por el fulgor del fuego
que ningún ser humano puede mirar sin un asombro antiguo
J.L. Borges
Fue alrededor de un fuego donde los hombres por primera vez cesaron, rindieron sus miembros cansados y se miraron unos a otros, rieron y hablaron, cantaron y soñaron, ya sin la urgencia de la noche que engulle y del frío que rapta. Guarecidos en esa aura mágica, que ahuyenta a fieras sanguinarias como a malévolos espíritus, dejaron sus voces flotar junto al humo, cuyas voluptuosidades hechizaban la mirada y la transportaban mucho más lejos de lo que nunca había estado. En aquel santuario resplandeciente, un brujo, o tal vez un niño, comenzaría a narrar una historia. La historia de un guerrero, o acaso de un brujo o de un niño: la historia de la Humanidad.
La antropología darwiniana ha corroborado lo que ensoñaba la intuición mítica: está en el fuego la génesis de la civilización. Las palabras, que no mienten, nos lo recuerdan: el fuego es el núcleo del hogar (del latín focus – fogar), o lo que es lo mismo, el hogar se hace en torno al fuego. Y así se ha mantenido, no como metáfora sino como necesidad y evidencia, durante la práctica totalidad de la Historia hasta la segunda mitad del siglo XX, cuando la chimenea fue sustituida por la pantalla como centro de la convivencia. Sean cuales sean las implicaciones de este cambio, el fuego está lejos de habernos liberado de su encantamiento, pues cualquiera puede comprobar cómo al posar sus ojos en el capricho de la llama irremediablemente se extravía. Queda en nuestra sangre la memoria de su favor, y en nuestras pupilas el hueco de su fulgor. Es por ello que algunos volvemos una y otra vez a su contemplación, sumidos en la vaga melancolía de mil bosques encendidos, para rencontrarnos con una chispa que sólo allí prende en nosotros mismos. En torno al fuego la casa se construye, se ilumina, se organiza; y es posible entonces hablar a un ritmo paciente y grave, musical y leve: verdadero. Porque el tempo discontinuo con el que el fuego se encabrita o apacigua marca todavía el pulso del corazón humano.
Nuestra chimenea, que porque existió como dominio físico existe aún como rincón sentimental, pretende ofrecer un espacio que reúna estas características; un lugar al que llegar sencillamente, tras un largo día, descalzando los zapatos embarrados del camino para, sentados frente a la llama vivificante y sanadora, participar de la charla amena, de la conversación humilde en grata compañía, no sólo de los presentes a los que un destello alumbra, sino de todos los que antes la miraron con lucidez y amor, y dejaron su rastro bello en los arroyos de ceniza y en las fragancias del humo. Seremos, como siempre, aquellos enanos que sobre hombros de gigantes sostienen sus delicias. Y es por eso que el tema con el que inauguramos nuestra Chimenea es la Amistad; porque nada más propicio, más cálido e inspirador que compartir en la noche –la noche que también somos– el fuego con amigos.
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