ¿Y más a los poetas?

“Me he preguntado muy a menudo por qué razón yo debería ser poeta más que cualquier otro hombre, teniendo en cuenta lo grande que sería serlo y los grandes beneficios que me reportaría, entre otros, estar en la boca de la fama.”

“En cuanto a lo que me dices sobre el hecho de ser yo poeta, no puedo devolverte más respuesta que decirte que la alta idea que yo tengo de la fama poética me hace pensar que la veo elevarse a cumbres muy por encima de mí.”

Al pretender rememorar algunas de las producciones literarias más elevadas y sublimes que hayamos leído, la poesía de John Keats (1795 – 1821) las supera dejándolas rezagadas, mostrando sus faltas, vacíos y lagunas. Evidenciando la sensibilidad con la que la suya fue compuesta, la mente de la cual fue originada hija de la imaginación y la fantasía, desnudando la tan pura y atormentada alma que sintiera cada rayo seguido de esperanza, así como la grandiosa agudeza que la canalizara, volviendo cada uno de sus versos en una obra infinita que terminaría por ser inmortalizada. Pues no hubo genio alguno, y con convencimiento afirmo que no lo habrá, que dominara y conociera de qué región proviene, surge y habita cuando no dicha, la verdadera poesía. Y sin embargo, esta también fue el origen de todas sus pesadillas.

Retrato de John Keats por William Hilton

Tendemos a pensar en los grandes poetas que nos ha brindado la historia de la literatura como seres intelectualmente superiores al resto de la humanidad. Nos convencemos de que hasta las más triviales líneas que su pluma produjeran fueron instantáneamente consideradas celestiales y soberbias. Los idealizamos bajo la falsa e ingenua ilusión de que cualquier sentencia que de sus labios saliera jamás sería puesta en contradicción, y por ello, quedaría plasmada tras los siglos, eterna, en ese vasto firmamento con el que muchos fervientemente sueñan y que solo unos pocos alcanzan, como el propio Keats también en la intimidad lo hiciera. No obstante, la duda y la incertidumbre, la precariedad económica, la voracidad de los críticos literarios de la época, el miedo al fracaso, la enfermedad y la siempre avariciosa muerte son algunas de las angustias que sufriera el poeta. La constante intranquilidad y desasosiego lo acompañó a lo largo de su efímera y ardua existencia, agotando su creatividad pero también forjándolo y enriqueciéndolo, convirtiéndolo en el afamado poeta que estaba destinado a ser.

Como amante del romanticismo y de este autor, me gustaría mostrar en este breve y humilde artículo el lado más íntimo, humano y desprotegido del escritor empleando como fuente de información el libro de ‘Cartas: Antología’ (2020), una edición de Ángel Rupérez. Explorando a través de extraídos fragmentos de su correspondencia personal sensaciones, preocupaciones y decepciones por las que pasan todos los poetas cuando consideran no serlo.

“Esta mañana tengo un letargo tal que no puedo escribir. La razón de que no avance se debe a menudo a este sentimiento. Espero un estado de ánimo más propicio […] Estoy tan deprimido que no tengo ni una sola idea para poner en el papel. Mi mano parece plomo, y es un desagradable entumecimiento. No hace desaparecer el dolor de existir. No sé qué escribir.”

“La verdad es que ha estado mi mente tan alterada que, al releer mis versos, he acabado odiándolos.”

Regresando a la cita primera, John Keats se cuestiona con qué derecho podría pensarse y ser recordado como poeta, puesto que contempla dicha vocación como la más noble y elevada forma que el espíritu es capaz de conquistar. A sus ojos, todo poeta es un mecenas de esa excelsa sensibilidad llamada poesía, y su inventiva se encuentra a merced de servirla. Esta no podría ser nunca valorada como mediocre, por lo que he ahí el peligro, ya que cometer semejante atrocidad sería una ofensa para con las esencias etéreas que nos gobiernan desde su primorosa esfera y que captamos gracias a la contemplación de la divinidad en la naturaleza. La poesía, según Keats, es la expresión de lo absoluto y resulta ser la única vía fiable y auténtica por la cual osar obtenerlo. El escritor tenía en tanta estima el cometido de la poesía que temía que su lírica resultase ser una desilusión, una farsa, mas era consciente de que de conseguirla su nombre quedaría plasmado en brillantes letras doradas junto a otros genios por él idolatrados y que a día de hoy continuamos admirando.

