Déjeme que le comente, señora, que no es buena idea eso de vender humo los días de mucho viento. Como lo oye. Eso son las cosas que uno aprende en cabeza ajena que es, para que nos entiendan, una forma de aprender como otra cualquiera, pero aguantando la risa. También le digo que uno no sabe mucho de vientos, y tampoco del aire, que es como su sueño, y no sabe porque no se atreve a saber, que uno bien sabe que las cosas que no se ven son las que más importan y eso impone respeto y distancia para no tropezar ni meter la pata.

Uno sabe, en cambio, que la gente sabe mucho, y que por eso calla mucho. La gente sabe más de lo que no nos parece, y sobre todo sabe que las palabras se las lleva el viento (el viento del que le hablaba, claro), y que los días de mucho aire conviene estar con la boca cerrada, también por las moscas pero esa es otra historia. Eso dice la gente, y luego nos extrañamos de porqué esa gente llega a vivir tantos años, de cómo llegan a viejas, y uno cree que es por el mucho callar. Que las palabras se las lleva el viento es cosa sabida, como que el viento aventa las seseras y levanta las faldas, y también las sotanas, y convierte a los molinos en gigantes y en niños a los álamos de todos los ríos. El viento, qué le vamos a hacer, hace reinar a las águilas y a las cometas, y nos trae la escarcha y el sonido de los barcos cuando traen a sus hombres a casa, bendito sea ese viento.

Pero le comentaba lo del aire, señora, al recordar cómo uno es de donde su viento, que hay quien se acuerda de su lengua o de su postre, pero a veces olvidamos que uno, como si lo pretendiera, es de donde su viento, y en el sentir de su aire se siente que está, que es como sentir que se es, pero al revés. Por eso uno siente el aire y comprende que de donde viene es del nordés, o del terral, y que otros dicen que es del levante cuando salta, que es también como se dan los sirocos, o la tramontana que a veces es el poniente, y así podríamos seguir hasta que amainase o, humedecida la yema del índice, se haga viento del sur.

No sé qué pensará usted, pero antes las cosas eran más fáciles, cuando el viento hacía ondear los árboles y el aire apacentaba las nubes como el pastor a sus ovejas. El viento llevó a Colón y nos trajo lo que pudo, el viento nos descubrió las piernas y las risas, el sabor de la sal y el del cabello, y el aprender a colocarse un mechón (apresurado) detrás de la oreja; el viento nos hizo saber la silueta de muchas y andar detrás del aroma a varón y a dandy de muchos, a aprender que hay un aire de ciudad y otro del campo, el aire de un cigarrillo que seduce y el de una hierba que nos mancha de verde la espalda y los codos. En el aire viven las risas de los niños, y en el viento las banderas y los besos hasta que llegan a su destino, que siempre llegan, que uno sabe que siempre llegan, siempre. Y entre medio la brisa, que es el viento del mar echo salitre para embadurnarnos la cara. Y sus ojos.

Esto era lo que quería contarle, señora, no para descubrirle nada nuevo, que bien sé que usted es de aldea y allí se brinda con el viento cuando se tercia, sino para lo otro. La gente se olvida del viento y eso está bien, que así tocamos a más. El viento es donde uno vive mientras llega, por eso se ve tan bien. Déjeme que le diga, en fin, que el viento es de quien lo abraza, como los recuerdos y los anhelos, que el hombre no sabe dónde van a morir los vientos, pero sí conoce (y calla) que nacen de un beso al aire, y cómo luego viene todo lo demás. A veces uno cree que es del viento, como su recuerdo, cuando ve cómo las cosas que no importan, las que no interesan, las cosas de los demás, no son del aire sino que caen al suelo. Hay gente que clava banderas para indicar que ha llegado, y hay gente que levanta veletas para saber por dónde ha de seguir. O no.

Iván Robledo Ray

Cartas a esta señora

2 comments on “Lo del viento

  1. Carlota Bérard

    Precioso ! Gracias !

  2. FELIPE CHANETA

    Lo del Viento, el nuevo capítulo de “Cartas a esta Señora” de Iván Rodríguez, sigue disfrutando de las mejores cualidades de su autor. Imaginación desbordante, rapidez mental, malabarismo reflexivo, bombardeo de ideas, hondura, ironía, ternura, sensibilidad,… puestas al servicio de la belleza escrita. En este caso se sirve también de una inspiración en estado de gracia.

    La literatura, en palabras del nobel Yasunari Kawayata, no hace sino registrar encuentros con la belleza. He aquí una muestra.

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