Déjeme que le cuente señora, que uno cada vez entiende menos las cosas. Como se lo digo, y también que entre esas cosas no está lo de entenderlas mejor por ser pocas, lo que sería un consuelo, pero no, que pasa que a la hora de entender algunas cosas resulta que no, que menos es mucho menos. Y cuando uno alcanza a comprender algo ocurre que ya no sirve, o que ya está anticuado, o que ya pasó y ha de ponerse a entender otra, y mire usted si hay donde elegir cosas para poder entenderlas, pero ni eso. Uno cree que a veces la misma cosa contada por otro se hace nueva, esas cosas ocurren, como las canciones y las tonterías y las versiones de ambas, parecen nuevas pero son las mismas. Pero también le digo que lo de entender tarde las cosas no es tan malo como pueda parecer, es verdad que a veces anda uno un poco perdido con las multas, pero también tiene su parte buena, como reír solo cuando al cabo de los días (o de los años, como lo oye) uno entiende aquel chiste y se ríe, está solo y se ríe cuando se levanta una mañana o en un duelo fatal. Lo de no entender bien las cosas no está mal, pero hay llevarlo bien.
Esto se lo contaba por lo del viernes de dolores, que cuando uno lo entendió dejó de importar tanto para la gente, o tanto como antes. Lo del viernes era lo de la cosa de los guantes blancos, se hacía cola para tener unos guantes blancos para algunas cosas, cosas que eran tantas que se necesitaba una semana entera, y dicen que por ser le llamaba santa. El día del que le hablo era un día tan grande que solo podía caber en el frasco de un viernes de dolores. Luego uno ha entendido las cosas, pero antes las cosas eran guantes blancos, y la calle, siempre la calle, del pupitre a la calle, y ver el sol que no se consumía.
-El sol es un limón, la luna es de cera.
En realidad toda la cera cabía en una bola de plata, y la bola se clavaba en una lanza, y los romanos eran todos los niños, claro, pero eso solo los niños lo saben. Las cosas que uno sabe tan bien, cuando de verdad se entienden, ya no se sabe explicar, que eso es cosa que pasaba los viernes que eran de dolores y la que pasa con los besos, cuando toda la historia cabía en la hoja que se arrancaba del calendario ese día, y toda la música eran jirones de noche. A la mañana se da cuerda al reloj y ya no se detiene, los viernes de dolores se bebía de pie, aprisa, ceñido, la noche cae y caen las tribunas, las risa se confunden con campanillas y detrás de todas las sillas juegan mezclados los niños y los ángeles, juegan en todas las esquinas de atrás, y todas las niñas son La Princesa, y se sacuden para el frío las mantas, que las mantillas son para todo lo demás, y el olor se acude a las flores entre los cardos, los ríos se colman y toda la noche, toda, se hace una estrella sola y a su frente una muchacha con un lazo azul.
A veces pasan cosas que no se entienden, como lo del viernes de dolores que le digo. Uno piensa a la vez en tantas cosas que se hacen recuerdos tan de verdad que solo se pueden tocar con los guantes blancos. Uno sabe que ama las cosas que conoce porque lamenta no volver a vivirlas por primera vez de nuevo, no volver a vivir por primera vez un viernes de dolores. Entonces uno recuerda los guantes blancos y desea escuchar tantas voces, tantos sonidos, tantos olores, tantos silencios, y llantos, y tanto perdón, y pedir como solo sabe pedir un gris perla. Uno querría volver a escuchar tantas cosas, tantas que todo se hace del color de la tarde, y la tarde se hace sonido de vencejos. Es cuando el hombre, pudiéndolo todo, se hace Guapo.
Cartas a esta señora
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