“Nunca he tenido miedo al fracaso; pues antes preferiría fracasar que no estar entre los más grandes.”

“Pienso que estaré entre los poetas ingleses después de muerto.”

Bright Star (2009)

Pero su voluntad como la de cualquier ser mortal se veía sometida a períodos tempestivos del corazón y naufragios del ingenio. Estoy completamente segura de que continuaban fluyendo imágenes, historias, personajes, maravillosos versos y aún más reveladores poemas en la cascada de su inagotable pensamiento, pero ¿cómo exteriorizar aquello que se anhela expresar en un pedazo de papel y no caer en la banalidad?, ¿cómo reflejar las más devastadoras, brutales y hermosas emociones en un lenguaje oscuro y lejano que solo unos pocos hábiles pueden discernir y no pecar de torpeza y desconocimiento? Habitualmente estos miedos anulaban la experiencia creadora de John Keats. Lo hacían sentirse inseguro e incompetente, puesto que necesitaba de la abrumadora libertad que solo el viento trae enrollada consigo, la inspiración. En numerosas ocasiones leemos a un Keats derrotado que destruye, olvida y rechaza con desagrado su obra porque siente que no es suficiente, que piensa que su poesía no manifiesta en toda su magnificencia los más gloriosos placeres y el más desgarrador dolor de la condición humana. El poeta se observa como un ser derrotado que ha sido elegido para cumplir y promulgar una labor en la tierra, la de la poesía, y que no hace otra cosa que fracasar en su cometido. Teme, por otra parte, no portar la sublimidad con la que expresar las más eminentes historias que esperan a ser recitadas colgadas de las estrellas antes de morir. Teme que se consuma su tiempo en esta realidad, antes de haber hecho algo bueno por y para la humanidad. ¿No es ese un miedo atroz y desesperante que turba a todos los escritores? ¿Y más a los poetas? Porque, ¿qué ocurriría si el genio nos abandonara? ¿Cómo puede dejar uno de ser poeta, cuando la poesía es la materia de la que estamos hechos?

“Pero si tuviera éxito allí podría salir del fango. Me refiero al fango de la mala reputación que continuamente se alza contra mí. Mi nombre resulta vulgar entre los más famosos del mundo literario. Para ellos no dejo de ser un chico tejedor.”

El duro golpe de la crítica en los círculos literarios del momento que atacó sin piedad sus obras, despreciando su trabajo hasta el extremo de cuestionarlo como rapsoda, llevó a la ridiculización de sus capacidades líricas. Sus libros de poemas no se vendieron, permaneciendo en los estantes de las librerías acumulando polvo, censura y los malos juicios de revistas y periódicos. Tales episodios relatados en sus cartas consumieron la vitalidad del poeta y la motivación por apostar de nuevo por su valía, provocando un bloqueo creativo que le duraría meses y que en consecuencia desencadenaría que no finalizara algunos de sus trabajos más célebres. Obras que siguen siendo estudiadas, analizadas y alabadas en la actualidad en las aulas escolares y universitarias de todo el mundo. La envidia y la sospecha por el mensaje de las nuevas voces de la generación venidera y los acuerdos e intereses abuchearon y menospreciaron los escritos del autor. Los denigrantes comentarios que sustituyeran a los constructivos y el narcisista juicio que hicieron colegas en los cuales confiaba, acabó por quebrar cualquier ilusión que al poeta le quedara. Mas esos mismos intelectuales serían los que reconocerían tras su fallecimiento el inconmensurable talento puesto en cada verso, alegando que lo que sucedía es que no lo entendieron, ni se forzaron por hacerlo. John Keats fue un adelantado a su tiempo.

“He abandonado Hiperión.” “He enseñado mi primer Libro a Hunt. Dice que, visto en conjunto, no tiene mucho mérito, que es poco natural, y me hizo diez objeciones después de echarle un simple vistazo […] La cuestión es que él y Shelley están heridos, y quizás con razón, por no haberles dejado leer previamente el poema y, por distintos indicios que he tenido, parecen estar dispuestos a diseccionar y anatomizar cualquier resbalón o tropezón en que haya podido incurrir. Pero ¿quién tiene miedo?”

Retrato de Fanny Brawne (1833)

Por otro lado, podríamos declarar a raíz de las intercambiadas cartas de Keats con su musa y enamorada Fanny Brawne, que este padecía de habituales cambios de humor que lo afligían al incurrir en disculpas respecto a la inestable variación de sus estados de ánimo y al utilizar términos como “deprimido” o al afirmar en otra ocasión que le tranquilizaba saber que a menudo las mentes más deslumbrantes son tan desgraciadas como sentía la suya. Creyendo, además, “ser el más bajo de los hombres”. El poeta también recurría a la creación poética como forma terapéutica de desahogo, alivio y consuelo, y es que solamente al mudar sus sentimientos haciéndolos versos lograba desligarse de los tormentos y sufrimiento de haber crecido huérfano en una familia de clase baja al constante precipicio de la pobreza, con la traidora muerte como un ángel acechante. Este último dato se debe a que John Keats cuidó de su hermano menor, Thomas Keats, a lo largo de toda la lacerante enfermedad que maltrató su joven vida, asistiéndolo en el lecho hasta que este exhaló su último aliento. En palabras del autor;

“El mundo no me ha tratado bien […] Me gustaría morir. Estoy enfermo en el mundo brutal al que tú sonríes. Solo veo espinas en el futuro. El mundo es demasiado brutal para mí. Me alegra que exista una cosa llamada tumba. Estoy seguro de que no tendré descanso alguno hasta que no esté en una. Desearía o estar en tus brazos llenos de fe o que un rayo cayera sobre mí”.

Thomas Keats (1799 – 1818)

Como consecuencia de haber atendido con semejante dedicación y celo a su hermano menor, John Keats contrajo por contagio la larga y deteriorante enfermedad, tuberculosis. Es apropiado señalar que el escritor romántico cursó previos estudios de medicina, por lo que era conocedor de todos los síntomas que su cuerpo y mente soportaban. Sabiendo desde el primer momento, y así él lo recalca, que su padecimiento era letal y que no viviría por mucho más tiempo. El más terrible horror del poeta se ha hecho realidad, puesto que se le ha privado de los años naturales que por derecho le pertenecían para convertirse en el artista que deseaba llegar a ser algún día, se le ha negado una vida junto a la mujer de la que estaba enamorado, teniendo a cada momento menos fuerzas para intentar hacer algo al respecto. A medida que avanzamos en su correspondencia, las cartas se vuelven más breves y simples, hasta que se hace patente que perdió el vigor y la energía para escribirlas. John Keats no creía en la religión, y sin embargo, no tuvo miedo, pues le dolía mucho más desaparecer de un mundo en el que sabía que se hallaba Fanny Brawne, que el hecho de tener que enfrentarse a una eterna visión de la oscuridad. Los médicos de la época afirmaron que padeció la grave y determinante enfermedad debido a su condición de poeta, señalando que la poesía lo había trastornado y que ese desequilibrio mental afectó a la salud de su cuerpo. El poeta renunció a ser recordado, no quiso que se le recordara pidiendo como última voluntad que no se le volviera a mencionar en público y que cualquier retrato o grabado de su persona fuese destruido. Del mismo modo, quiso odiar la poesía. Intentó odiarla con toda su alma.

John Keats murió el 23 de febrero de 1821 a los veinticinco años, creyendo haber fracasado. Hoy es el poeta romántico inglés por excelencia.

“<<Si muriera>>, me dije a mí mismo, <<no he dejado tras de mí una obra inmortal, nada que hiciera que mis amigos se enorgullecieran de mi memoria, pero he amado en todo el principio de la belleza, y, si hubiera tenido tiempo, habría logrado que me recordaran>>.”

“Tengo carbón ardiendo en mi pecho. Me sorprende que el corazón humano sea capaz de contener y soportar tanta miseria. ¿Nací para acabar así?”.

Laura Martínez Gimeno

3 comments on “John Keats, el poeta que creyó haber fracasado

  1. Anónimo

    Preciosa reseña! Muchísimas gracias Laura !

  2. Carlota Arce

    Muchas gracias. Me gustaría leer un artículo suyo sobre el yo literario de Keats.

Gracias por comentar con el fin de mejorar

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